Amairi sentía que la cabeza le iba a estallar. Las imágenes frente a ella eran borrosas, y cada vez que intentaba moverse, un dolor punzante recorría su cuerpo. A pesar de su estado, logró pestañear varias veces hasta que comenzó a distinguir el entorno: una combinación de madera y metal, con una pequeña ventanilla con barrotes en uno de los costados, por donde apenas se colaban unos débiles rayos de sol.
Al mirar alrededor, descubrió que no estaba sola. Había hombres y mujeres jóvenes, todos colgados de unas mancuernas que sobresalían del techo y con mordazas que les impedían hablar. El ambiente era opresivo, pero antes de que pudiera procesar todo lo que veía, una puerta metálica se abrió con un chirrido, y el sonido de pasos descendiendo por unas escaleras llenó el espacio.
Amairi, pensando rápido, decidió hacerse la inconsciente.
—¿Cómo sigue el hombro, general? —preguntó una voz masculina, familiar pero difícil de ubicar en ese momento.
—Mucho mejor, Capitán. La medicina ha comenzado a cerrar la herida. —Era el mismo sujeto que la había secuestrado—. Pero aún no entiendo cómo ocurrió.
—Yo tampoco —respondió el capitán con desdén—. ¿Dices que fue ella?
—Así es, Capitán. Creo que tiene algo especial.
—Tonterías —replicó el capitán, claramente molesto—. Solo fue el material del que estaba hecha su zapatilla. Pero jamás esperé que alguien como ella llevara algo tan peculiar.
—¿Qué piensa hacer con ella, Capitán?
—La venderemos en la subasta cuando lleguemos al Puerto de Cara Negra —respondió, con una pausa antes de continuar—. Da las órdenes a los marineros. Quiero que estemos listos para zarpar.
—Sí, Capitán —respondió el general, alejándose.
—No tienes nada en especial… —murmuró el capitán en voz baja, casi para sí mismo, antes de marcharse también.
Amairi sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo al escuchar la voz del capitán. Algo en ella despertó una mezcla de temor y curiosidad. Miró por la ventanilla y vio el océano extendiéndose en todas direcciones, el vaivén de las olas acompañando el movimiento del barco.
Su mente comenzó a conectar los puntos. Estaban en un barco pirata. Habían sido secuestrados por piratas.
Recordó los cuentos que su abuela le había contado sobre los piratas de Vallorda: saqueadores despiadados que aterrorizaban las costas. Su abuela siempre dramatizaba la historia, interpretando personajes y cambiando detalles, pero ahora Amairi se preguntaba si todo aquello había sido verdad.
El tiempo pasaba lentamente, y Amairi comenzó a cansarse de su incómoda posición. Aunque le habían dado una manta para cubrirse, su vestido ligero no era adecuado para el frío del lugar. Fue entonces cuando notó que la chica a su lado comenzaba a moverse.
Era Laiss, la joven del vestido azul celeste. Sus ojos se abrieron, llenos de pánico, y comenzó a forcejear frenéticamente contra sus ataduras. Su desesperación contagió al resto de los prisioneros, que también empezaron a luchar contra sus cadenas y a hacer ruido.
Amairi quería decirles que se calmaran, que no alertaran a sus captores, pero las mordazas se lo impedían.
El sonido de pasos volvió a llenar el aire, esta vez más apresurados. Tres hombres descendieron por las escaleras. Uno de ellos, más alto y corpulento, tomó la delantera mientras los otros dos lo seguían de cerca.
—¿Qué está pasando aquí? —gruñó el líder, mirando con desdén a los prisioneros que se agitaban en sus ataduras.
Amairi, aún colgada, evaluó rápidamente la situación. Sabía que no podía enfrentarlos directamente, pero también sabía que no podía quedarse esperando. Había llegado el momento de actuar.
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La Sangre del Mar: La Chica Maldita
Novela Juvenil¿Qué harías si un día unos piratas atacarán tu pueblo y dejarán todo en cenizas? ¿Buscarías venganza o te unirás a ellos? Amairi siempre ha tenido una vida enreda, vive con su abuela, a causa de que prefirió alejarse de su padre, de su nada amigabl...