Sorpresas

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-¿Amelia? –

-¡¿Amelia?! –

Sacudió la cabeza. – ¿Qué? – Espabiló frenéticamente como tratando de desprenderse de todos aquellos pensamientos bastantes subidos de tono.

Luisita se rió. – Que te has quedao ida, hija mía, ¿estás bien? –

Amelia cerró las piernas sintiendo la leve humedad en sus bragas. – Jumm estupendamente. – La miró desde el sillón, sus ojos inevitablemente rumiaron su cuerpo semidesnudo otra vez.

-Vale, ¿entonces qué te parece este? – Se atusó el cabello rubio y apoyó una mano en su cintura.

La morena tragó grueso para luego morderse el labio, ¿Que qué le parecía? Pues justo lo que había imaginado segundo antes, que se veía como un puto monumento y que lo único que le provocaba hacer era quitarle esas pequeñas bragas y volar su mente de un orgasmo tan intenso que les dejara a ambas un poco inconscientes... En cambio, tenía que fingir que su cuerpo no estaba a punto de entrar en combustión con solo mirarla lucir así de sexy.

Ni ella misma entendía como es que podía estar tan encendida con solo mirarla, no es como que ella no estuviera acostumbrada a ver a otras mujeres en iguales condiciones y hasta con menos ropa que esa, pero lo único que podía concluir es que aquella no era cualquier mujer de la que se pierde de los detalles. No, esa mujer era Luisita, con ella quería perderse EN los detalles de su cuerpo y sus reacciones y su olor y todo lo demás.

Sacudió la cabeza de nuevo. – Pues fíjate que no sé. – Respondió finalmente con dificultad.

Luisita frunció el ceño. – ¿Pero qué? ¿Cómo que no sabes? Se supone que vas a ayudarme a escoger mi conjunto de noche de bodas, necesito tu ayuda por fis. – Hizo un puchero.

-Ok, primero nada de pucheros, no funcionan en mí. – Mintió. – Y lo que creo es que este pues no más no me convence. – Se levantó acercándose a ella.

-¿En serio? Pero yo pensaba que era lo suficientemente sexy. – Se miró a sí misma sin comprender.

-Ya, pero necesitas cubrir un poco más. – Amelia respondió nerviosamente quitándose su chaqueta y colocándola sobre los hombros de su amiga.

-Estás de broma, ¿cierto? – La rubia se echó a reír.

-No bromeo, Luisi, debes dejar algo a la imaginación, chica. – Habló muy seriamente sacando sus mejores dotes de actuación.

-Pero yo pensaba que...

-Nada, tu pediste mi ayuda, esta soy yo ayudándote. – La interrumpió.

-Vale, vale, ya entendí. – Luisita la miró de reojo un poco confundida con la actitud de su amiga. – Yo pensaba que de todas las personas a quien podría gustarle este conjuntito sería a ti. –

-Oh a mí me encanta, créeme. – Amelia respondió mirándola de arriba abajo sin ser realmente consciente de ello. – Y de no ser por las circunstancias ya te lo habría quitado aquí mismo. – Agregó sacando gallardía, se acercó mucho más a Luisita sin apartar la mirada de aquellos marrones, podía sentir su corazón bombear estruendosamente en su pecho. Estaba nerviosa, ella nunca se ponía nerviosa cerca de las mujeres... Hasta ahora.

-Ya te gustaría. – Luisita le sostuvo la mirada antes de negar con la cabeza y reírse. – Eres una guarra, siempre con ganas de zorrear. – Se alejó de ella cerrando la cortina para cambiarse.

Amelia soltó el aire atrapado en sus pulmones, cerró los ojos y volvió a mirar aquella cortina que las separaba. – Esa soy yo, ya me conoces. – Agachó la cabeza algo resignada.

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