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Yoshiko fue incapaz de ver a la cara a Hanamaru y Riko después de aquel enfrentamiento tan desastroso. Se sintió como la peor basura de la existencia y en verdad consideró la idea de mudarse y cambiar su nombre a Carlos Santana.

Pasó los primeros días sintiendo dolor en todas partes, tirado en su cama envuelta entre las sábanas lamentándose de su horrible forma de actuar.

—¿Hija?– su madre apareció finalmente en su dormitorio con gesto preocupado —debes comer algo, recuerda que la comida siempre hace feliz a todo el mundo–.

—Me siento como una idiota–.

—La primer ruptura amorosa siempre es así pero el tiempo pasa y las heridas sanan, aún recuerdo mi primera relación con aquel chino– suspiró la mujer.

Yoshiko rodó los ojos, odiaba la historia de amor de verano que su madre le relataba sobre aquel chino súper musculoso y guapo de piel bronceada.

—Y pensar que me dejó para irse de actor porno– continuó ella.

—¿No se supone que estás aquí para consolarme y hacerme sentir mejor?– Yoshiko esbozó una mueca.

—Se supone, pero soy un asco para eso así que sólo te diré que... La hubieras golpeado más fuerte cuando tuviste la oportunidad–.

Yoshiko resopló.

—Me habría sentido peor de miserable que ahora– dijo con tristeza —al menos le vomité encima– se encogió de hombros.

—Ahora ya tienes una anecdota divertida para contarle a tus nietos y yo una historia con la que puedo avergonzarte delante de tus amigas fácilmente ¿lo ves? Todas ganamos ¡hay que ser positivas, hija!–.

Yoshiko esbozó una sonrisa, incapaz de mantener su estado decaído ante las palabras de su madre.

—Ahora ya baja de ésta cama que necesito que vayas al supermercado– apresuró su madre mientras aplaudía y arrebataba las sábanas en las que su hija se encontraba enredada.

Yoshiko suspiró observando el techo de su habitación.

—En verdad la quiero...– murmuró —aún duele–.

Yoshiko no lloraba por cualquier cosa, de hecho rara vez la había visto llorar desde la muerte de su padre cuando apenas era una niña de seis años. Ahora parecía frágil y lista para romper en llanto.

—¡Arriba!– insistió ella —¡vamos, vamos!– tiró de Yoshiko para sacarla de la cama y prácticamente arrastrarla escaleras abajo hasta la puerta principal. —Ve afuera y corre, corre y no pares hasta que sientas que no puedes más, hasta que sientas que te falta el aire y pierdas todo lo que te queda de fuerza. Corre hasta que el dolor y la tristeza se vayan y entonces levanta la vista al cielo, obedece–.

Yoshiko salió de casa apenas alcanzando a abrochar sus zapatillas deportivas mientras su madre gritaba que corriera.

Y lo hizo.

Corrió sin voltear atrás, corrió cuadra tras cuadra sin detenerse a meditar en que dirección iba. Corrió ignorando a las personas que la veían como una demente, corrió sintiendo el viento en contra y el corazón acelerado. Sus piernas se movieron por cuenta propia aún escuchando la voz de su madre gritando "¡corre, corre!" y ella simplemente obedeció.

Cuando finalmente le era imposible dar un paso más hizo lo que su madre le dijo y alzó la vista al cielo. Un hermoso atardecer la recibió con aquello cálidos colores rojos y naranjas. Sintiendo la respiración entrecortada, su corazón zumbando en sus oídos y la garganta reseca Yoshiko sonrió a la mezcla de colores en el cielo mientras el sol arrojaba sus últimos rayos y se sintió bien.

El club de las Ex-sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora