El deseo desencadenado

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El sábado se vieron en el museo, curiosamente y a pesar de lo mucho que les había afectado la primera vez que lo habían hecho, ambos, se saludaron automáticamente con un beso en la mejilla, como sí hubieran pactado de antemano que ese sería su saludo a partir de entonces.

Recorrieron la exposición cuando todavía no había mucha gente así que se tomaron su tiempo para observar las obras una a una. Tony había propuesto esa cita sabiendo el gusto de Steve por la pintura y aunque él también era un asiduo contemplador y coleccionista de la misma, tuvo que aceptar que, hacia la mitad del recorrido, comenzaba a aburrirse y, sobre todo, a sentir hambre.

―¿Y si vamos por unas donas para almorzar? ―preguntó mirando de reojo a un ensimismado Steve.

―Sí, cuando salgamos.

―Hay una cafetería aquí ―dijo Tony buscando con la vista la salida de la sala ―. Si quieres, después regresamos.

Tiró de su manga un par de veces y echó a caminar hacia la salida. Pero no había dado dos pasos cuando Steve lo detuvo sujetándolo suavemente de la mano. Al sentir aquello Tony sintió que su corazón se aceleraba, se detuvo en seco, y volteó a verlo. Steve le sonrió.

―Ya te aburriste, ¿verdad? ―le preguntó, pero a diferencia de lo que pudo imaginar Tony, no parecía estar molesto.

―N-no, es que...

―Está bien, vamos a comer algo, pero ven un momento―al mismo tiempo que le decía eso, tiró de él para hacerlo devolver los pasos.

Tony no objetó. ¿Cómo iba a objetar si tiraba de su mano? Cuando lo tuvo cerca, sin soltarle la mano, Steve le rodeó el cuello, abrazándolo y colocándose detrás de él. El castaño no tuvo otra opción que apoyarse en el cuerpo del capitán y por si fuera poco, luego, lo escuchó hablar, casi en su oreja.

―Mira esta pintura ―le dijo.

Frente a ellos estaba un lienzo en el que se representaba un beso entre un hombre y una mujer en la época medieval, parecía haberse ocultado para ello en alguna calle solitaria o en algún rincón de un castillo.

―El beso de Francesco Hayez ―le explicó Steve ―, representa la alianza entre Francia y Cerdeña contra Austria, lo que daba esperanzas a Italia frente a su unificación.

Tony asintió, realmente no le importaba la historia, aunque no podía negar la belleza de la pieza. Lo que lo mantenía realmente atento, era la voz de Steve que vibraba cerca de su oído y lo transportaba a ese lienzo, a ese beso.

―Más allá de eso, también es posible dar cuenta del apremio que une a los amantes, el amor y la pasión que los invade. El deseo que los empuja a encontrarse a pesar del peligro que puede estar acechándolos, y puede ser que ese peligro sea su amor mismo.

―Pero no les importa ―murmuró Tony ―. Se arriesgan a pesar del peligro.

Steve asintió. Y aflojó el abrazo.

―Pero la tragedia está ahí ―dijo. El abrazo se deshizo.

―Me gusta ―le dijo Tony y volvió a tomarle la mano, al mismo tiempo, se abrazó a su abrazo, apoyando la cabeza en su hombro. ― Es muy romántico.

Steve rió por lo bajo.

―No sabía que te gustaban esas, ¿cómo les dices? ¿Cursilerías?

Tony rodó los ojos.

―En pequeñas dosis no hace daño ―se apartó y tiró de él a la siguiente pintura ―. ¿Y esta? ¿Cuál es su historia?

Deseos ocultosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora