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Capítulo 2: El despertar de un demonio 


No dormí en toda la noche.

Estaba atemorizada y mi corazón bombardeaba con fuerzas. Cuando salí de mi shock, comprendí que lo que había visto en la cocina horas atrás no era una alucinación ni tampoco una pesadilla... aquello había sido demasiado real. 
¿Cómo era posible? Sentí un poco de esperanzas cuando sabía que estaba amaneciendo, como si el sol indicara una positiva señal. Sin embargo, no podía quitarme de la cabeza lo anteriormente visto y me recriminaba lo cobarde que fui al no rescatar a Annie. ¿Y si ella necesitaba de mi ayuda...? 

Cuando tocaron la puerta de mi habitación, salté de la cama nerviosa. Para mi fortuna, se trataba de Atenea, quien me ordenó que me vistiera con el uniforme de la mansión y que en quince minutos me esperaban en la cocina para el desayuno. Terminé aceptando. En cuanto vi el uniforme casi me da un disgusto: este consistía en unas medias largas negras pasando las rodillas, unos zapatos negros de charol que estaban un tanto desgastados y un vestido blanco casi símil a un delantal, sólo que este tenía unos detalles delicados de encaje también en negro. Me vestí, peiné y aprovechando los cinco minutos sobrantes pasé al baño para hacer mis necesidades y terminar de retocarme. 

Terminando de bajar los últimos escalones, me crucé a Annie quien también parecía ir yendo a la cocina. 


—Hola, buen día —saludé animada, fingiendo no haber visto lo que vi —. ¿Cómo estás?

—Hola, señorita Fermonsel —asiente cordialmente —, bien. ¿Usted cómo ha descansado?

—Bien pero no me trates como si fuese una anciana —reí discreta —, casi que tenemos la misma edad. ¿Tú qué edad tienes, Annie?

Ella corresponde con una linda sonrisa y responde: —Tengo diecisiete, ¿tú?

—¿En serio? Hasta pensaba que tenias mas edad —contesté —, yo tengo diecinueve. 


Seguramente nuestra conversación seguiría de no ser por Atenea, quien se presentó interrumpiendo con su aura demandante y militar, caminando haciendo sonar sus zapatos sobre el lustrado y brilloso piso de marmol y nos observa desconcertada.


—Miel, es necesario que se dirija a la cocina para desayunar y hablar en privado con el señor Vittorino, quien la está esperando hace cinco minutos —afirmó seria —. No le gusta esperar.

—S—sí, enseguida voy —inquirí y terminé caminando a la cocina. 


Cuando me dieron los instructivos de esta mansión, me dijeron que mi deber es únicamente el cuidado y bienestar del señor Otosuki, con quien debía estar atenta a cuando me soliciten para el ingreso a su recámara. 
Si cumplía con aquello, obtendría acceso sin problemas a la cocina (el señor Vittorino era el único que se sentaba en la mesa principal del comedor central), ya que el personal doméstico cocinaba y comía sólo allí. También, en mis ratos libres podía leer libros de la biblioteca, salir a hacer ejercicios e incluso una vez al mes podría ir a la ciudad junto con Annie. Sí... consideraba que cuando me tocara ir a la ciudad para hacer "compras y pasear", trataría de escapar. Estoy en la casa de un lunático que no es humano. Es un monstruo. ¿Qué hacía con Annie en la medianoche? ¿Bebía de ella...?

Cuando quise darme cuenta, ya estaba en la cocina.

Evidentemente, el señor Vittorino estaba chequeando algunas cosas en su netbook, con unas anotaciones a su lado y... ¿una taza de café?

Unidos por la sangre y un pasado (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora