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Jose Antonio agarró su maleta antes de que alguien se la pudiera robar, que los independentistas estos son unos espabilaos, pensó. Acababa de llegar de su viaje desde Madrid al País vasco y el aire etarra ya se olía en el aire.

Aún se preguntaba por qué había accedido a venir aquí, luego miró el móvil y leyó las amenazas de su madre en la pantalla. No sabía que en estos sitios de España tuvieran conexión.

"Si no haces lo que te he pedido ya puedes despedirte de ir a los meetings de vox. Mientras vivas bajo mi techo me vas a tener que hacer caso Antonio, a ver si te buscas un trabajo de una vez."

Antonio frunció el ceño y pateó el suelo con fuerza. Cuando salió fuera del aeropuerto se sorprendió al ver tantos coches y taxis tan modernos. Esperaba ver carruajes con caballos al menos, aunque no descartaba el tener que ir en burro a donde le habían asignado. Un poco aliviado se montó a un taxi que se veía libre.

—Apa, ¿a donde le llevo?

El taxista tenía un acento vasco pronunciado y aunque Antonio casi vomita consiguió reprimirse y responderle normal, dandole la dirección.

—Oso ondo, ba-

—Perdone pero estamos en España, hábleme en castellano.

Después de eso el taxista no volvió a hablar, y Antonio le dio las gracias a Dios. No hubo ningún bache durante el camino y no tuvieron que atravesar ninguna montaña o siquiera algún bosque. Además, la carretera estaba bien asfaltada y las ciudades eran modernas. Eso lo reconfortó, no quería dormir en ninguna chabola de madera rodeado de vacas y burros.

Cuando llegó a su destino le pagó al chófer y empezó a andar hacia donde tenía que ir. Algunas cosas estaban escritas en vasco y no se entendía nada. Intolerable, debería de estar prohibido! En todo el tramo que tuvo que andar hasta llegar a la casa que tenía que visitar, no hubo ningún contenedor en llamas, ni ninguna protesta por la independencia, ni la juventud estaba vestida con camisetas de tirantes y pañuelos de tartan. Tampoco le habían intentado robar ni se le habían acercado para retarle a levantar rocas.

Al llegar a la casa tocó el timbre y después de minutos sin que nadie contestara, empezó a gritar furioso porque no tenía a donde ir.

—Aizu gizon, zertan ari zara?!

Un hombre se le acercó gritando en japonés, al parecer, y eso lo enfureció más.

—¡A mí no me grites maricón! ¡Y a mi me hablas en español de España hijo de puta que te pego una paliza que no te reconocen ni en casa!

Antonio recibió una mirada sorprendida de aquél hombre que luego hizo una mueca extraña antes de darle una respuesta.

—Bueno discúlpeme señor, no es muy normal ver a un extraño gritar enfurecido frente a la casa de un amigo... Sobre todo a estas horas de la mañana.

Al hombre le costaba formular las frases en español y parecía tener un acento extraño al hablar. Antonio no le dio mucha importancia porque ya se había mentalizado antes de subir al avión que iba a encontrarse con gente salvaje y poco civilizada. Luego procesó la información.

—¿Eres amigo de mi primo?

Amodioa euskara mintegian Donde viven las historias. Descúbrelo ahora