Conociendo al príncipe heredero

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Amairi subió las escaleras apresuradamente, aunque las zapatillas no se lo ponían nada fácil. Mientras giraba hacia el corredor que conducía al gran salón, de repente chocó con alguien, perdiendo el equilibrio y cayendo hacia atrás. Un dolor agudo le recorrió el tobillo al torcerse ligeramente.

—Disculpe, no alcancé a verla —dijo una voz masculina, fina y elegante, con un toque de preocupación.

Amairi levantó la vista y quedó sin aliento al ver al hombre frente a ella. Nunca había visto a alguien así. Era alto, con una postura fuerte y segura, y vestía un traje negro con detalles en rojo, claramente hecho a la medida. En su pecho lucía varias medallas, lo que indicaba que pertenecía al ejército, y no en cualquier rango.

—Permítame ayudarle —dijo mientras le extendía la mano.

Amairi, aún aturdida, la tomó antes de poder pronunciar palabra alguna.

—Muchas gracias —murmuró, finalmente recuperando la voz—. No es necesario que se disculpe, yo también iba distraída.

El hombre esbozó una sonrisa juguetona.

—Venía muy deprisa. ¿Será que ya va tarde?

Amairi sonrió con cierta vergüenza.

—¿Tan obvio es? Sí, estoy llegando tarde. Justo buscaba la entrada al gran salón.

El hombre señaló hacia el final del corredor.

—Por este pasillo al fondo. Me encantaría escoltarla, pero debo asegurarme de que todo esté en orden.

—Entiendo. Muchas gracias de todas formas —dijo Amairi, mientras él hacía una ligera reverencia.

—Pase una linda velada —concluyó él, antes de alejarse.

Amairi lo observó por un momento mientras se iba, intentando ignorar el leve dolor en su tobillo. Algo en ese encuentro había dejado su corazón latiendo un poco más rápido de lo habitual. Pero no tenía tiempo para analizarlo. Se ajustó el vestido y continuó hacia el gran salón.
El Gran Salón

Amairi continuó por el pasillo hasta que llegó a las enormes puertas que conducían al gran salón. Dentro ya había comenzado el Baile de la Luna, llamado así por la noche en la que terminó la guerra, con una luna llena.

Al cruzar las puertas, intentó pasar desapercibida. Nadie parecía notar su llegada; todos estaban ocupados en sus propios asuntos. Amairi caminó de puntillas para evitar que el sonido de sus tacones resonara en el suelo de mármol, temiendo que alguien se percatara de lo tarde que había llegado. Bajó las escaleras con cautela hasta que su atención fue capturada por el impresionante salón que se extendía frente a ella.

El lugar estaba lleno de vida. Gente por todas partes conversaba, reía, y las madres presentaban a sus hijas a hombres jóvenes y acaudalados. Candelabros majestuosos colgaban del techo, mientras flores rojas adornaban cada rincón. Una pista de baile ocupaba el centro, rodeada de mesas con exquisitas comidas. Sin embargo, lo que más la impactó fue el techo de cristal en forma de media luna, que dejaba entrar la luz de las estrellas y la luna llena que empezaba a asomarse.

Amairi quedó maravillada, tan absorta que no notó las miradas que comenzaban a posarse sobre ella. Su vestido rojo carmesí llamaba la atención entre la multitud. Comenzó a caminar, y las personas a su alrededor se apartaban, dejando un camino despejado. Al final del recorrido, se encontró con las miradas fijas de Dany y Yadira.

Yadira, como siempre, intentaba destacar, pero su vestido verde limón parecía más un desastre que un acierto. Dany, en cambio, llevaba un vestido azul marino sencillo y elegante que resaltaba sus rasgos. Sin embargo, en ese momento, las diferencias físicas entre ambas eran notables.

La Sangre del Mar: La Chica Maldita Donde viven las historias. Descúbrelo ahora