La Familia Feliz

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En mi familia hay una antigua profecía: "Solo aquel que sea más fuerte vivirá, pero se enamorará de la tempestad. Esa unión le otorgará la gloria máxima… o será su sentencia de muerte." Durante generaciones, hemos honrado esta leyenda como una reliquia de sabiduría, pero nadie ha logrado cumplirla.

Soy Amirani, "la que vive en el mar". Desde pequeña, siempre fui diferente. La muerte de mi madre marcó mi infancia, y mi padre, consumido por el trabajo como herrero del reino, se perdió en su obsesión por la perfección. Esa dedicación le trajo fama, pero a mí solo me dejó una casa vacía y la compañía de Yadira, mi madrastra.

Yadira era una mujer extraña, viuda de un hombre adinerado que, curiosamente, nunca lució joyas ni riqueza. Trajo consigo a su hija, quien apenas me sacaba un par de años, y más tarde tuvo a Trébol, mi pequeño hermano, el único que me veía como familia. Mi padre rara vez estaba en casa, y Yadira me trataba como si fuera invisible.

Crecer con ese vacío me obligó a aprender a defenderme. Mi abuela, una mujer de espíritu indomable, se convirtió en mi refugio. Ella me enseñó todo: desde sobrevivir con poco hasta el arte de la lucha. "La fuerza no es solo para la batalla, mi niña. Es para encontrar tu camino cuando todo parece perdido", decía mientras me entrenaba en su pequeño patio.

Mi abuela había vivido tiempos en los que el entrenamiento marcial era una tradición, pero ahora las artes de combate estaban prohibidas a menos que fueras elegido por las fuerzas reales. Eso no la detuvo. Me enseñó defensa, ataque, boxeo, incluso tiro con arco. Los entrenamientos eran duros; al principio no entendía para qué servían. Estaba cansada, agotada y, a menudo, me quedaba dormida en clase. Pero ella insistía: "Un día lo entenderás."

Todo cambió el día que rompí nuestra promesa. En un arranque de ira, golpeé a una compañera de clase que se burló de mi madre. Mi abuela me hizo prometer que nunca usaría lo aprendido por motivos triviales, pero había fallado. Esa noche, mientras daba vueltas al patio con dos cubetas de agua como castigo, entendí la lección: la fuerza no solo está en los puños, sino en el control.

Pero la calma que tanto me esforcé por encontrar no duraría mucho. Mi vida dio un giro el día que mi padre la conoció a ella.

Aquella mujer, tan perfecta y misteriosa como una tormenta en el horizonte, traería consigo algo más que secretos. Su llegada no solo pondría a prueba todo lo que había aprendido; sería la primera señal de que la leyenda de mi familia estaba a punto de cumplirse. Y yo, Amirani, estaba en el centro de la tempestad.

El nombre Yadira no solo resonaba como una nota discordante, sino que parecía un presagio. Mi padre la conoció una noche cualquiera, al salir tarde del taller en la capital. Un choque casual afuera de un bar fue suficiente para que su mundo, y el mío, comenzaran a cambiar. Según él, habían entrado a tomar algo con unos amigos, pero después de esa noche, sus viajes a la capital se hicieron más frecuentes, hasta que un día llegó con ella… y su hija.

Dany, la hija de Yadira, era todo lo que su madre no: hermosa, delicada y llamativa. En la escuela, su llegada causó revuelo. Era "la niña bonita de la capital", un título que nunca pareció molestarle. Aunque compartíamos techo, nuestras vidas no podían ser más diferentes. Yo, acostumbrada a luchar por cada cosa, y ella, acostumbrada a recibirlo todo. Nunca fue cruel conmigo, pero tampoco hizo nada cuando los rumores nos comparaban, cuando los demás se burlaban de mí por ser "la bastarda olvidada".

Todo empeoró con la llegada de mi hermano Trébol, el nuevo centro del mundo de mi padre. El cuarto que antes era mío se convirtió en la habitación del bebé, y me relegaron a compartir con Dany. Aunque ella era callada en casa, la tensión siempre estaba ahí, latente, como una tormenta esperando estallar.

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Una noche, después de uno de mis entrenamientos con la abuela, volví al hogar vacío. Era raro no ver a nadie, pero subí las escaleras en silencio, lista para terminar mis deberes. Entonces, vi a Dany en la cocina, con las luces apagadas, sosteniendo un cuchillo en la mano.

—¿Todo bien? —le pregunté, desconcertada.

—En la escuela dicen que dejaste ciega a una niña hace años. ¿Es cierto? —preguntó sin emoción, pero con un tono que helaba la sangre.

—Los rumores son cada vez más absurdos. No les hagas caso, tú deberías saberlo mejor.

—Son demasiado interesantes para ignorarlos —respondió mientras el brillo del cuchillo reflejaba el parpadeo de la luz de la calle.

Antes de que pudiera reaccionar, Dany giró el cuchillo y, sin vacilar, lo hundió en su propio costado. Su grito desgarró el silencio. Las luces se encendieron, y Yadira apareció, alarmada, con el bebé en brazos.

—¡¿QUÉ SUCEDIÓ AQUÍ?! —gritó mi madrastra.

—¡Fue ella! —Dany señaló hacia mí con voz temblorosa—. Yo solo bajé por algo de comer y… ella…

Mi padre me fulminó con la mirada.

—¡Explícate, Amirani! —rugió.

Pero las palabras no salían. Estaba paralizada, atrapada en el laberinto de una mentira perfecta.

—Tranquila, mi niña. Ella debe estar celosa de ti —dijo Yadira mientras abrazaba a Dany, quien sonreía débilmente.

Mi padre no dijo más, pero su mirada estaba cargada de decepción. Sabía que había perdido su confianza, y con ella, cualquier esperanza de redención. Subí corriendo a mi cuarto, empacando lo poco que tenía: fotos de mi madre, unas pocas prendas desgastadas. No había mucho más; hacía tiempo que mi padre había dejado de cuidarme.

Llegué a la casa de mi abuela al caer la noche, cargando una bolsa casi vacía y un corazón lleno de rabia y dolor.

—Amirani, ¿qué haces aquí? —preguntó, preocupada.

Le conté todo, desde la mentira de Dany hasta la mirada de mi padre. Por un momento, pensé que mi abuela tampoco me creería. Pero después de un largo silencio, habló:

—Te creo, mi niña. Suena loco, pero sé que no harías algo así.

Las lágrimas que había contenido todo el camino finalmente brotaron.

—No puedo volver, abuela. Él ya no me quiere… ni me cree.

Ella me abrazó con fuerza.

—No te preocupes, siempre te he cuidado, y siempre lo haré. Aquí estás a salvo. Además, me vendrá bien algo de ayuda joven en la casa.

Y así, dejé atrás el hogar donde nunca encajé. Fue el comienzo de una nueva vida, una donde la tormenta apenas estaba empezando a formarse.

La Sangre del Mar: La Chica Maldita Donde viven las historias. Descúbrelo ahora