Capítulo 3

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Al día siguiente, Bethany se encontraba en su oficina frente a la computadora. Tenía puestos sus lentes para vista cansada que le daban un toque intelectual. Cuando de pronto, la puerta se abrió. Dorothy entró con evidente gesto de emoción y movía sus manos graciosamente. Luego las colocó sobre el escritorio de Bethany, inclinándose hacia ella y la miró fijamente.

−¡No sabes de lo que me he enterado!

−No me interesa. –expresó Bethany, sin dejar de ver la pantalla.

−¡Ay...Beth! A veces pienso que no es justo que una mujer tan bella como tú, sea tan huraña. ¡Yo quiero ser tu amiga!

−Pues yo no tengo tiempo para hacer amistades. –Bethany habló cortante.

Y seguía sin dirigirle una mirada hacia Dorothy, que hacía una mueca de resignación.

−¿Sabes? Todos murmuran que tu divorcio te ha amargado irremediablemente, pero yo pienso que no es así.

Bethany cerró los ojos con impaciencia, pero continuó sin volverse, luego comenzó a escribir en el teclado.

−Tal vez así es. −inspiró hondo− Ahora si me disculpas, tengo mucho trabajo que hacer.

−Pues, aunque me corras, escúchame lo que tengo que contarte porque si no, voy a estallar. Fíjate que a Alen Marsden lo ha dejado su mujer. ¡Es por eso que está aquí en Londres! La quiere olvidar. ¡Pero es tan guapo!, ¿No te parece a ti?

Bethany dejó de escribir, pero pensó que tenía que ser prudente, para no exigirle a Dorothy que se fuera. Armándose de paciencia, volvió su cabeza y fingió una sonrisa.

−No me interesa nada de su vida, Dorothy.

¡Como si ella quisiera enterarse de todos los pormenores del divorcio de Alen Marsden! Más Bethany exhaló con resignación al darse cuenta que Dorothy estaba haciendo exactamente lo contrario a su voluntad. Enseguida soltó la lengua y le informó la travesía completa de la separación legal de su nuevo jefe. Ahora sabía que había amado profundamente a su ex esposa y que esta a su vez, se había enamorado de otro hombre. Alen había luchado por recuperarla, sin lograrlo.

Entonces Bethany sintió pena por la situación emocional de ese hombre y se sorprendió, al percatarse que sintió un poco de celos del gran amor que él le había tenido a una mujer, que no lo había valorado.

Ella habría deseado que David la hubiera amado de igual manera y entonces su presente sería muy diferente. Pero se repetía una y otra vez en su mente que la vida podía ser muy injusta. Cupido se había equivocado una vez más y había formado mal a las parejas.


Estaba desnuda...así le gustaba dormir. No sabía si estaba despierta o estaba soñando, pero entonces, ¿Por qué parecía todo tan real? Las largas cortinas de seda se movían ligeramente y de pronto un viento llegó hasta ella, acariciándola. Ella susurró un nombre y abrazó su almohada, pero...ya no era la almohada. Era él...

−Eres mía...−le susurró la voz sobre el oído, mientras su suave aroma le llenaba sus sentidos.

−Si...hazme tuya...−Bethany habló con voz cargada de deseo.

Y la voz volvía a repetir la misma frase, al mismo tiempo que Bethany sentía la atrevida acaricia en el centro de sus sensaciones. Él frotaba suavemente sus pliegues y le susurraba palabras de amor en el lóbulo de su oreja.

De pronto, ella comenzó a sentir miedo. Y el miedo se volvió una enorme angustia de entregarse a lo desconocido. Fue en el momento en que Bethany comenzó a luchar por despertar. ¡Sabía que tenía que despertar! y haciendo un esfuerzo sobrehumano lo logró en medio de sensaciones increíbles, provenientes de los espasmos que todavía golpeaban en su interior. Bethany pasó una mano por su frente perlada de sudor y palpó su cuerpo desnudo...que casi había sido poseído en su sueño.

Enseguida Bethany se incorporó y emitió un grito lleno de angustia. No podía creerlo. Había sido tan real lo que acababa de vivir. La sensación de pertenencia hacia esa voz, le asustó. Se puso de pie. Caminó con paso lento y torpe hasta el grifo del lavabo, para lavarse la cara. Después regresó a la cama y miró el reloj que estaba en el taburete junto a la cama. Eran las seis de la mañana.

