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Capítulo 8: El nuevo lobo


Esa misma madrugada, Miel no había dormido mucho. Se levantó al sentir el cantar de las avecillas sobre los árboles y el relincho de los caballos comiendo. Da vueltas de un lado a otro, incómoda y pasa a levantarse. Estaba agradecida de saber que su fiebre había disminuido, al igual que su dolor de cabeza y espalda. No obstante, esa misma mañana tenía un aura sombrío, apagado. Encamina hasta su armario y se coloca una ancha remera vieja y desgastada. Al sentirse lista, sólo queda caminar hasta el baño y su mayor dificultad eran las escaleras. En eso mismo, aparece Annie.


—Oh, buenos días, Miel —saluda cordial tomándola de la espalda, dispuesta a ayudarla a bajar cada escalón —.¿Cómo estás?

—Buenos dias Annie —contestó intentando ocultar su aflicción —. B—bien, aun sobreviviendo a estos dolores.

—Me alegra saber que el señor Otosuki llegó justo a tiempo contigo —informó y Miel abre enorme sus ojos.

—¿El señor Otosuki me...? —ni siquiera podía sonar creíble —¿Él me salvó de ese lobo?

—¿La señorita Atenea no te contó todo lo ocurrido? —interroga sorprendida, aun bajando los escalones con cautela —Sí, el señor Otosuki salió de su habitación y aun en su estado pudo con dos lobos. Teníamos prohibido salir de las habitaciones por precaución y él lo hizo igual. No quería que te hicieran daño.

Esa última frase palpitaron en Miel, igualmente ladea con su cabeza: —Lo dudo. Simon... el señor Otosuki —se corrige —sólo me ve como su alimento. Es lógico.

Casi estaban a punto de llegar a la cocina, y Annie dice su última frase: —Existen muchos humanos. Si el señor Otosuki sólo te mira como si fueras alimento como dices, creeme que no hubiera arriesgado de ese modo su salud y haberte salvado. 


Aun asi, Miel recordaba las crudas palabras de Simon. 

Ella no debía olvidar cuál era su rol en esa mansión.

Atenea estaba en la cocina, regañando al nuevo personal de servicio. Sí, los lobos intrusos habían masacrado a varias personas pero el señor Vittorino se encargó de disimular esas muertes. No obstante, la casa necesitaba limpieza diaria y constante así que no tardó Atenea en solicitar nuevo personal para vivir en la mansión del horror, donde tu vida no estaba asegurada. Atenea regañaba, señalaba azulejos y con un diario enrollado le pegaba a una de las muchachas. Miel sintió lástima y dio una risilla al notar gracioso el malhumor de Atenea. No había noticias del señor Vittorino aunque era costumbre, solía ausentarse en la mansión para atender negocios y asuntos personales. 
Miel terminó desayunando y conversando con Annie hasta que ambas terminaron. Annie pasó a hacer la limpieza en los aposentos de Vittorino y Miel no sabía qué rumbo tomar, eso hasta que Atenea la visualizó.

Valgame... ya me vio la condenada mujer


—¡Miel! —exclamaba Atenea caminando hacia ella —El señor Vittorino fue a tomar unos asuntos importantes pero me indicó que te diera esto —le extiende una carta —, supongo que son instrucciones para tratar con el señor Otosuki, antes de que preguntes. Y espero que no haya problemas, suficiente tengo con el nuevo personal.


Sonrió animada y se detuvo a mirar fugaz a las pobres almas en desgracia que caían ante los regaños de Atenea y su falta de paciencia. Entonces visualizó a las tres muchachas, no muy alejadas a la edad de Miel pero si se notaban mayores que ella y a un muchacho... este la estaba observando desde antes y le dedicó una tímida pero dulce sonrisa. Miel se sintió conmovida y respondió el gesto del mismo modo ya sin prestarle tanta atención a Atenea. El hombre era encantador, poseía unos ojos esmeralda con destellos claros, una tez morena con barba desaliñada sobre su rostro pero bien formada, no tenía tanto cabello y era bastante alto. Escuchaba a la mujer y sus indicaciones pero por lo pronto le dedicaba miradas veloces al hombre, que aparentaba de unos treinta años, y se daba cuenta que este la observaba sin disimulo. 

Unidos por la sangre y un pasado (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora