Capítulo 9

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−Nick... ¿Cómo lo sabes?... ¿Cómo sabes todo de mí? –ella preguntó, con voz quebrada− ¿Eres... mi padre?

Nick cerró los ojos un momento y negó con la cabeza.

−Te conozco desde siempre, Bethany. Nunca dudes que eres afortunada.

Ella agradeció al cielo, que él ahora hablaba normalmente. ¿Se había imaginado que él tenía la boca cerrada?

−Pero...

−La vida es un tesoro y la felicidad es el oro del cofre. –dijo él− La clave es nunca rendirte con el primer obstáculo que encuentres. Tienes que buscar la felicidad, Bethany. Tienes que ser feliz.

Bethany sintió como poco a poco, la fuerza volvía a sus piernas y se incorporó con lentitud. Observó cómo Nick se daba la vuelta y se dirigía a la puerta sin volverse ni una sola vez. Se había quedado sola. Bethany fue a cerrar la puerta sin asomarse al pasillo. No quería descubrir que él se había esfumado como era su costumbre. No era su padre, entonces, ¿Quién era? Y, ¿Cuando la dejaría en paz? Cerró los ojos y los apretó con fuerza, pegando su cuerpo sobre la puerta.

El miedo había desaparecido, más no así el golpeteo de las palabras de Nick en su mente y en su alma. Un chillido agudo salió irremediablemente de su boca e inundó el ambiente, volviéndose después gritos desgarradores. Sentía como su pecho se comenzaba a liberar por fin, de todos los sentimientos amarrados a su alma. Lloró fuertemente, sintiendo que se ahogaba con los espasmos, pero al mismo tiempo reconociendo en su interior, que el llanto era el único remedio a su dolor.

Después de varios minutos, poco a poco fue recuperando la serenidad y su respiración se volvió normal. Se separó de la puerta y caminó despacio hacia su recámara. Se sentía muy cansada. Sólo quería dormir.


El timbre de la puerta sonó una vez más. Bethany abrió un ojo y el otro después. El sonido llegó otra vez y respingó. ¡Alen! Miró el despertador. Eran las nueve y ella no estaba lista. Se incorporó con esfuerzo y el timbre ya estaba repiqueteando otra vez. Se puso de pie con dificultad, sintiendo su cuerpo muy pesado, caminó hacia la puerta mientras se anudaba la bata.

Abrió y su mirada se encontró con un enorme perro de peluche que la saludaba con la pata. Ella sonrió y la tomó para devolver el saludo. El rostro de Alen se asomó por encima del perro y también sonrió, pero luego al mirarla detenidamente de pies a cabeza, enarcó una ceja.

−Ya sé, tengo una pinta horrible. –dijo Bethany, frunciendo los labios.

−No sé de qué me hablas. –él se alzó de hombros− Lo único de lo que me doy cuenta, es que sí eres impuntual.

Bethany sonrió y ladeó su cabeza. Entonces de pronto, Alen fue hasta ella y le plantó un beso en la boca. Bethany se aferró a esa caricia a sus labios, disfrutando de su calidez.

−Lo siento. –dijo ella, al separarse de él− Me quedé dormida.

−No importa, te esperaré. Tienes solo diez minutos para arreglarte o te llevaré tal y como estés. Recuerda, sólo tienes ese tiempo.

Bethany contuvo una risa, después suspiró pensando que ese hombre era encantador. Le dio un vistazo cuando él pasaba junto a ella.

−Estás muy guapo.

Alen se detuvo de golpe y se volvió, mirándola fijamente.

−Permíteme que lo dude. ¿Me acabas de lanzar un piropo?

Esta vez, Bethany no pudo evitar lanzar una carcajada que a él le pareció maravillosa.

−Ya. Créeme, estoy haciendo mi mejor esfuerzo. –repuso ella, dibujando un mohín.

EL PRINCIPE DEL DESEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora