𝟔. En territorio enemigo

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—Vale, estar alerta —dijo JJ, sacando la pistola de la guantera—. Estamos en territorio enemigo.

Me levanté de mi sitio en la parte trasera y le arranqué la pistola de las manos, guardándola de nuevo en la guantera. No me fiaba nada de JJ con la pistola.

—Oye, me da que traer un arma a un hotel de cuatro estrellas causará más problemas de los que al final pueda acabar solucionando —dijo Pope.

JJ sacó su tarjeta de ayudante de camarero y nos dirigimos a la puerta principal del hotel. Necesitábamos investigar una cosa en internet, pero después de Agatha los únicos que tenían internet eran los ricos.

Nos desviamos para entrar por la puerta trasera que daba directa a las cocinas, donde JJ saludaba a sus compañeros de trabajo desde hacía apenas un par de días. Salimos al pasillo y nos colamos en una de las habitaciones con ordenadores para los huéspedes, tuvimos suerte de que estuviese vacía.

Pope se sentó frente a uno de los escritorios y puso en marcha el ordenador. John B le pasó el mapa que su padre le dejo con la grabadora a Pope y esté busco las coordenadas donde debían estar los restos del Royal Merchant. Longitud 34º 57º 30º N, Latitud 75º 55º 42º W.

El globo terráqueo apareció en la pantalla y se acercó rápidamente a la costa isla de Outer Banks, en la Plataforma Continental.

—Como esté en la parte profunda no hay búsqueda del tesoro que valga —dijo Pope.

Todos nos arremolinamos alrededor suya, rogando porque el Royal Merchant estuviera en un lugar asequible. Pope hizo más zoom y más zoom.

—Está en la parte alta —dijo John B, emocionado y aliviado al mismo tiempo—. Doscientos setenta y cinco metros.

—No es mucho... —masculló JJ.

—¿Es factible o qué? —preguntó Kiara.

—Más factible que en la parte profunda —respondí, viendo aún la pantalla—. Pero factible para un Kook con los medios y el dinero suficiente.

La chispa de esperanza que había surgido se apagó súbitamente. Me sentía culpable por chafarles la ilusión, pero era la realidad. En aquel mundo si no tenías dinero no podías hacer nada.

—El desguace —dijo JJ, todos le miramos confundidos—. Tienen un dron con cámara capaz de sumergirse a 300 metros. Es para inmersiones profundas, justo lo que necesitamos.

—¿Y tu padre le echaría sus sucias manos? —preguntó John B.

—A mi padre y a sus sucias manos los echaron. Supongo que al capitán no le hacía gracia que apareciera borracho. Pero el dron está allí, en objetos confiscados.

—¿Cuánto dinero decías que había en el Royal Merchant? —le preguntó Kiara a John B.

—Quinientos millones.

Pope se levantó rápidamente y se puso frente a la puerta para no dejarnos pasar. Nos conocía demasiado bien. Íbamos a robar el dron, pero él era demasiado bueno para estar de acuerdo con nosotros.

—Ni se os ocurra.

—Venga, Pope —dijo JJ, apartándole de la puerta.

Los cinco nos volvimos a escabullir del hotel, ignorando completamente las quejas del pobre Pope.

—No vamos a robar un dron, sólo vamos a tomarlo presado —intentaba convencer John B a Pope ya en la furgoneta camino al desguace.

—El ser humano es el único animal que no distingue fantasía de realidad —dijo Pope.

𝐀𝐒𝐇𝐋𝐄𝐘 𝐖𝐇𝐈𝐓𝐄; 𝘑𝘑 𝘔𝘢𝘺𝘣𝘢𝘯𝘬Where stories live. Discover now