La Sangre del Mar: La Chica Maldita

La Familia Feliz

En mi familia existe una leyenda, "solo aquel que sea más fuerte vivirá, pero se enamorara de la tempestad y eso le dará la gloria máxima o será su sentencia de muerte".  Por años hemos honrado a nuestros ancestros por su sabiduría, pero hasta el momento no hay nadie con exactitud que haya cumplido con la leyenda.

Mi nombre es Amirani la que vive en el mar, desde pequeña no he tenido facilidad para convivir con las personas, tras la muerte de mi madre, mi papá se dedicó a trabajar sin parar, eso en parte le trajo mucha reputación para crear las armas de las fuerzas de nuestro pueblo, empezó a ganar bastante dinero y conoció a Yadira, mi madrastra. Yadira era la viuda de un hombre aparentemente rico, aunque raramente no usaba joyas ni ropa fina cuando ella y mi papá se estaban conociendo, tiene una hija con la cual me llevó unos pocos años, tras unos años tuvieron a Trebol, mi pequeño hermano.

Desgraciadamente mi papá casi nunca está en casa, se la pasa en el taller de herrería o visitando los cuarteles de las fuerzas reales y mi madrastra se encarga de administrar el dinero de la casa, no se mete conmigo pero hace como si no existiera, solo el pequeño Trebol me considera parte de su familia. Desde pequeña edad me las tuve que ingeniar para ganarme la vida, aunque tenía la ayuda de mi abuela, ella me enseñó grandes cosas para poderme defender en esta vida.

Cuando tenía 6 años unos niños de la escuela comenzaron a molestarme porque nunca iba mi papá o mi mamá a recogerme a la escuela, me tiraban encima su almuerzo, me empujaban a los charcos y aunque sus propios padres lo veían, no les decían nada. En el pueblo se corría el rumor de que yo había nacido maldita o con algún tipo de enfermedad y por eso mi madre había muerto durante el parto, mi abuela vió todo un día y al llegar a casa, me abrazó, no uno de esos abrazos de consolación, solo fue un abrazo de esos que te abre el alma y hace que saques todo lo que traes adentró.

Días después en lugar de ponerme hacer los deberes, mi abuela decidió que tendríamos una lección de artes marciales. La abuela me comentó que cuando ella era una niña de mi edad, era común que las familias entrenarán a sus hijos sin importar si eran hombre o mujer, pero apartir de que los reinos entraron en paz, los reyes prohibieron que se les educara a los niños con odio, prohibieron que se les enseñarán lecciones de guerra a menos que ellos los escogieran para ser parte de las fuerzas reales. Mi abuela veía algo en mí, algo especial y sabía que algún día necesitaría esos conocimientos. Empezamos entrenando en el patio de su casa, ella sabía de todo, marometas, defensa, ataque, patadas, un poco de boxeo para combate cerrado y tiro con arma larga.
Al principio los entrenamiento fueron muy pasados, no entendía lo que estaba haciendo, ni para que me serviría, mi cuerpo se agotaba con facilidad y todo el tiempo estaba cansada, me terminaba durmiendo en clases y despertaba con papelitos pegados al cabello, pero la abuela seguía persistente con los entrenamientos, "Un día entenderás que esto no es solo técnica y puro ejercicio, mi niña. Necesitas fuerza para continuar, fuerza para encontrar tu caminó" así que yo seguí con los entrenamientos y al cabo de unos meses ya estaba mejorando y tomándole el gusto.

En una ocasión hice enojar a la abuela por haber golpeado de una manera muy agresiva a una compañera de clase, me sentía muy culpable, porque aunque la mocosa se lo había ganado al hablar mal de mi madre, yo no había cumplido con la promesa que tenía con la abuela que "No usaría mis habilidades sobre la gente, por motivos irrelevantes". Para la abuela existía una clase de personas con las que no valía la pena pelearse, ya que solo existían para estorbar. La niña fue atendida rápidamente pero le quedó un buen moretón en el ojo que no la dejaría ver por algo de tiempo, por suerte la que recibió la queja de la directora del colegio y la madre grosera de la niña, fue mi abuela y no mi padre.