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Hong Joong tardó años en aprender a forjar hojas de metal para cualquier arma. Al principio se cortaba, quemaba, e incluso con la madera era algo desastroso. Por suerte para él, tenía una tía que aprendía rápido y sólo con escuchar cómo uno de los vecinos se lo explicaba a su sobrino, ella podía hacerlo, y Hong Joong acabó aprendiendo un poco de ella. Sobre sus veinte, Hong Joong trabajó tres años con uno de los herreros de su pueblo, del cual memorizó todos sus consejos. De esa manera, además de poder aportar dinero en su casa, perfeccionaba las que podía considerar sus creaciones. No eran distintas en absoluto a lo que otros podían hacer, pero él las veía como especiales porque únicamente las utilizaría para matar a ciertos seres: la familia real de los vampiros.

Cuando se enteró de milagro que San y sus hombres habían decidido que empezarían esa combinación de rebelión y masacre que querían hacer el siguiente día, se preparó. Al salir de su casa, llevando con él su carcaj de piel y madera, y un cinturón oscuro con distintas armas de metal, se dirigió a la capital atravesando un bosque.


Hong Joong, a medida que caminaba por un sendero entre los árboles, observaba cómo la luz de la luna creaba un juego de sombras y destellos plateados en el suelo repleto de hojas caídas. El crujir de las ramas bajo sus pies y el suave susurro del viento lo envolvían, creando una sinfonía natural que lo acompañaba en el principio de la misión que tenía esa noche. Esa que estuvo tantos años moldeando para que acabara con un final perfecto.

A medida que avanzaba, podía ver algunos destellos de vida nocturna. Los ojos brillantes y curiosos de algún animal que no tardaba en ocultarse entre la maleza al escuchar a Hong Joong. El aire estaba impregnado de aromas terrosos y frescos, consiguiendo que Hong Joong sintiera una leve pizca de paz. 

Pero esa paz se acabó en un instante cuando, a varios metros, escuchó ruidos que no parecían provocados por algún animal pequeño. Hong Joong se escondió tras unos árboles altos de ramas anchas. Se quedó esperando hasta que vio varios felinos grandes, de aproximadamente dos metros de altura y dos y medio de largo, caminando tranquilos detrás de una persona. Hong Joong nunca supo cuál era su aspecto real, pero el nombre de aquél chico surgió en su cabeza en un instante.

La primera vez que Hong Joong supo que había una persona como Woo Young, se quedó muy sorprendido. ¿Cómo era posible que un humano pudiera tener felinos gigantes? Por lo que él había leído, esos animales eran imposibles de controlar. Ninguna persona, por muy fuerte o inteligente que fuera, podía siquiera acercarse sin acabar devorado. Pero ese chico que parecía de su edad tenía a tigres y pumas caminando tras él como si fueran cachorros siguiendo a su madre. Hong Joong estaba seguro que si fuera él, incluso llevando toda la vida con esos felinos, se pondría nervioso sabiendo que estaban a su espalda y que en cualquier momento alguno podía abrir la boca y comerle la cabeza en un segundo.

Justo cuando Woo Young estaba pasando por delante de Hong Joong, se detuvo en seco. Hong Joong se asustó pero no movió un solo músculo. Woo Young giró la cabeza, mirando en su dirección. Byeol, que caminaba a su lado, imitó a Woo Young. No me jodas, no puedo morir así, pensó Hong Joong apretando los puños.

—Te recomiendo que salgas —dijo Woo Young. Al no recibir respuesta, chasqueó la lengua—. ¿No ves lo que llevo conmigo? Sé inteligente y hazme caso.

Hong Joong tragó saliva y dudó. Finalmente, se apartó del árbol donde se escondía y se dirigió con cautela hacia Woo Young, que lo miraba con los brazos cruzados. Estando a unos metros, Hong Joong pudo sentir que era observado como si no fuera más que una combinación de carne y sangre.

—¿Qué haces aquí a esta hora?

—Tengo que alimentar a mi familia, así que aprovecho esta hora para cazar algunos conejos —Woo Young asintió un par de veces.

El sentimiento de estar vivo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora