Parte 1 Sin Título

551 31 3
                                    


Viera Cierna estaba esperando la llegada de una amiga a su casa, en ese entonces dos gemelos estaban saltando en la cama, riéndose a carcajadas, la madre estaba cansada, tener que lidiar con un par de niños de cuatro años era bastante agotador. Y más siendo madre soltera. Tenía que disfrazar a sus hijos de niñas para que aquellos hombres no se atrevieran a buscarla ni a llevarse sus hijos. Aunque ella les decía a sus dos niños que debían estar quietos en ocasiones los niños no la obedecían y acababan saliéndose con la suya.

-¿Cuántas veces les he dicho, que tienen que estar callados? Les reclamó.

Los dos niños se callaron de inmediato en cuanto escucharon la voz de su madre regañándolos. El niño y la niña se miraron entre si para después sentarse al pie de la cama, la madre cerró la puerta mientras fruncía el ceño. La mujer suspiró rendida mientras miraba el atardecer reflejarse por la ventana. Ya habían pasado cuatro años desde que había huido de esos hombres, tres años en los que tenía que hacer que sus dos gemelitos estuvieran quietos, pues de lo contrario alguien podría alertar. Era bastante difícil. La mujer escuchó que alguien tocaba a la puerta. Un tanto sobresaltada, la madre se aferró al marco de la ventana. No sabiendo si responder o no, la paranoia todavía era latente.

-¿Viera? Soy yo.

-¿Helen? Inquirió ella en voz baja.

Viera corrió a abrir la puerta allí estaba Helenka con su cabello rizado, un abrigo hecho de piel, y un vestido gris con escote. Viera volteo a mirar a todas partes para si había alguien observando por doquier al no haber nadie, simplemente le indicó a su mejor amiga con la mano que se metiera a su apartamento. Viera le indicó a Helenka que se sentara y le ofreció una taza de té.

-No te había visto en cuatro años, mujer. ¿Dónde estabas?

-Lamento tanto no haberte dicho nada. Las cosas han sido bastante duras.

-emm. ¿has hablado con tus padres?

Sus padres habían muerto ya hace mucho tiempo. Y aunque estuvieran vivos probablemente no la apoyarían. Viera no era de las que solían compartir cosas de su pasado ni con su mejor amiga ni con nadie. Lo único que su amiga sabía de ella era que anhelaba cruzar la frontera, y aunque en un momento Helenka no le preguntó nada de su pasado. Pues comprendía que la joven había tenido una etapa difícil, ahora que Viera había sido madre de dos niños, quizás necesitaba la ayuda de sus padres. 

-No. 

-Pero podrían ayudarte. Dijo la amiga

-No lo harían. Explicó ella.-

Helenka quiso seguir insistiendo a su amiga de que probablemente sus padres si la aceptasen, solo necesitaba regresar con ellos. Sin embargo, ahora Viera la estaba pasando realmente mal así que lo mejor era preguntarle otra cosa.

-Mejor dime. ¿Cómo te va con los niños? Me contaste en tu última carta de que tuviste dos retoños.

-Sí. Es muy pesado.

-¿sigue él actuando raro?

La madre volteo a ver a la habitación donde estaban sus hijos, Viera simplemente explicó.

-Cuando ellos nacieron, me acuerdo de que la niña lloró justo en el momento en que salió de mi vientre. Pero él no, de hecho, nunca lo hizo. No llora, no grita, no sonríe. Solo se queda allí leyendo ese cuento horrible.

-¿crees que esté enfermo? ¿Lo has llevado con algún pediatra clandestino?

-Si. Me ha dicho que no tiene nada. Solo muestra emociones con su hermana ¿Pero conmigo? A veces me mira como si quisiera matarme. Temo que nos haga algo a mí y a la niña.

-Viera. Es solo un niño de cuatro años. Lo tratas como si fuera.. un, un.

-¿Un qué? ¿un monstruo?

Helenka volteo a mirar a la puerta para saber si los hijos de su amiga no la estaban escuchando, al parecer no, así que solo asintió. Viera le dijo en un susurro a su amiga.

-Helen. Ese niño no es normal.

A pesar de que las dos mujeres estaban tratando de ser cuidadosas de que los niños no las estaban escuchando, un pequeño de cabello rubio cenizo estaba al frente de la puerta oyendo toda la conversación. La hermanita lo jaloneo de la manga dando brinquitos.

-Hermanito. Hermanito. ¿Seguimos jugando?

El niño volteo a mirar a su hermanita y le dijo con una sonrisa.

-Déjame contarte el cuento que me gusta mucho.

-¿Qué? Pero si lo acabamos de leer hace rato. Yo quiero jugar..

-Por favor. Suplicó con una sonrisa angelical.

La niña hizo un mohín con la boca y al final aceptó que su hermanito le leyese su cuento favorito, la niña se sentó al pie de la cama mientras veía a su hermano ir al cajón para sacar un libro con la portada de un monstruo, la niña le hizo espacio a su hermanito para que se sentase y lo leyese. Su hermanito se colocó en el espacio, y con una voz que le rompería el corazón a un cuentacuentos experto comenzó a relatar: "Había una vez"

Los recuerdos de Johan iban y venían, al parecer, estaban fluyendo mejor en parte gracias a su hermana. Ella lo visitó las primeras veces en ese hospital militar, contándole diversas anécdotas, a pesar de que seguía inconsciente, Johan se encargaba de escucharla lo que Anna tenía para decir, poniendo mucha atención. A pesar de que la relación entre los dos era tensa, se podría decir que escuchar su voz lo ayudaba un poco. Sin embargo, los recuerdos relacionados en su infancia en las tres ranas no eran gratos de oír, sin mencionar, que, gracias a ellos, Johan despertó ese recuerdo oscuro sobre su madre hablando con su amiga, y las palabras que le dijo a ella: "Helen, ese niño no es normal", a pesar de que la mujer intentó ser discreta para que no la escucharan, el niño oyó aquello a través de la puerta. Luego su madre comenzó a vestirlo de niña para aparentar que solo había un niño viviendo con ella. Por lo general, los dos gemelos se turnaban para salir, a pesar de que, su madre se mostraba fría la mayoría de las veces, el pequeño Johan disfrutaba esos paseos, agarrado de la mano de su progenitora. Quizás era el único momento en el que madre e hijo se llevaban bien. La madre del monstruo era una ávida lectora por lo que a veces iban a una café librería, Viera se sentaba a leer cualquier cosa en el local, en consecuencia, su hijo pequeño la imitaba, aunque no hubiese nada interesante que leer, el pequeño agarraba una de esas revistas científicas que había por allí. La señora que atendía el local la cual veía casi todos los días a la madre, le comentó una vez: "Tiene una hija preciosa, señora", Viera le daba una sonrisa cariñosa a la encargada, y se limitaba a decir: "Gracias"

Crepúsculo EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora