➵ Capítulo Uno

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"This is wrong, Isn't"

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Me gustaría comenzar por aclarar —aclararme a mí mismo, aclararle a la audiencia de este lamentable espectáculo que es la agonía de un hombre solitario entre sudores, fiebres y espuma de saliva— que jamás he sido un hombre de sentimentalismos, de espejismos dulces y cristalinos de aquellos a los que la gente insiste en llamar tontamente románticos y que, como es de esperarse, la demostración de éstos siempre me ha parecido cuando menos patética; una absurda comedia mezcla de debilidad e insensatez que no hace más que rebajar al actor al nivel de una marioneta de trapo.

Pero he de enfrentarme al hecho irrevocable de que estoy muriendo solo de poderosos venenos, de que estoy en efecto débil y delirante, y de que, junto a la viscosa sustancia mortal, se va abriendo paso entre mis venas una tímida ternura mezclada con el tinte azul-violeta de la melancolía, y entonces me permito sin culpa alguna morir pensando en ella, convertido en no más que un pobre títere exánime en medio de una madeja de brillantes hilos castaños.

Sé que estará por ahí, recorriendo polvorosos pasillos y escaleras con un nudo en la garganta y en la frente una infantil esperanza de que lo que sucederá no suceda. Sé también que ella sabe tan bien como yo que no hay remedio posible, y que en algún momento se morderá el labio inferior y se aferrará a las mangas de Potter o se tirará al cuello de Weasley y sollozará entonces por el gran hombre, por el héroe-asesino, y no por los dedos que no volverán a acariciar furtivamente una rodilla. Por supuesto que no habrá súbitos arrebatos pasionales, no habrá despedida ni último beso sobre los labios blanquecinos del moribundo, ni se tirará sobre mi tumba gritando que me amaba frente a toda la gente que estará en mi funeral y que quizá ni siquiera conocí.

La muerte es terrible por hipócrita y canalla, y no por otra cosa, y ella no llorará por el amante hasta que hayan concluido las ceremonias y los llantos sociales, hasta que, lejos de todo esto, se encuentre sola en un cuarto muggle que jamás conocí y, abrazando un muñeco de felpa, o enterrando la cara y mordiendo una almohada, llore en silencio hasta quedarse dormida, soñando quizá con lo que yo pienso ahora, quizá también muriendo un poco todo lo suyo que tenía que ver con lo mío.

De mi muerte sólo me duele su dolor, y sin embargo sé que estará bien; sé como todos sabemos que terminará con Weasley, y sé también agradecerle a él la certeza que tengo de que sabrá hacerla, a su modo tan simple, feliz.

Compartirán un reconocimiento mutuo y apacible, noches de pies fríos, una casa con jardín, cenas con el matrimonio Potter, visitas a La Madriguera, sexo sosegado y ocasional, pura zona de confort. Quizá tengan un hijo o dos, desparpajo total con cabellos castaños —espero— o rojos —en el peor de los casos—, caprichosamente Gryffindors de cuna, menos inteligentes que ella, infinitamente más que él. Serán unos Arthur y Molly mucho menos prolíficos, pero igualmente felices, y yo sólo un recuerdo lejano, un leve vuelco en el corazón cuando alguien pronuncie mi nombre recordando la batalla que marcó su juventud, un punto de comparaciones que espero que jamás haga.

Porque tan sólo si...

Pero por su felicidad espero que no.

Porque el si... ha sido siempre imposible, lo sabía desde el principio, pero tan sólo si... un hijo, sólo uno, como fuimos nosotros (qué palabra tan lejana), cabellos negros y ojos castaños, inminentemente brillante —sus genes y los míos, una maravilla Gryffindor o Slytherin, ambos dispuestos a aceptar la posibilidad—, apasionantes pláticas de madrugada, la cama siempre revuelta, las duchas compartidas, el deseo al triplicado: el intelecto, el alma, el cuerpo. El cuerpo, el alma, el intelecto. El alma, el cuerpo, el intelecto, el cuerpo, el cuerpo, el intelecto; el deseo en sus más puras vertientes, Granger; somos deseo en movimiento. Pero el destino. Por eso el "si..." es un placer permitido sólo a los moribundos, porque no hay "si..." posible cuando el destino había decidido de antemano que terminarías con él y no conmigo, y mi muerte —lo sé— es intrascendente en ello, por eso me resulta tranquilizadora su imperiosidad; los "si..." son únicamente dolorosos para los vivos.

𝘾𝙝𝙖𝙣𝙜𝙚𝙨 𝙖𝙣𝙙 𝙀𝙫𝙚𝙨 -Severus SnapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora