Era la tercera vez en dos años que Jimin cruzaba las puertas de un instituto nuevo. Con diecinueve años recién cumplidos, de pelo y piel morena, ojos de un intenso color negro acompañados de largas y tupidas pestañas, un cuerpo alto y de músculos definidos, y un aura a su alrededor que describía: "CUIDADO CON EL MACHO PORQUE MUERDE", nadie diría que la razón por la que había sido expulsado de sus antiguos centros era por el hecho de ser gay. Bueno, quizás no por el hecho de serlo, sino más bien porque otros no lo aceptaban. Pero ahí radicaba el asunto, él tampoco toleraba que los demás no lo dejaran tranquilo, por lo que, de igual manera que entraba por aquellas puertas, salía con sus nudillos cubiertos de una capa de sangre.
Sólo había unas pequeñas palabras que hacían que Jimin cambiara su modo habitual de tranquilo, serio y observador, a su modo pit- bull de "te arranco la cabeza con mis dientes": chupapollas, sarasa, lameculos y, por encima de todas, puto maricón de mierda. Esta última era el motivo por el que estaba entrando de nuevo a otro instituto. El pobre muchacho que fue destinatario de la rabia y los puños de Jimin aún seguía en el hospital con una costilla rota que casi había perforado el pulmón.
Jimin supo que le atraían los hombres desde que, un día en un lago, todos sus amigos se bañaron desnudos. No entendía muy bien por qué no podía dejar de observarlos viendo sus pequeños cuerpos brillantes por el agua bajo el sol. Sólo tenía doce años, pero tampoco le era desconocida la sensación que se centró en su bajo vientre y entre sus testículos. Ya se había masturbado, aunque nunca su centro de deseo fue alguien definido, o varios, en aquel caso. Desde que supo de su orientación sexual nunca se reprimió por ello, y lo aceptó del mismo modo que si le "hubiese tocado" ser heterosexual.
Perdió su virginidad a los dieciséis en una noche de fiesta. Había tenido sus pequeños escarceos de besos, sobeteos, trabajos manuales y alguna que otra mamada en aquellos cuatro años, así que sintió que lo único que quedaba era el paso final. Dolió, ¡Joder!, dolió, pero finalmente terminó gustándole, sobre todo cuando le tocó ser la parte activa. Personalmente se encontraba más a gusto en ese rol, pero ser versátil no era algo que le incomodara.
Y ahí estaba, sentado en el despacho del director de su nuevo instituto, escuchando una perorata de las normas civiles y sociales que debía seguir. No era habitual que el director se reuniera con cada alumno nuevo, pero debido a que lo hacía en mitad del curso escolar –y con sus antecedentes de los "altercados" anteriores–, tuvo que estar durante media hora asintiendo como un borrego a cada explicación del hombre.
De todas formas, aquel instituto distaba mucho de los que le precedieron. Éste se caracterizaba por su mala reputación respecto al elenco de seres que albergaba: chicos y chicas con problemas de adaptación, familiares o sociales. No es que fuera la tónica en todos los estudiantes el tener algún tipo de tara social, pero sí abundaba bastante. Quizás esa fue la razón por la que sus padres escogieron ese lugar. Quizás pensaban que podría redimirse entre esas paredes. Quizás creían que, en vez de ser él quien soltara los puños, podría toparse con alguien que se los devolviera a modo de escarmiento.
Sinceramente, a Jimin le daba lo mismo. Era otro instituto más, otros estudiantes más con los que bregar, otro tiempo más que pasar.
Salió del despacho del director cargando en sus brazos los nuevos horarios de sus clases, un plano del centro, una libreta con bolígrafos, y su mente abarrotada de un sermón de educación que le atormentaría el cerebro por días. Plano en mano, se dirigió a su primera clase. Había repetido primero de Bachiller debido a las entradas y salidas de los institutos en tan poco tiempo, por lo que los estudiantes con los que compartiría estudios serían un año menor que él.
Se sentó en el primer asiento vacío que vio y comenzó a observar a sus compañeros. Observar, sí. Esa era la mejor virtud que poseía Jimin.
