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Capítulo 7: Un saco de sangre 


No sabía qué ponerse. Se puso unas bombachas comunes: rosadas con puntillos blancos. Sin sujetador ya que le incomodaba con tanto vendaje encima. Revolvió entre la escasez de prendas y encontró un camisón de raso con un diseño animal print. Lo más sexy de su ropero. Aquel camisón le quedaba por arriba de sus rodillas. Cuando se sintió lista, aun con un manojo de nervios que cargaba, se animó a abrir la puerta y evidentemente, Michel aguardaba por ella. Él, sin decirle nada, caminó para ir a la habitación de Simon. ¿Entonces... Simon no era quien...? Pensaba Miel para sus adentros. ¿Había sido una ilusión? Lo que Miel sintió fue bastante real y le desilusionó que sólo sea un sueño irreal. 
En cuanto llegaron, Atenea estaba sobre la puerta con una mirada que demostraba desaprobación. Como si estuviera más molesta de lo que acostumbraba, le tiende a Miel un recipiente con las mismas hierbas curativas con un aroma bastante peculiar y bastantes vendas. Lo que Miel llegó a notar es que Atenea sostenía una canasta con exuberantes telas empapadas de sangre seca. Eso la asustó. ¿Tan grave estará? Se preguntaba.

Michel le indicó con la cabeza que se adentrara. Atenea no apartaba su mirada de ella pero Miel pudo distinguir una mirada cargada de... ¿lástima? Apenas podía divisarse una manta de compasión bajo esa máscara de amargura. Sin más rodeos, entró en los aposentos de Simon Otosuki y ahí lo vio: demacrado y sin fuerzas, la mitad de su cuerpo, el tronco superior, colgaba de la cama casi cayéndose al suelo. En cuanto Miel vio aquel debilitado cuerpo doblado y escuchimizado, corrió a socorrerlo. Apoyó las cosas sobre la mesa decorativa y con sus fuerzas lo levantó y terminó por caerse encima de éste sobre la cama. Simón yacía desvanecido e inconsciente, eso alivió a Miel quien se ruborizó de tenerlo cerca. Corrió poco a poco las sábanas y estaba completamente desnudo. 


—Oh... —llevó ambas manos hacia su boca al notar múltiples arañazos de garras y mordidas profundas. Por mas que Atenea había limpiado la sangre que borboteaba de ciertas heridas, estas no sanaban. 


Toma de inmediato el agua de hierbas, humedece unas telas y limpia con sutileza y cuidado cada una de sus heridas: en su cuello, del lado izquierdo, tenía una mordida que llegaba hasta su hombro y sus brazos y espalda estaban arañados con distintos tipos de gravedad, aunque la peor era la que recorría desde sus costillas del lado izquierdo hasta su pelvis. 
Cuando Miel terminó de limpiar sus heridas, se derrumbó en el suelo considerando que eso no era suficiente. Entonces, recuerda las palabras directas de Michel: Simon necesita de su sangre. Nuevamente busca un objeto punzante y allí, sobre la mesa se encontraba una pequeña daga. Imaginó que habría de dejarla Atenea en su última visita a la habitación de Simon. 
Estaba decidida en cortar sus venas pero una oleada punzante y dolorosa se centró sobre su sien. Se tomó de la cabeza intentando serenarse y al tocar su frente, su fiebre había subido nuevamente. Se muerde con fiereza el labio y termina por cortar la palma de su mano, concluyó que eso estaría bien.

Cuando la sangre se hizo más visible, apoyó su palma sobre la boca de Simon. 

Dio una mirada a Simon y no había movimiento. Se sienta sobre la cama y su vista comienza a nublarse.


—Ah —dio un quejido cuando se toca el rasguño, este estaba ardiendo dentro de ella —¡Ah! —vuelve a quejarse cuando Simon la tomó con ambas manos de la muñeca apretando su mano aún más a su boca, absorbiendo la sangre de la mujer —Simon, espera —intenta detenerle pero este hace caso omiso. Cuando se separa, solo deja en evidencia sus notorios colmillos y sin piedad, se insertan en las venas que recorren la muñeca de Miel —¡Ah... Simon! —da un alarido de suplicio. 

Unidos por la sangre y un pasado (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora