Capítulo III

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Maldito velocista de mierda.

El tiempo se fue volando desde que empezaron a salir. Cuando estaban juntos parecía que el tiempo se detenía —Como ellos deseaban— pero se cobraba todas esas horas 'perdidas' y se marchaba tan rápido que suponían que no iba a volver con ellos.

Pero... tantas cosas habían pasado que el azabache todavía no se lo creía.

Y es que, como quieren que se lo crea si justo hoy había cumplido un mes de haberse casado con su chica.

¡UN MES DE HABERSE CASADO! ¡CASADO! ¡YA SE HABÍA CASADO CON EMMA!

Maldición, el tiempo no era su mejor amigo después de todo.

Su noviazgo duró unos hermosos tres años de muchas caricias, momentos graciosos, nostálgicos y apasiónales.

Fue ayer cuando se presentó frente a sus suegros de manera formal —Cosa que casi lo infarta— y hoy ya está acariciando la suave piel de su esposa bajo las finas sabanas que arropaban ambos cuerpos luego de un ardiente festejo por el mes cumplido.

Miró como la mano izquierda de Emma temblaba débilmente y se extrañó en demasía.

– ¿Tienes frío? ¿Apago el aire acondicionado? – Pregunta en voz baja acariciando su pelo. La castaña aprieta su mano para luego mirarlo con una débil sonrisa en el rostro.

– Estoy bien... solo es que... bueno, en verdad es que tengo que decir algo.

La chica se sentó ahorcajadas encima de su esposo, dejando ver su figura desnuda delantera, viendo como el azabache se relamía los labios mientras le acariciaba las caderas.

– Habla sin miedo entonces, media adulta – Dice Aysel con tono de burla en el apodo cariñoso que le había puesto, ganándose un pellizco en su mejilla.

En su cabeza se encendió el molesto sonido del tic tac, lo odiaba, ya hasta aparecía cuando ni siquiera había un reloj de pared cerca.

Tenía una psicosis.

– Bien... ayer estaba con mamá en el hospital y me di cuenta de dos cosas, aunque una de ellas ya no es novedad – Dice con una sonrisa nerviosa y viendo como un pequeño temblor se establece en su mano nuevamente.

– ¿Qué cosas? – Pregunta Aysel tratando de tomar su temblor como una muestra de nerviosidad.

Emma se acerca dejando cortos besos por el cuello de su esposo para volver a hablar. – Primero, estoy olvidando algunas cosas, tal vez sea el estrés del trabajo...

Contesta mientras subía sus besos por los mofletes contrarios. – Y segundo, estoy esperando una descendencia tuya – Termina de decir dejando un beso en los labios de su estupefacto esposo.

< Tiempo... esta es la única cosa que me agrada de tu velocidad >

El hombre salió de su trance relamiendo sus labios mientras un color rojizo se adueña de su piel y unas lágrimas amenazan con salir de sus respectivas orbitas.

Iba a tener un hijo con la mujer que amaba desde hace unos años.

Iba a ser padre con la mujer que el tiempo y el destino le habían dado.

Esto era magnifico, hermoso, brillante.

Su boca no podía pronunciar una palabra debido al llanto que tenía en ese momento.

– Ya mi amor, no llores – Dice la delgada chica abrazando al que ahora se encontraba sentado en la cama, acariciando su nuca, cabello y espalda.

Tenía que dejar de llorar, su hermoso rostro se convertía en una maldita pasa roja cuando lloraba, parecía un elfo maléfico.

Pero es que no podía detener su llanto, por más que intentara hacerlo. Estaba tan feliz que solo podía llorar y besar a su esposa con una sonrisa de oreja a oreja.

– ¿Cómo le llamaremos? ¿Será niña o niño? ¿Cuántas semanas tienes? ¿No has tenido náuseas? – Pregunta rápidamente acunando el rostro de Emma entre sus grandes manos.

La chica ríe enternecida con el repentino comportamiento de su esposo. – Tanto que te quejas de la velocidad del tiempo, que hasta te ha contagiado la rapidez, lindo velocista.

Ambos rieron por aquello mientras volvían a besarse calmadamente, intentando controlar las feroces mariposas en sus estómagos y los revoltosos corazones enamorados y felices.

Aysel estaba feliz, estaba emocionado de pensar en la crianza de su bebé junto con la mujer que amaba.

Quería estar ahí enseñándole a montar bicicleta, ayudarle con las tareas e ir junto con Emma a su primer día de primaria.

Pero, una vez más, el tiempo y el destino tenían otros planes para los enamorados.

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