Gracias a eso, su gay-radar nunca lo había defraudado en todos esos años. Como en una película tonta americana, comenzó a separar en grupos a los estudiantes. Estaba el típico grupillo de los pardillos, sentados al principio de la clase con sus libros ya abiertos por la lección del día. Como no, no podían faltar los chulos, arrejuntados al final con sus aires de superioridad de "a nosotros no nos toca nadie". Y mezclados entre ellos, pudo observar a un vario pinto collage de grunges, góticos y algún que otro normal. Sin embargo, había un ambiente distinto a sus otros centros; se palpaba esa reputación de marginación social por la que era conocido el instituto.
Jimin no le dio más importancia a ese hecho, ni al que algunos de sus nuevos compañeros lo escrutaran como si fueran a diseccionarlo al igual que en una clase de ciencias.
Las dos primeras horas se desarrollaron con normalidad, a excepción de varias regañinas por parte de los profesores al grupo del final por no prestar atención. Tocó la campana finalizando la segunda clase y dando paso a la media hora del recreo. Jimin no había entablado conversación con nadie, con lo que cogió su plano del instituto y, solo, se dirigió a la cafetería para desayunar. Compró un café junto con un bocadillo, y se sentó en las escaleras fuera de la cafetería a tomárselos.
Una risita juguetona de mujer le hizo levantar la mirada de su desayuno. Justo al lado de la puerta de la cafetería, se encontraba una chica de pelo largo, liso y rubio, con los labios pintados de un color rosa suave y unas largas pestañas. La muchacha volvió a reír, pero esta vez de una forma más sensual, acompañando aquella risa con una caricia de su mano sobre el pecho de un muchacho. Jimin siguió el movimiento recreándose en aquel torso, e instintivamente fijó su mirada en el chico.
«Joooderrrr...». Ese fue el único pensamiento que llenó su mente.
Aquel tío moreno, de ojos grandes y azules, algo más pequeño tanto en altura como en musculatura que Jimin pero duro y fibroso, con una chaqueta negra de cuero que acentuaba el color ligeramente oscuro de su piel, y la sonrisa... aquella sonrisa, dibujando en sus mejillas los hoyuelos más profundos que Jimin había visto en toda su vida. Masticó el bocado que había dado a su bocadillo lentamente, mirando casi embobado al chico, con esa mirada profunda que se caracterizaba en Jimin cuando su mejor virtud se ponía en funcionamiento: observación.
La chica agarró del cuello al muchacho y acercó sus labios al oído: — No mires ahora Jungkook, pero al tío sentado en las escaleras lo han expulsado de dos institutos distintos en dos años. —La muchacha le acarició el cuello sensualmente y prosiguió—: ¿Y sabes por qué?... Porque es maricón y se peleó a puñetazos con los tíos que lo insultaron.
Jimin vio que el chico mostraba una ligera sonrisa en sus labios con respecto a lo que hubiese dicho la muchacha. «¡Vaya!... Dejaría de pajearme una semana si me sonrieras así, tío...», pensó Jimin, terminado lo que quedaba de su desayuno.
—¿Y cómo te has enterado de eso, nena? —preguntó Jungkook sin dejar esa media sonrisa en su cara, aunque ya sabía la respuesta.
—Ser la querida sobrinita del director tiene sus ventajas —contestó mientras le lamía suavemente el lóbulo de la oreja.
El ronco gemido que el muchacho emitió no le fue indiferente a Jimin, que casi se atraganta con el último sorbo de su café. Podía hacerse una clara idea de lo que la rubia estaría haciendo oculta tras la curva de ese cuello sinuoso. Una nítida vena palpitaba en él, haciendo su recorrido desde la garganta hasta ocultarse bajo aquella chaqueta negra. En ese mismo momento, los ojos azules desviaron la mirada de la cabellera de la chica y fueron a posarse justo sobre los negros profundos de Jimin. Ninguno apartó la mirada, ninguno mostró más que un semblante recto, mirando... observando... escrutando.
Y allí lo vio Jimin. Sintiendo cómo el último trago de su café se deslizaba a través de su gaznate, aquellos grandes ojos azules le decían que estaba ante uno de los tíos más salvajes y duros del instituto, y que probablemente sería él quien manejara los hilos en aquel lugar.
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Clase a clase ; jikookmin
FanficJimin, fornido, moreno y de diecinueve años, es expulsado de su instituto por pelear con todo aquel que lo insulta por ser gay. Al entrar en un nuevo centro, donde se reúne lo peor de la ciudad, lo que menos imagina es que un arrogante, engreído e i...