Capitulo 1

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Los estallidos y gritos de la servidumbre se escuchaban dentro y fuera del templo. La gente huída despavorida hacia la sagrada construcción en busca de refugio ante el ataque del ejército enemigo, Obelia.

— ¡Dejenos entrar! ¡Sumo sacerdote!

— ¡Por favor su santidad! ¡Piedad!

— ¡Deje que los niños se refugien! ¡Al menos ellos!

El Sacerdote observababa todo desde el ventanal de templo. Suspiro y se parto del lugar con pesar.

El no podía permitirse ingresarlos, la seguridad del último descendiente de los dioses estaba resguardado en lo profundo del templo.

Permitirles la entrada a los pueblerinos era dejar vulnerable un área de la construcción.

Rasguño un poco sus manos por los temblores constantes que azotaban los alrededores. Los gritos habían parado.

Los guardias se movilizaron, el ruido de sus armaduras le decían que se dirigían a resguardar las áreas afectadas. Lo más probable es que también tratarían de retener a lo que quedaba de la multitud.

— Señor, por favor perdona a este siervo por no ayudar a tu gente. — rezó una y otra vez, casi al borde del llanto. — Ten misericordia de mi alma.

La puerta azotó la pared, interrumpiendo su rezó. Un guardia enfundado en armadura blanca hizo una reverencia rápida y después se enderezó con exaltación.

— ¡Los invasores están en la entrada del templo! ¡Derribaron a los soldados restantes que cubrían los alrededores del Sur y Este! Estamos desprotegidos, sumo sacerdote. Esperemos sus órdenes sobre que hacer.

El sumo sacerdote tembló. Abrió y cerro la boca, tratando de encontrar palabras. Sentía que su cuerpo colapsaria por todo el estrés y la presión de las decisiones a tomar.

— C-cubran...— alzó por fin la voz. Denotando su miedo por las noticias. — ¡Cubran la entrada del Templo! ¡Que todos los habitantes del templo protejan con su vida a su santidad, nuestro príncipe!

— Entendido.

El guardia reverencio y salió rápidamente de la habitación, dejando atras a un conmocionado sacerdote.
Tembloroso, siguio al guardia hacia la entrada donde la mayoría de sus compañeros, aprendices y sacerdotisas estaban reunidos tratando de retener las pesadas puertas de madera junto a los pocos guardias que sobrevivieron al ataque.

Suspiro al estar a pocos metros de ellos. Debía de demostrar que no tenía miedo, que no estaba aterrado por lo que sucedería al estar aquí, frente al enemigo. Debía de ser un líder fuerte.

— Sacerdote Ian, Jeriko, conmigo. Sacerdotisas cubran las puertas de sellos sagrados, aprendices ayuden a los guardias a retener la entrada.

Acatando las órdenes, cada grupo se movió lo más rápido posible, evitando momentáneamente la entrada a los invasores mientras los sacerdotes planeaban su siguiente movimiento.

— No podemos hacer mucho, sumo sacerdote. — Ian hablo angustiado. La puerta no dejaba de tirar por la fuerza ejercida. — Nuestra magia es sagrada, bendita. No se utiliza para matar o herir.

Los sellos comenzaron a rasgarse.

— Necesitamos más tiempo. Tenemos que escapar. — el sacerdote Jeriko hablo desesperado. — ¡Esto es suicidio!

Ian apretó el brazo de su compañero. — Baja la voz y calmate Jeriko. Sabes muy bien que no podemos abandonar el templo.

— ¡Entonces-!

La puerta comenzó a sonar más violenta que antes. Los sellos se rompieron y la fuerza de los guardias y aprendices ya no era suficiente para retenerla.

Estaban entrando.

El pánico comenzó.

— ¡Sumo sacerdote! ¡¿Qué hacemos?!

Las sacerdotisas retrocedieron asustadas hasta los sacerdotes.

— ¡Tenemos que atacar! ¡Usemos los rezos dividos-!

— ¡No servirán!

— ¡Sumo sacerdote!

Un estallido de magia azulada derrumbó la puerta, partiendola en mil pedazos.

Aquellos que sostenían la entrada cayeron muertos por el impacto.
Las sacerdotisas en un acto de sacrificio cubrieron a los sacerdotes, recibiendo de lleno el ataque.

Los único que quedaron con vida fueron los sacerdotes. Los tres hombres temblaban ante la conocida presencia monstruosa.

Claude de Alger Obelia.

— Matenlos.

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El emperador de Obelia obtuvo nuevamente la victoria. Había conquistado un imperio aledaño, uno poco conocido, pero demasiado interesante. Sin un líder presenté, aquel imperio era un blanco fácil.

- ¡N-no! ¡por favor! ¡no entre en la habitación! ¡No lo haga! AGH-

Claude hizo oídos sordos y avanzó, dejando el saqueo del templo a Félix.

Destrozó las decoraciones; cuadros, mesas, sillas, cortinas. No debía quedar absolutamente nada de este imperio, nada que los hiciera resurgir cómo una amenaza.

Conforme avanzaba las decoraciones cambiaban a un color demasiado puro, blanco. Las paredes pintadas y decoradas de blanco.
Aún con la marcada diferencia de antes, no detuvo su paso. Al doblar, se encontró con una puerta sellada.

Sonrió levemente ante la magia que rodeaba la puerta. No sería sencillo derribarla.
Aplicó gran parte de su magia en su espada para poder despedazar la madera.
Y al hacerlo obtuvo lo que menos esperaba.

- Sacerdote Damian, ¿Es usted?

Un niño. Un niño reposaba en la mullida cama blanca, rodeado de almohadas y finas telas que colgaban del techo.
Parte de su rostro era cubierto por una extraña decoración que no dejaba a la vista sus ojos. Además de eso, estaba vestido de una manera extraña, con túnicas blancas bordadas de oro y plata.

- ¿Sacerdote? ¿Ya es hora de comer?

Claude no dijo nada, se mantuvo observando los suaves movimientos del niño. Era sorprendente lo bien que podía moverse al no tener la posibilidad de ver con esa cosa en su cabeza.

El niño se acercó a el a paso suave y estiró sus brazos para ser tomado.

— Sacerdote, ¿Podemos comer las galletas que mi abuelito mando para mí?

Contradiciendo su comportamiento habitual, el emperador tomó en brazos al adorable niño que reía alegre de por fin salir un poco de la habitación.

Si tan solo supiera...

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