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Habían pasado tres largos meses desde que Alastor partió. Charlie recibía sus cartas regularmente y, hasta el momento, sabía que él seguía con vida. Aun así, no podía sacudirse el miedo constante de perderlo. 

La sensación de vacío la acompañaba cada día, pero ella se aferraba a su promesa de esperar, convencida en su corazón de que él volvería. Sin embargo, últimamente, un malestar la asediaba. Decidió ir al médico, aunque optó por no contárselo a Alastor en sus cartas; prefería no preocuparlo. Si todo salía bien, planeaba recibirlo con un sinfín de besos cuando él regresara.

Lejos de ella, en el campamento, Alastor experimentaba una realidad muy distinta. Tres meses habían pasado desde que dejó a Charlie y, para él, nada estaba yendo según lo planeado. Los combates eran implacables, y las bajas entre los soldados se acumulaban rápidamente. 

Su amigo Husk, quien también se había unido a la guerra ya que era humano, le hacía compañía en medio de la adversidad. Husk, siempre despreocupado, compartía historias sobre su "esposa" Ángel, quien en realidad era su esposo y con quien había adoptado a dos niños. Alastor sonreía al escuchar aquellas anécdotas, aunque en su interior sabía que, de los ocho mil hombres que habían empezado la campaña, ahora solo quedaban veintiuno.

Una tarde, mientras Alastor y Husk compartían una corta pausa, Husk, siempre dispuesto a arriesgarse, propuso algo inusual.

—Amigo, tengo una idea que no sé si te guste... —comentó Husk, pensativo.

Alastor lo miró con sospecha. —¿Ahora qué se te ocurre?

—¿Qué tal si vuelves a llamar a tus "amigos"? Podrían ayudarnos a acabar con esta guerra... Ya solo somos veintiuno, y el enemigo cuenta con cien hombres capaces de aplastarnos en cuestión de minutos. Me quitaste mi forma de sombra a humano, yo ya no puedo hacer nada pero tu si Al...

Alastor frunció el ceño. —Prometí dejar eso atrás. Pensé en hacerlo, pero luego me arrepentí... Todo lo que hago es por Charlie. —Se cruzó de brazos, mirando hacia la ventana con seriedad—. Además, el sargento mencionó que recibiríamos refuerzos pronto.

Husk asintió, aunque su preocupación era evidente. —Lo sé, pero no queda mucho tiempo. En la última batalla, los soldados se dieron cuenta de que tú y yo éramos los más fuertes. Podrían venir directamente tras nosotros. ¿Y si tienen conocimiento de la magia vudú?

—Si eso ocurre, estaremos listos —dijo Alastor, saliendo de la carpa con determinación.

—Perra bambi... —llamó una voz un poco chillona.

—Aquí vamos de nuevo... —murmuró el castaño levantándose y haciendo una seña de saludo militar, Husk hizo lo mismo.

—¡Hola perras! —saludó el coronel Adam bostezando y sacándose su sombrero militar—. Esta mierda pesa un carajo...

—¿Qué se le ofrece? —preguntó Husk molesto.

Adam miró a Husk de pies a cabeza y sonrió burlón, pero miró a Alastor.

—Quiero hablar con cara de bambi... a solas... —dijo Adam. 

Husk lo miró mal pero Alastor solo asintió. Su amigo intentó interponerse pero Alastor usó una ligera parte de su magia vudú para hacerlo retroceder.

Una vez en la carpa de Adam, el coronel lo observó con una mezcla de desprecio y altanería.

—Siempre tan atrevido e imprudente, Alastor... —comenzó Adam, con una sonrisa maliciosa—. No ejecuto a tu mujer porque eres un buen soldado, pero ese no es el tema.

Alastor frunció el ceño, impaciente. —Entonces, ¿de qué quiere hablar? Sea rápido; no tengo toda la noche.

—Cuida tus palabras, soldado bambi. 

—Soy Alastor... —dijo serio.

—Recientemente se han desarrollado nuevas tecnologías, como televisores que funcionan también como cámaras de seguridad. —Adam se inclinó hacia él, sosteniendo un fajo de papeles con un aire de superioridad—. Si usas tus poderes satánicos contra el enemigo, no diré nada. Pero si decides no hacerlo... mis hombres contarán todo, y tanto tú como tu mujer morirán.

Alastor bajó la vista hacia los papeles, sus ojos paralizados por las imágenes que revelaban su oscuro pasado. Adam notó su reacción y sonrió con cinismo.

—Tómate el tiempo que necesites para decidir. Tienes seis meses.

—Pero solo quedamos veintiuno, señor... 

—Ese no es problema mío mijo... —dijo el coronel sentándose—. Puedes irte... cierra la puerta.

—Si... señor... —dijo con sarcasmo.

Alastor salió de la tienda murmurando por lo bajo, maldiciendo a Adam.

Regresó a la carpa con una expresión perturbada, y Husk, al notarlo, lo miró preocupado.

—¿Qué sucedió? Vi que el coronel te llamó... ¿Estás bien?

Alastor cerró rápidamente las cortinas y apagó las velas, su respiración agitada.

—Ese desgraciado se enteró de mi... habilidad. Capturó evidencia de todos mis crímenes, incluso de cuando salvé a Charlie. Amenaza con mostrárselo todo si no obedezco, e incluso me matará a mi y a Charlie. —Su voz estaba teñida de desesperación.

Husk frunció el ceño, alterado. —¿Qué demonios? ¡Eso es extorsión! ¡Deberías denunciarlo!

—No puedo, Husk. Cuenta como investigación policial, así que están en su derecho. Si Charlie llega a enterarse de lo que realmente soy... —Alastor se llevó una mano al pecho, su voz quebrándose—. Ella pensará que soy un monstruo.

Husk asintió, tratando de consolarlo. —No tienes opción, amigo. Ni con toda tu agilidad podrías enfrentarte a todos esos hombres... No es necesario que ella se entere, sabes. Tómate un momento; te dejaré solo. —Y salió de la tienda, dejando a Alastor sumido en un tormento de pensamientos.

Esa noche, Alastor se debatía entre volver a aquellos hábitos oscuros que había prometido abandonar y arriesgarse a perderlo todo. Sabía que, si sucumbía, la adicción lo atraparía de nuevo, hundiéndolo cada vez más en el abismo. 

En su desesperación, deseó por un instante acabar con su propia vida, o que Charlie estuviera a su lado para aliviar su dolor. Pero ella no sabía nada de su secreto... y no estaba seguro de qué sería peor: que descubriera la verdad o que él se convirtiera en aquello que tanto temía nuevamente.


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Amor en tiempo de guerra -CHARLASTOR- TEMPORADA 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora