Capítulo V

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Desde el día que se enteró de lo que padecía su esposa, nada fue igual.

Emma ya no tenía que fingir que estaba bien todo el tiempo, ni decir que era culpa del estrés de ser madre y de su trabajo.

Ahora simplemente lloraba cuando no recordaba algo.

Lloraba hasta por estar respirando.

Maldición. Era como ver a una niña de 2 meses llorar cada vez que le pasaba una mosca por su campo de visión.

Pero, no le molestaba que su esposa llorara por absolutamente todo, más bien, trataba de consolarla con su corazón hecho añicos.

La enfermedad estuvo en un alto y bajo los meses luego de que el azabache lo descubriera. Más, esto no significaba que todo era relativamente más difícil para todos.

Pero era más que obvio que no todo iría fácil.

Cinco meses después, el tiempo volvió a hacer de las suyas.

Avanzó tanto la enfermedad de la fémina, que el cuarto del hospital se convirtió en su nuevo hogar. La enfermedad le había llevado la movilidad de las piernas y a cambio le dejó una memoria de gato.

En definitiva, el tiempo se reía en sus propias narices, jugando con su espacio y haciéndolo sufrir todos los días más.

Ese día en específico, había dejado a su pequeño hijo con su abuela —Su propia madre— para poder pasar a visitar con una sonrisa a su amada esposa.

El trabajo, los cuidos del hogar y su hijo, le habían quitado tanto tiempo y energía, que llevaba una semana sin ver a Emma.

La extrañaba, como no tienen idea.

Caminaba por los pasillos del hospital con una pequeña sonrisa, pensando en todos los besos y abrazos que le daría a la delicada chica hospitalizada.

Vio a su suegra frente a la habitación de su esposa, no se encontraba con la mejor cara —Aunque no es como si tuviera buena cara la vieja bruja—.

– Hola señora – Saludó cortésmente, recibiendo una sonrisa dolida en su lugar, llegando a apretujar su corazón.

– ¿Pasó algo malo?

La mujer de mayor edad limpió una lagrima que iba haciendo esquí por su pálida mejilla.

– Es mejor que no entres, mi niño, por tu bien, es mejor que te quedes aquí.

Aysel se incomodó de repente, escuchando el tic tac de su famoso reloj mental martillando su cerebro a todo gas.

Relamió sus labios resecos para seguidamente respirar hondo y entrar a la habitación.

Emma estaba sentada en la cama, mirando el programa que pasaban en la televisión, girando su atención al hombre que acababa de pasar por la puerta tras él.

El azabache le dio una sonrisa cálida, la cual tembló al darse cuenta de la mirada de su esposa.

< Por favor no, por favor. Todo menos esto >.

Rezó para sí mismo, dando un paso hacia delante, con la atenta mirada de Emma sobre su persona.

Esta última entreabrió los labios para hablar, y Aysel volvió a rezar que no fuera lo que estaba pensando.

– ¿Quién eres?

Nunca en su maldita vida una pregunta le había hecho tanto daño como aquella recién formulada.

Una parte de su cabeza empezó a palpitar como si la estuvieran golpeando con un martillo de feria y sus piernas empezaron a flaquear.

– S-Soy Aysel – Pronunció en un jadeo lloroso.

La chica ladeó su cabeza a la vez que arqueaba una ceja. – No sé quién eres – Dijo de nuevo con voz calmada.

El tic tac sonaba tan rápido y fuerte que suponía que le iba a machacar el cerebro. Sus ojos se nublaron de lágrimas y su cuerpo había empezado a hiperventilar.

Un fuerte jadeo escapó de su boca y junto a él un llanto incontrolable.

La chica en la cama se empezó a preocupar por el hombre de pie, quería hacer algo, pero no podía siquiera moverse.

El azabache llevó una de sus manos a su nariz, limpiando los mocos aguados que empezaban a salir desenfrenadamente.

Que asqueroso.

Mordió fuertemente su labio inferior mirando una vez más a su mujer, esta estaba mirándolo preocupada y sin entender el porqué estaba llorando.

Su boca intentó formular una disculpa, la cual no se entendió debido a todo el llanto que tenía el azabache.

El alto hombre salió de la habitación hiperventilando, siendo abrazado por su suegra en forma de consuelo.

Los brazos de la mayor rodearon la ancha y fuerte espalda del azabache, sintiendo como las manos de este caían al lado de su cuerpo.

El pasillo se armonizó de una terrible melodía grave.

Un corazón borró todo su historial, mientras que el otro se desmoronaba con cada segundo que pasaba, maldiciendo una vez más al tiempo por avanzar aquella situación.

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