Durante largos años, él maldecía a todo aquel que no soportaba. Su interés por la magia negra y el vudú seguía intacto, buscando maneras de molestar y deshacerse de las personas que aborrecía... solo por diversión.
Cuando un día, lo maldicen a él.
...
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Asustado no era la palabra que Souichi buscaba, sino, sorprendido. Lo que ocurrió con la chica hace momentos atrás no tenía respuesta.
("¿Cómo es posible?")
Se preguntaba Souichi una y otra vez.
Mientras tanto, Hanna baja y sale por primera vez de la casa de los Tsujii, traía en sus manos al roedor y observando el jardín delantero lo mejor que pudo hacer era dejar libre al animal. Este huye y se esconde entre los arbustos que adornaban el patio y Souichi la observa desde la ventana de su habitación.
Era un día despejado a diferencia de ayer, el cielo azul con nubes blancas pasaban por encima de Hanna, un viento fresco y perfecto para salir a algún parque, pero Hanna no conocía ninguno, no conocía nada aún.
— Tsk... es tan repugnante — dijo Souichi
Hanna da por terminado su corto momento de respirar aire puro, entra nuevamente a la casa quitando sus zapatos y dejándolos en un rincón junto a los de, los que suponía, eran del chico que se encontraba con ella.
Y el que ahora se encontraba en la cocina, detrás de la barra que da a la sala, viendo hacia Hanna. Ella lo mira.
Un silencio incómodo llena la sala principal, Souichi tiene en mente todas las terribles cosas que podría hacer para que Hanna se fuera, no le importaba que fuera una mujer, la quería lejos de él. Hizo tronar los clavos en su boca, lo que a Hanna se le hizo tan extraño y tenía la curiosidad de saber.
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Hanna.
Desconocía aún el nombre del hijo de los Tsujii, él estaba frente a mí a tan solo unos pocos metros. Su mirada no se aparta de la mía, parecía incluso un juego de miradas en el que evitábamos parpadear, ambos íbamos en un empate.
Su rostro parecía tener una expresión molesta, su boca fruncida con esos clavos sobresaliendo y frente arrugada. Estaba segura que él no estaba bien, esa palidez en su piel no era normal y esas grandes manchas alrededor de sus ojos... lo hacían ver enfermo.
— Lárgate de mi casa, lárgate, lárgate — Murmuraba