Ya no pudo dormir. El orgasmo que acababa de sentir...nunca antes lo había experimentado. Tenía que encontrarle una explicación lógica de lo que le había sucedido. Si, después de reflexionar unos minutos, llegó a la conclusión que ese sueño erótico se debía porque hacía mucho tiempo, no tenía relaciones sexuales y eso la ponía mal. Tener que lidiar porque su cuerpo no reaccionaba como ella deseaba, la ponía de mal humor. ¡No quería sentir nada! ¡No quería involucrarse jamás con ningún hombre! Porque no quería volver a sufrir.


La mañana transcurría como siempre en la agencia de publicidad. Bethany apenas había visto al petulante de Alen y pensaba que era mejor así. Entre menos lo viera, tendría menos momentos incómodos. No podía soportar la idea de estar en constante contacto con él. Recordó como Alen le había confiado parte de su vida en el café y se preguntaba de mala gana, ¿Cómo había podido hacerlo tan fácilmente? Si apenas la conocía. En cambio ella...no podía confiarle a nadie su frustración, su infelicidad... ¿A quién le importaría?

Hastiada de sus reclamos mentales, se puso de pie y fue por un café. Cuando volvía a su oficina, miró hacia un lado y descubrió que ahí estaba el culpable de que su mente estuviera distraída. Alen yacía de pie con otros dos hombres, jefes de otros departamentos de la empresa. Platicaban animadamente. Cuando Alen se percató de la presencia de Bethany, le sonrió. No obstante, ella solo se limitó a enarcar una ceja y lo miró fijamente por unos segundos. Después, pasó de largo, ignorándolo.

Alen exhaló levemente y se dirigió a los hombres.

−¿Saben que le pasa a esa mujer?

Los hombres cruzaron una mirada entre ellos y luego rompieron en carcajadas.

−Es la mujer más amargada que he conocido. −decía uno.

−Pero también es muy guapa, ¿No le parece señor Marsden? –dijo el otro.

−Sí, pero me pregunto qué problema tan grande tendrá para que no le interese sonreír. –Alen frunció el ceño.

−Desde que llegó aquí, se ha comportado de la misma manera. Tal vez no sea un problema, quizás es así su carácter.

−Lo dudo. –contradijo él− Bueno, vamos a comer que muero de hambre. Ya tendré tiempo para pensar en el caso Bethany Scott.

Los hombres se miraron uno al otro y reavivaron las risas ante la ocurrencia de Alen. Después, todos salieron de la agencia rumbo al café de la esquina.

Su cabeza era un caos. Las ideas venían y se iban rápidamente. No podía concentrarse y además tenía hambre. Bethany salió del edificio donde estaba ubicada la agencia y comenzó a andar sin un rumbo fijo, pensando que lo decidiría en el camino. Quería ver a la gente, quería ver a un niño que sonriera a sus padres. Las lágrimas que guardaba celosamente amenazaban con salir, pero al final lograba siempre reprimirlas. Odiaba tener un llanto fácil. Luego pensó en su madre Julieta, quien vivía muy lejos de ahí, en el Condado de Rutland. Apenas le hablaba por teléfono. La amaba, pero algo dentro de su ser le impedía comunicarse con ella. Por si fuera poco, siempre ponía en tela de juicio si acaso a su madre le importaba lo que le sucediera.

Por esa razón, muy joven se había entregado al amor. Depositó en David todas sus ilusiones y la esperanza de ser feliz. Le había entregado su alma completa. Pero de nada le había servido el esmero que había puesto en su relación, pues él la había dejado para siempre.

Después de la separación, ella había perdido todas las esperanzas de poder ser feliz. Estaba convencida que ya no tenía una meta específica en su vida. Vivía porque no tenía otro remedio. Bethany siguió caminando con desgano y cruzó la calle fijándose en ambas direcciones, luego se dirigió a la entrada del restaurante.

Le encantaba la comida vegetariana y ya se estaba saboreando unas empanadas de espinacas. Empujó la puerta y lo primero que sus ojos vieron fue a Alen junto con sus odiosos compañeros de oficina. No podía creer su mala suerte, pero menos pudo creer la actitud tan infantil que realizó en el siguiente segundo. Se dio la vuelta inmediatamente y salió del local ante las miradas de asombro de los hombres.  

EL PRINCIPE DEL DESEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora