9

26 6 2
                                    


Capítulo 9: ¿Cuánto suelen durar los buenos momentos?


Eran las diez y cinco minutos y recién ahora Miel se encontraba colocando las hierbas en la tetera de porcelana. En una bandeja preparó una fuente con el agua purificada en hierbas y varios vendajes y telas limpias y también preparó unas medicinas orales que Michel le indicó: dos pastillas rosadas. Cuando se sintió lista, suspiró y encaminó hasta allí.

Diez y siete minutos.

Caminó y cuando estaba a punto de golpear la puerta, escuchó una voz que le dijo adelante. En definitiva, reconoció esa voz ronca, distante. Cuando la puerta rechinó cerrándose tras ella dejándola atrapada dentro de esas cuatro paredes que la rodeaban con acecho, lo vio sentado sobre el sofá.


—Llegas tarde, Miel —afirmó con su voz gélida. 

—S-sí, es que no medí el tiempo al hervir el agua de la tetera —mintió.

—¿Ah, sí? —se levantó hasta costear la mesa que los separaba y se acercó a ella, olfateándola. —Mmm, apestas a... hombre lobo. 

—Estuve hablando con Oliver —contestó intentando mantenerse serena al tenerlo tan cerca.

—¿Ese es el verdadero motivo de tu tardanza? 

—No va a volver a pasar —enuncia sin mirarle a los ojos, a diferencia de otras ocasiones, Simon notó distancia entre ambos por parte de la mujer. —¿Puedes recostarte, por favor? 

Esta vez no batalló para acudir a esa petición, caminó hasta sentarse sobre la cama, sin habla. Miel se acercó y recordó a último momento de colocar las cinco gotas de sangre en su taza de té. Cuando estaba a punto de tomar esa daga para cortarse una vez más, Simón la tomó de la muñeca: —No lo hagas —rompió el silencio.

—Su hermano, el señor Vittorino, me dijo que era necesario para su mejoría —musitó cansada.

—Sólo... cúrame y deja ese té ahí, no quiero ni necesito de tu sangre —advierte hostil —. Así que deja esa daga. No te lastimes más por mí. 


Aquellas palabras hicieron, por primera vez en la noche, que Miel accediera a verle a los ojos. ¿Estará... realmente arrepentido? ¿Su mirada es genuina?. Intentaba buscar alguna respuesta ante los oscuros ojos sin destellos de luz de Simon. Sus expresiones estaban relajadas, casi decaídas, tranquilas. Entonces, Miel soltó con lentitud la daga al mismo tiempo que él soltaba su agarre y volvió a humedecer unas cuantas telas y pasarlas. La mano de Miel, más precisamente su palma izquierda, estaba vendada. Simon miraba aquella mano y la misma muñeca, que aún tenía la marca de sus colmillos cicatrizando sobre su piel.


—Lo siento —susurró tan bajo que Miel parpadeó varias veces pensando si aquello fue una ilusión.

—¿Que...? 

—No me hagas repetirlo —gruñó frunciendo el ceño y desviando su mirada hacia un costado.

—Yo... siento también aquello —con su mano la elevó hacia acariciar su mejilla y en ese instante, se ruborizó del acto atrevido que había tomado. Quitó la mano inmediatamente.

—No —habló Simon tranquilo —, ¿puedes volver a poner tu mano ahí? 


Sin creer las actitudes de quien tenía enfrente, colocó nuevamente su mano sobre su mejilla y con su dedo pulgar realizaba masajes suaves que hicieron suspirar a Simon, mismo que cerró los ojos y se dejó llevar por el momento. Continuaron así unos pocos minutos.


—S-señor Otosuki yo... debo terminar de curarle y...

—¿Si te pido que esta noche te quedes en mi cama, aceptas? —le preguntó haciendo que el corazón de Miel bombardeara con fuerzas su pecho. 

—No lo se...

—Quiero escuchar de tu boca que me dices que quieres quedarte esta noche a mi lado —murmulló.

—Es que...


Miel temía de que algo malo pasara esa noche.

No estaba lista para acceder a nada que no sea descansar. No estaba lista para emociones fuertes que pudieran desgastar su delicado cuerpo malherido y temía de que Simon perdiera esa compostura paciente o aun peor, que estuviera fingiendo para beber de ella hasta matarla. En ese momento, tragó saliva y dudó mucho de las verdaderas intenciones del vampiro.


—¿Qué intenciones tienes?

—Lo que tú me pidas —aseveró con firmeza y seguro.

—¿Aún si solamente quisiera descansar sobre...? —se mordió ligeramente el labio cuando una loca idea cruzó su cabeza. 

—¿Sobre mi pecho? —completó el vampiro como si pudiera distinguir sus pensamientos —Está bien. Sólo eso si es lo que quieres. 


Él le indicó con su cabeza que se deshiciera de aquellos trapos sucios y correspondió a eso dejándolos sobre la mesa. Simón terminó de tomar su té y de tragar esas pastillas rosadas. Miel se encontraba esperando de pie ante él esperando otro indicativo. Cuando terminó, el vampiro la tomó de ambos brazos y la arrastró con delicadeza hasta la cama. Se hizo a un lado y ella se acomodó recostandose en su pecho. El vampiro la había rodeado con autoridad con sus brazos y cuando notó un leve temblor en la joven, acarició cada parte de su cuerpo. Miel, que aun estaba nerviosa de encontrarse comprometida en esa situación, le aceptaba devolviéndole sus caricias y accediendo a acariciar la espalda del vampiro. 
Así pasaron aquella noche. Miel, al paso de las horas se quedó dormida. Simón, por el contrario, jamás lo hizo, solo la observó bajo la manta de la oscuridad, admirando su belleza peculiar.

Ella... realmente es bonita.

Aunque sigue apestando a... lobo. Necesito asegurarme de averiguar las intenciones de ese hombre lobo con Miel antes de que estropee mis planes.

Miel... necesito que seas solamente mía.

Unidos por la sangre y un pasado (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora