Una guarida lejos de todo

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Habíamos pasado horas en el barco, y el ambiente estaba cargado de tensión. Podías sentirlo en las miradas incómodas de la tripulación. Algunos estaban molestos con el capitán por no habernos vendido, otros seguramente seguían furiosos porque me atreví a golpearlo y él, increíblemente, no hizo nada al respecto.

—Vamos a ver si necesitan ayuda en la cocina, —propuso Laiss, ahora mucho más tranquila que antes.

Nos dirigimos a la cocina, donde tres hombres estaban destrozando lo que parecía ser un intento de guiso. No pude evitar fruncir el ceño. ¿Era eso carne o un zapato? Laiss, en su estilo amable pero firme, los convenció de dejarnos tomar el control.

Aunque mis habilidades culinarias no eran malas, Laiss era un prodigio. Movía los cuchillos con precisión, manejaba la carne como si fuera una artista y, como si no fuera suficiente, decidió hornear una tarta al final. Todo eso mientras yo apenas lograba picar unas verduras sin parecer torpe.

—¿Crees que les guste? —preguntó con timidez, limpiándose las manos en su delantal improvisado.

—Si me asombraste a mí, que soy una crítica profesional de comida, seguro los vas a dejar boquiabiertos.

—¿Puedes avisarle al capitán? Creo que contigo tiene más paciencia.

Era la segunda vez que alguien insinuaba eso. ¿"Paciencia"? Tal vez confundían paciencia con tolerancia... o aburrimiento.

—Voy, pero no porque me guste hablar con él.

El barco era un laberinto gigante. Cada pasillo parecía igual al anterior, y cada puerta que abría me llevaba a otro cuarto que no era la oficina del capitán. Finalmente, encontré una que parecía correcta. Entré, y aunque no estaba él, algo capturó mi atención de inmediato.

Era como si hubiera entrado a un museo. Un huevo de oro con perlas brillaba sobre una mesa, un reloj antiguo con una cadena rota colgaba descuidadamente y una pintura oscura y siniestra colgaba de la pared, como si estuviera vigilándome. Pero lo más impresionante era el mapa que flotaba en el centro de la habitación, proyectado con lásers. Reconocí Vallorda al instante: sus puertos, sus mares. Me acerqué, fascinada. ¿Qué era este lugar realmente?

Estaba tan absorta que no escuché los pasos detrás de mí.

—¿Te gusta husmear en las cosas de los demás? —la voz detrás de mí hizo que casi me diera un ataque al corazón.

Me giré rápidamente, con el rostro ardiendo. Allí estaba el capitán, mirándome con esa mezcla de curiosidad y superioridad que tanto me molestaba. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí parado?

—Disculpe, no era mi intención —dije tratando de no mirarlo directamente—. Yo solo vine...

—A pedir disculpas, entiendo —interrumpió con un tono que me dejó aún más confundida.

—¿Disculpas? —pregunté, intentando procesar lo que acababa de decir—. ¿Por qué habría de pedir disculpas?

—Por tu comportamiento en la isla —respondió con calma, aunque se notaba que estaba disfrutando mi desconcierto—. Tus contestaciones y, claro, tus ofensas.

—¿Ofensas? —repetí incrédula—. Si se refiere a haberlo atacado en las celdas, fue cuestión de supervivencia. No olvide que ustedes nos secuestraron.

—No hablo de eso —dijo, inclinándose ligeramente hacia mí—. Me refiero a la forma en que me hablaste, especialmente cuando defendiste a tu amiguita. Y ni hablar de la ropa que les conseguí; ni un simple “gracias”.

—Ahora entiendo —respondí, intentando armarme de valor—. Esto no tiene nada que ver con lo que pasó en la isla. Es por su orgullo de capitán, ¿cierto? Si eso lo ofendió, lo lamento, pero no dije nada que no fuera cierto. Y, por cierto, la ropa no la compró usted, fue pagada con nuestros vestidos.

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⏰ Última actualización: Jan 11 ⏰

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