Capítulo I

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Corrió por el pasillo de la universidad con la frente perlada de sudor. Jadeaba pesadamente con cada segundo que pasaba, joder, no quería perder ese examen, pero no era su culpa llegar tarde ¡su celular se descargó y la alarma no llegó a despertarlo de su satisfactorio sueño!

Realmente el tiempo lo odiaba.

Paró su andar al llegar al aula correspondiente, abrió la puerta dando un vistazo rápido por el lugar en busca de un duende que se hacía llamar su profesor.

Su vista festejó al saber que no se dañaría por mirar al anciano, ya que ni siquiera se encontraba dentro de aquellas cuatros sofocantes paredes con decoraciones antiguas.

Bajo las miradas de unos chismosos encontró un asiento cómodo, cerca del ventanal.

Mientras regulaba su respiración, vio al profesor entrar con su faceta de pocos amigos y en sus manos una pila de hojas.

Arregló todo lo necesario encima del pupitre y se dispuso a secar su sudor a la par en que el enano malévolo repartía los infernales exámenes.

Lo odiaba como nunca odió algo. Odiaba con su alma los exámenes, sin importar de cual asignatura se tratase, los odiaba.

Los pasaba, sí, pero aun así los odiaba.

Los minutos pasaban y con ellos se iban escuchando múltiples susurros y maldiciones, junto con un molesto tic tac de un reloj de pared que albergaba el salón de las penumbras.

El sonido lo tenía nervioso, no lo soportaba.

< ¡Maldito reloj de mierda ya deja de sonar! >

Jugó con su lápiz tratando de concentrarse y olvidarse del reloj, en su momento de terapia interna empezó a ojear a sus 'compañeros'.

Y entonces... su vista se detuvo en una chica que se encontraba a tres filas de donde él estaba.

Una hermosa chica de pelo castaño, corto y con un perfil que maravilló al azabache.

Su concentración encontró un nuevo blanco y se olvidó por completo del sonido del reloj, que sorprendentemente se había detenido en cuanto miró a la delgada chica.

Bien, el tiempo lo amaba.

Agradeció internamente al reloj, ya que, si no le hubiese molestado, no se hubiera dispuesto a mirar a los animales con los cuales tomaba ese examen.

Suspiró con una sonrisa para continuar resolviendo los problemas en su hoja.

...

60 malditos minutos habían pasado y estaba pensando que el malévolo enano se inventó aquellas espantosas operaciones algebraicas.

Despeinó su cabello con frustración, relamiendo sus labios y sintiendo como si un par de ojos le atravesaran el perfil derecho.

Volteó a esa dirección y oh lucifer, vaya grata y deliciosa sorpresa.

¡La chica lo estaba mirando cálidamente!

Analizó su rostro desde la distancia, y pudo concluir que no solo su perfil era hermoso, también su frente.

Era guapísima. Su corazón se paralizó y sus labios se entreabrieron dejando salir un pequeño jadeo al ver la acción que hizo la desconocida.

¡LE HABÍA SONREIDO! ¡LA CHICA LE HABÍA SONREIDO!

Y vaya que deslumbrante sonrisa se cargaba aquella ninfa.

Aquello fue un motor para completar su examen, fue como si todos sus conocimientos se activaron al tener aquella lejana interacción con la desconocida y linda chica.

El molesto reloj volvió a sonar, alzó la vista y vio como su amada hechicera de corazones partía del aula, acción que lo amargó en sobremanera.

El tiempo se quedó con él un buen rato, tanto que ya se habían hecho amigos, o eso pensaba hasta que el profesor avisó que debían ir entregando sus pruebas

Maldijo dando los acabados finales y entregando su examen, arruinando su vista al tener que mirar al anciano con cara de pasa que descansaba en el cómodo y viejo sillón.

Saliendo del aula fue viendo las notificaciones de su celular para segundos después empezar a escuchar una suave voz mejorar su capacidad auditiva.

– Estaba esperándote.

¿QUÉ?

¿Qué estaba pasando en ese instante?

¿Había escuchado bien?

– ¿Me... me estabas esperando? – Preguntó con el pulso a mil por segundo y la garganta seca.

La chica asintió con una sonrisa sin mostrar sus dientes, acercándose un poco más al azabache.

– Vamos a la cafetería que está al otro lado de la calle – Dice haciéndole una seña con su cabeza y empezando a caminar.

Esto... esto era algo que no podía procesar del todo.

Analizó a la de baja estatura caminar frente a él. Llevaba su mochila colgando de un hombro, unos converse junto con un jeans ajustados y un suéter un poco suelto.

Que bendición.

< Tiempo, eres un imbécil por dejar que esta bella dama esperara tanto por mi. Espero que no seas tan idiota para irte corriendo y no dejarme disfrutar esto con calma >

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