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La noche había caído por completo, cubriendo la ciudad con un manto oscuro y frío. El reloj marcaba las 10 p.m., y la única tienda de vinos en la que habían logrado entrar estaba cerrando. El dueño, un hombre regordete y malhumorado, los empujaba fuera con prisa. Las calles estaban desiertas, y las luces de los faroles lanzaban sombras largas que parecían moverse por cuenta propia, creando un ambiente inquietante.

Charlie, con una botella de vino tinto bajo el brazo, caminaba cerca de Alastor, sus pasos acelerados, casi en sincronía con el latido rápido de su corazón. Sabía que no debería estar asustada, pero el silencio de la noche y las sombras que los rodeaban le hacían temblar ligeramente. A lo lejos, una lechuza ululaba, lo que la hizo estremecerse aún más.

—Ay, Al... —Charlie rompió el silencio con un tono entre queja y temor—. ¿Por qué vives tan lejos? —Preguntó, frunciendo el ceño mientras apretaba la botella contra su pecho, casi como un amuleto.

Alastor, que había estado caminando tranquilamente, se detuvo y giró su cabeza hacia ella con una sonrisa burlona dibujada en sus labios, como si el miedo que Charlie sentía fuera un delicioso juego para él. Sus ojos brillaban bajo la luz tenue de la luna, y su voz se tiñó de esa mezcla juguetona que tanto le caracterizaba.

—¿Por qué?~ —Alastor entonó con una ligera risa, acercándose a ella mientras inclinaba su cabeza hacia un lado, casi felino en su manera de moverse—. ¿Acaso tienes miedo?~ —Su tono era burlón, pero había un toque de seducción, una invitación disfrazada en sus palabras.

Charlie sintió un nudo en el estómago. La cercanía de Alastor la desestabilizaba más que las sombras a su alrededor. Aún así, intentó disimular, aunque no pudo evitar tartamudear un poco.

—Pues... sí, tengo miedo... —Admitió con un susurro, bajando la mirada un segundo antes de armarse de valor para pedir—. ¿Puedo... puedo agarrar tu brazo? ¿Por favor?

Alastor se detuvo por un segundo. El silencio entre ellos fue palpable. El siempre seguro y enigmático Alastor de pronto pareció perder su compostura. Se sonrojó levemente, aunque intentó disimularlo con una risa nerviosa que no era muy propia de él.

—S-Sí, claro, no hay problema... —respondió rápidamente, pero luego carraspeó, recuperando su tono usual—. Es decir... sí, claro. Está bien por mí. —Intentó sonar indiferente, pero su torpeza era evidente.

Charlie sonrió tímidamente, aliviada por su respuesta. Lentamente, con cierto nerviosismo, entrelazó su brazo con el de él. Sentir la calidez de su cuerpo y la solidez de su presencia hizo que su miedo disminuyera, al menos un poco. A pesar de su actitud normalmente segura, el hecho de estar tan cerca de él en ese momento hizo que su corazón latiera con más fuerza.

—G-Gracias, Al... —murmuró, su voz apenas audible, pero llena de gratitud.

Y así continuaron caminando juntos por las calles vacías, dejando atrás la ciudad que dormía y adentrándose en un camino más oscuro y solitario. La luna brillaba sobre ellos, iluminando sus pasos mientras se dirigían a casa de Alastor. El viento frío del otoño les acariciaba las mejillas, pero el calor de su mutua compañía lo hacía más soportable.

Cuando finalmente llegaron a la casa de Alastor, una pequeña y modesta cabaña al borde del bosque, Charlie se sorprendió por lo acogedor que era el lugar, a pesar de lo distante. La chimenea estaba encendida, lanzando destellos anaranjados que danzaban sobre las paredes. El aroma a madera quemada llenaba el aire, y el ambiente era cálido y reconfortante.

—Bienvenida señorita... —dijo Alastor con una reverencia exagerada, abriendo la puerta con una sonrisa divertida.

Charlie no pudo evitar reírse. Había algo en su manera de ser que siempre la hacía sentir ligera, aunque también la confundía. Era como si Alastor fuera un enigma constante, alguien difícil de leer, pero cada vez más importante para ella.

La cena fue sencilla, pero deliciosa. Alastor, con sorprendente habilidad, preparó una pierna de cerdo asada mientras Charlie lo ayudaba con los acompañamientos. Juntos, trabajaban en armonía, con risas y bromas esporádicas. Alastor no dejaba de lanzarle miradas pícaras, mientras que Charlie intentaba no ruborizarse cada vez que sus manos se rozaban accidentalmente.

La botella de vino que habían comprado en la tienda fue descorchada, y ambos brindaron por el cumpleaños de Alastor, aunque a él no parecía importarle tanto la fecha. Para Charlie, sin embargo, era una excusa perfecta para pasar tiempo con él. El vino suavizaba la conversación, y las horas pasaron volando entre anécdotas, risas y miradas cómplices.

Cuando la cena terminó, ambos se sentaron frente a la chimenea, con las luces bajas y el crepitar del fuego como única compañía. Charlie, sin darse cuenta, se acercó más a Alastor, y él no hizo ningún esfuerzo por alejarse. El silencio entre ellos era cómodo, casi íntimo, y por un momento, el tiempo pareció detenerse.

Sin embargo, en el fondo de su mente, Charlie no podía dejar de pensar en lo rápido que habían pasado los años. Desde el día en que conoció a Alastor, su vida había cambiado de maneras que nunca habría imaginado. 

Lo que comenzó como una extraña amistad se había transformado en algo más profundo, algo que ninguno de los dos estaba dispuesto a admitir abiertamente.

Pero todo lo bueno tiene algo malo, ¿verdad? Las cosas no siempre salen como uno las planea, y aunque el cariño entre ambos seguía creciendo, una sombra de duda se cernía sobre ellos. 

¿Qué pasaría cuando esos sentimientos finalmente salieran a la luz? 

¿Y si lo que tenían se rompía en el proceso?


***

Amor en tiempo de guerra -CHARLASTOR- TEMPORADA 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora