Capítulo 4 - Gregórovitch

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Albus regresó a la iglesia donde había dejado al thestral, totalmente agotado por no haber dormido nada. No iba a retrasarse más, así que montó al animal y emprendió el vuelo hacia Bulgaria. A Albus se le cerraban los ojos, los sentía pesados y secos; el aire frío que le pegaba en el rostro no ayudaba. Todavía faltaba un largo camino hasta estar lo suficientemente cerca como para aparecerse.

Comenzó a pensar si no habría sido mejor quedarse en aquel hostal, pasar unos días ahí con comidas y camas tibias, y en compañía de su nuevo amigo Adolf. Fue mucho lo que hablaron esa noche, pero hubo tanto que quedó sin decirse, tantas cosas que quería contarle. Le hubiera encantado, por ejemplo, detallarle paso a paso su plan para tomar el control del mundo mágico primero en Inglaterra y luego esparcirse hacia todo el mundo, obviamente dejando libre a la Alemania muggle. También quiso decirle sobre su gran secreto, el horrocrux que lo protegía de la muerte. No sabía exactamente cómo reaccionaría un muggle ante tal acto, pero sabía que Adolf le parecería una ventaja brillante.

- Si yo fuera un mago, tendría cien horrocruxes – decía la imaginaria voz de Adolf en la mente de Albus – Los escondería en todo el mundo, así que nadie podría matarme realmente. Entonces Albus debería explicarle que con cada maldición asesina se fractura el alma del mago, y el horrocrux se impregna de dicho fragmento, por lo que hacerlo varias veces debilitaría el alma y corrompería el cuerpo. También se imaginaba a su nuevo amigo hablando sobre muggles judíos y marxistas; lanzando fuegos artificiales con una varita y repitiendo sin cesar que matar era necesario por el bien mayor. De repente vio que traía puesto un traje militar muggle y su cabello se tornaba rubio, como el de Grindelwald. Luego Adolf comenzaba a llorar, arrodillado en el suelo con su traje militar, su cabello rubio comenzaba a caerse por mechones hasta quedar calvo. Y entre sollozos, el Adolf calvo decía << ¡No te vayas, hermanito! ¡Regresa, Abu! >>

Albus despertó súbitamente. No supo cuánto tiempo estuvo dormido, pero era un milagro no haberse caído del thestral. Sacó de su bolsillo un reloj dorado que parecía muy antiguo. Era extraño, en vez de números tenía planetas flotando alrededor de las manecillas <<Ya estoy cerca>> pensó Albus. Comenzó un vuelo en picada hacia una granja enorme bajo suyo, aterrizó cerca del establo y ató al thestral junto a los caballos. También dejó allí a Fawkes, su audurey, custodiando sus cosas. Con una elegante y compleja floritura de su varita, los encantó para que nadie que no fuera él pudiera encontrarles.

Apenas estaba amaneciendo, no tardarían en salir los muggles dueños de la granja a comenzar sus labores diarias. Sin embargo, Albus tenía mucha hambre, por lo que forzó la entrada con un encantamiento de apertura y fue directamente hacia la cocina.

Los ruidos de un Albus hambriento comiendo desesperado, deben haber despertado al señor Iván Pokov, el padre de aquella familia granjera, quien agarró su escopeta y bajó con toda cautela. Se notaba en el rostro la gran sorpresa y confusión que tenía al ver a una persona en su cocina comiendo cuanto podía. El señor Pokov comenzó a vociferar contra Albus, quien, sin dejar de comer, le apuntó con la varita.

- ¡Imperio! – El señor Popov se calló de inmediato, soltó el arma y comenzó a servirle algo de vino a Albus, quien bebió y comió hasta saciarse. Tras esto, volvió a usar su hechizo liberalingua.

- Mucho mejor; ahora dime, ¿conoces a un hombre que se llame Gregórovitch? – El señor Pokov movió la cabeza de lado a lado en señal de negativa – Obviamente, si eres un muggle... ¿hacia dónde está la ciudad? – Señaló hacia el sur, era todo lo que Albus necesitaba.

- Bien, supongo que ya no te necesito – Albus extendió su varita hacia el señor Popov, quien ni siquiera pestañó bajo los efectos de la maldición Imperius, pero antes de que le lanzara un avada kedavra, una niña apareció bajando las escaleras.

Albus Dumbledore - Por el bien mayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora