Capítulo XII

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La sensación extraña de vacío y dolor que tenía en la mañana se disipó, por el momento, lo único que sentía era alivio, es más, me sentía flotar entre las sabanas, la cama era como un algodón de azúcar; quién diría que entre el caos y la tristeza terminaría el día así de eufórica.

—Duérmete ya, Verónica—exigió René de forma autoritaria.

—En eso estoy—me giré para verlo de frente—, ¿cómo sabes que no estoy dormida?—me quejé.

—Por tu respiración intranquila y porque no dejas de moverte de una lado a otro como pez fuera del agua—respondió con fastidió—. Ni creas que vas a tener un momento Nothing Hill.

—¡Yo no estoy esperando que Mateo venga al cuarto!—repliqué entre dientes indignada y avergonzada por la simple idea de que sugiriera que quería que el cuervo apareciera en mi habitación.

—Más te vale—bufó, se acercó a mi almohada y se hizo bolita al lado mi cabeza—. Oye...—dijo bajando el volumen.

Murmuré ya con los ojos cerrados.

—Y...—titubeó—. ¿Qué se siente dar tu primer beso?

"¿Qué se siente dar mi primer beso?" repasé mentalmente.

Me removí emocionada.

Ahora sí, René tenía toda mi atención.

—Supongo que no es tanto el contacto físico lo que lo hace especial, sino, la persona con la que compartes el momento—empecé a decir.

—El momento, la saliva y las bacterias—agregó René.

Rodé los ojos.

Qué manera de matar el romance.

—Ya no te voy a contar nada—refunfuñé.

René, se veía divertido ante mi reacción.

—Bueno, bueno, lo siento. Duérmete ya, necesitaras estas horas de descanso y mal carácter para afrontar a tu cuidadora—dijo con suspicacia.

Y de golpe me bajó de mi nube, ¿era necesario mencionar a esa mujer?

—Yo no tengo mal carácter—concluí de mala gana.

——————☾✩☽——————

Me despertó el ruido de ollas y sartenes chocar, ¿qué estaría tramando Mateo en la cocina?, por lo menos estaba haciendo sentir su ser como en casa.

Como era costumbre, las ganas de hacer pipí me indicaron que era momento de pararme de la cama, al incorporarme me percaté que René no estaba en la habitación, la puerta medio abierta lo delataba; seguro estaría de limosnero en la cocina o peleando con las palomas en el balcón.

Del otro lado de la cama el celular se cargaba, estiré el brazo y lo desconecté. La pantalla al iluminarse marcaba que eran las nueve y media de la mañana, aún quedaban varias horas para mi partida, valía la pena aprovecharlas.

Fui directito al cuarto de baño, primero para hacer pipí y como segundo, no dejaría que el hombre que me besó una noche anterior me viera con el cabello enmarañado, la cara hinchada y los dientes sin lavar. No, no, no. Prioridades y vanidad ante todo.

Abrí la llave para lavarme el rostro, el agua fría siempre me despabilaba, antes de sujetarme con una liga el cabello para no mojarlo me quedé quieta mirando mirándome espejo, ya no me molestaba lo que veía, esa era yo.

Una de las cosas que aprendí a disfrutar con el estancamiento de mis poderes era el cabello lacio, no tenía que luchar con los rizos rebeldes, ponerme kilos de crema para peinar, ni domar una melena de león, en ocasiones claro que extrañaba mi cabello lleno de magia, pero, entendí que el mudar de piel es necesario, los cambios nos indican que algo está sucediendo, que tenemos una oportunidad de dejar ir y volver a construirnos a nosotros mismos en una nueva y mejorada versión. Construir ese castillo de arena.

La bruja que jugaba con el tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora