Capítulo 3: Querido jefe

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                            Darikson

Acababa de salir de mi departamento cuando mi móvil comenzó a sonar. Sin mirar la pantalla, descolgué y lo llevé a mi oído.

—¿Qué?— dije subiéndome al auto.

—Tenemos un problema, jefe.

Puse los ojos en blanco al oír la voz de Tex. Uno de mis empleados de confianza.

—Son las ocho de la mañana, ¿Y ya me estás diciendo que hay problemas?— dije con sarcasmo.

—El camión con la mercancía fue interceptado. Aún no sabemos quien...

—¡¿Cómo es posible que hayan interceptado uno de los camiones?!— le interrumpí, furioso —¡Son una bola de ineptos! ¡Más les vale encontrar el maldito camión o los mataré y meteré en una puta bolsa a todos!

Colgué la llamada y guardé el móvil.

Maldita Sea. Lo que faltaba.

Había estado preparando esa mercancía desde hace meses. Sería el pedido más grande que haríamos este mes.

Estaba tenso. Necesitaba relajarme.

Al llegar a la compañía, subí a mi oficina sin hacer mucho caso a nadie. No estaba de humor para saludar a nadie.

Noté que mi móvil vibraba. Era un mensaje de Rachel.

Rachel:

¿Quieres que nos veamos esta noche?

Yo:

A las diez paso por ti.

Rachel:

Perfecto.

Al llegar al piso, pasé directamente a mi oficina aún con el móvil en la mano.

—Chelsea, a mi oficina. Ahora — le dije a la pelinegra sin apartar la vista de mi celular.

Al llegar a la puerta de mi oficina pude ver por el rabillo del ojo una chica, sentada en el escritorio que, anteriormente estaba vacío.

Era la chica de ayer. La de la entrevista.

Vaya, vaya.

Sin embargo, me limité a abrir la puerta y entrar en mi oficina. Solté el móvil y me desaté el nudo de la corbata. Frustrado. Esos idiotas sí que sabían cómo joderme el día. Me deshice de la chaqueta y subí las mangas de mi camisa hasta mis codos.

Unos segundos después, vi que la puerta se abría y que Chelsea entraba en mi oficina.

—¿Necesita algo, señor Caruso?— me dijo la pelinegra, dedicándome una sonrisa.

Conocía bien esa sonrisa. Era la que me dedicaba siempre que la llamaba a mi oficina para follarla.

Le hice un gesto con la mano para que se acercara y, obedientemente lo hizo.

La tomé de la nuca y la atraje hacia mí. Dándole un beso agresivo. Alcé su corta falda, agarrándole el culo y apretándoselo. Necesitaba liberar mi frustración de alguna manera.

Ella comenzó a desatar los botones de mi camisa mientras yo continuaba besándola. Dejé sus labios y me dirigí a su cuello. Succionándolo y dando suaves mordidas. Lo último que quería era dejarle alguna marca.

Sentía como toda la sangre se me acumulaba en un lugar en específico. Haciendo notable mi erección. Chelsea se separó de mí y se sentó sobre mi escritorio mientras se liberaba de los botones de su camisa, dejando libre sus pechos. Relamí mis labios al ver que se subía la falda y se echaba hacia atrás. Abriendo las piernas para mí.

Me deshice de mi cinturón, bajando mis pantalones. Abrí uno de mis cajones y tomé un condón. Me lo coloqué rápidamente. Mientras ella me miraba con deseo. Terminé de ponerlo y me hundí dentro de ella. Chelsea hundió sus dedos en mi espalda, echándose más hacia atrás en el escritorio mientras soltaba un sonoro gemido. Estaba seguro de que alguien nos escucharía pero, no me importó. Seguí embistiendola duro. Me incliné hacia delante para sujetar sus pechos mientras los lamía y los mordía sin ninguna suavidad.

—Oh, Señor...— gimió ella. Echando su cabeza a un lado.

Estaba a punto de correrme cuando, salí de ella retirándome el preservativo. La tomé de la nuca, posicionándola de rodillas frente a mí. La chica abrió su boca en anticipación y se lo llevó a la boca. Yo solté un suspiro de alivio y me dejé correr en su boca.

Tenía la cabeza echada hacia atrás. Mis hombros subían y bajaban y mi respiración estaba agitada. Sí que me hacía falta esto. Chelsea se levantó, pasándose el pulgar por la comisura de sus labios, asegurándose de no haber desperdiciado mi una sola gota.

Volví a subirme los pantalones. Sentándome en mi silla.

—Puedes irte — le dije con indiferencia.

Ella me dedicó una mirada furibunda que, a decir verdad me importó una mierda y terminó de colocarse la falda saliendo de mi oficina.

Cuando estuvo fuera de ella me permití relajarme un poco. Me encendí un cigarro, recostándome en mi silla.

De pronto, mi mente fue al día de la entrevista. Específicamente, en la chica que, ahora estaba sentada a pocos metros de mí y, que ahora sería mi secretaria. Sus ojos azules y temerosos. Su cabello pelirrojo y lacio. Las pequeñas pecas esparcidas por sus pómulos y, algunas por su nariz pequeña. Su delgada figura...

No era como las demás chicas que trabajan aquí. Ella era diferente. No se vestía provocativa solo para llamar la atención. Ni siquiera babeaba al verme. Cosa que se me hizo aún más interesante.

Sonreí de lado al recordarla aquí sentada. Estaba tan nerviosa que pude notarlo. Sus mejillas se habían teñido de un tono rojizo cuando comencé a hacerle preguntas.

Me incorporé de la silla y, me dirigí a la puerta. Al salir, noté que la chica hablaba con alguien.

                              Rosalie

No miré a Chelsea cuando salió de la oficina de mi jefe. Solo pasó junto a mí acomodándose su falda y volvió a su escritorio. Yo volví a centrarme en mi trabajo.

—Hola — escuché que alguien dijo frente a mí.

Alcé la mirada y vi a Jack sonriendo ampliamente.

—Te he traído un café — añadió él, pasándome el vaso.

—Muchas gracias, Jack — le dije, devolviéndole la sonrisa.

Le di un sorbo y sonreí aún más al ver que era un capuchino, mi favorito.

—Mi favorito — le dije.

—Que bueno que he acertado.

—Muchas gracias, de verdad — le dije, dando otro sorbo al café.

—¿Cómo te ha ido en tu primer día?— me preguntó divertido.

Recordé los gemidos y casi me reí pero, me contuve.

—Bastante bien, de hecho — dije, sin más.

De pronto, noté que la puerta de la oficina se abría y que, el señor Caruso salía de ella. Mirándonos a Jack y a mí.

Oh, oh.

—Jack — le dijo el señor Caruso.

Tenía las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones.

—Darik — dijo Jack, devolviéndole el saludo.

El señor Caruso me miró. Sentí que mi corazón latía a toda velocidad. Mis manos sudaban. Me había puesto nerviosa.

Primer regaño del día. Bravo.

—Señorita...

—Evans — dijo Jack, al ver que no recordaba mi apellido.

—Gracias, Jack — le dijo, rodando los ojos —. Señorita Evans, venga a mi oficina un momento.

—Sí, señor.

Me levanté de mi asiento y le di una mirada de espanto a Jack, cosa que al parecer le divirtió y soltó una pequeña risita. Salí de mi escritorio y entré a la oficina detrás del señor Caruso.

Peligrosa AtracciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora