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Pagó el café y se sentó en la mesa de siempre. Pudo ver a través de la ventana a su izquierda, cómo de a poco la ciudad ponía cara de lunes. Había amanecido con el cielo gris, y una leve llovizna caía de tanto en tanto. Los vehículos colmaban las calles, y la gente caminaba de un lado al otro a gran velocidad. Nadie se miraba a los ojos. No había tiempo. Iban consultando su celular o sorbiendo su café para llevar, con la mente puesta en el trabajo.

    Olivia contemplaba todo como si de una pantalla de cine se tratara. Tomaba su café con tranquilidad sintiendo que para ella el tiempo no pasaba. Buscaba evitar la vorágine típica de Nueva York. Tomarse su latte matinal sentada en la cafetería de la esquina de su trabajo, antes de comenzar su jornada laboral, mientras leía un libro o editaba sus fotos en la tablet, era una de sus variadas estrategias para evitarlo. Abrió el libro que había comenzado el sábado a la noche y se dispuso a leer.

—Buenos días —sintió a los minutos una voz que llegaba desde atrás. Olivia dio media vuelta en su propio asiento, y se encontró con Noah. Él estaba a pocos pasos de ella. Su sonrisa amplia, su barba a medio crecer y sus cabellos castaño claro, atados en un moño desprolijo, le daban un aire descontracturado, que contrastaba con el mundo exterior.

—¿Puedo sentarme? —dijo mientras apoyaba su café en la mesa que Olivia había tomado asiento.

—Buenos días. ¡Claro que puedes sentarte! ¿Desde cuándo me preguntas esas cosas? — y esbozó una amplia sonrisa, sintiéndose feliz de encontrarlo allí. Guardó el libro en su bolso.

    Noah la contempló un segundo antes de sentarse. Sus largos cabellos castaños, dejando sus suaves ondas sueltas, enmarcando su rostro y su mirada profunda. Ese día llevaba puesto un gorro de hilo color gris, que combinaba con su buzo holgado. Podía verse el cuello de una camisa blanca, que le daba un aire de formalidad a su vestir. Completaba su vestimenta unos vaqueros negros ajustados, y sus clásicos tennis Adidas.

—¡Qué curioso verte por aquí! —dijo Olivia quebrando ese instante de silencio que se había generado entre los dos—. ¿Qué pediste? —se inclinó hacia adelante tratando de ver la orden de su amigo. Las caras quedaron próximas.

—Es un americano —buscó la mirada de Olivia, cuando sus ojos se encontraron, prosiguió —, ¿curioso por qué? Sé que frecuentas todas las mañanas la cafetería, y por alguna razón que desconozco, sentí la falta de tus mensajes este fin de semana.

    Olivia se ruborizó. No sabía cómo entender ese comentario de su amigo. Otra vez esos mensajes confusos. Cierto es que ese fin de semana no había mirado casi el celular. Desde el sábado en la tarde, había estado trabajando en Long Island, cubriendo una boda. Cada cierto tiempo, Olivia se permitía tener proyectos personales por fuera de Broadway Magazine. Valoraba muchísimo la experiencia que obtenía en dichos casos y además unos dólares extra siempre eran buenos.

— Fue un fin de semana bastante atareado. Sabes que cubrir bodas puede ser riesgoso para la salud —sonrió— pero de alguna manera también sentí tu falta —se arriesgó a decir Olivia, a sabiendas de que podría ser una broma de su amigo.

    Noah le devolvió la sonrisa. Levantó su café.

— Tengo ese efecto en las personas —y dio unos sorbos. Sí, no cabían dudas, estaba bromeando con ella.

— Es que sí... Extrañé el relato de tus aventuras nocturnas —se apresuró Oliva a entrar en el tono de la conversación.

    Por una fracción de segundo, Noah desdibujó su sonrisa, pero se compuso inmediatamente y volvió a la carga.

— Vas a tener que protagonizar conmigo una de esas aventuras me parece. ¿Qué tal el sábado próximo? Vamos a algún lugar a tomar unos tragos, y a disfrutar algo de música.

Solo Una Pizca De TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora