II

6 1 0
                                    

El lugar estaba bastante lleno para ser tan temprano. Desde hacía unos meses hasta esta parte, el restaurante siempre se había visto colmado y él era el responsable de eso. Antes de su llegada, Cinnamon se encontraba en decadencia, a punto de cerrar. Sin querer había conocido a John, su dueño, como si de Destino se tratase. Liam regresaba de París después de meses de realizar un curso de especialización en alta gastronomía, y se preguntaba cómo iba a reiniciar su vida en Nueva York y enfocar su carrera como chef. John tomó asiento al lado de él en el avión. Habían comenzado una conversación amena, aunque Liam no tenía mucho interés en ella hasta que el hombre, desbordado de confianza, comenzó a contarle los problemas que tenía con su restaurante, cómo en el pasado su padre lo había montado y llevado al esplendor, y él a la ruina. Tras ocho horas de vuelo, Liam se había bajado del avión con una propuesta de trabajo y el desafío de devolverle a Cinnamon sus años de gloria.

    Se alejó de la ventanilla que daba hacia el comedor e indicó una serie de comandos al resto de los cocineros y empleados del lugar. Todos se pusieron en marcha sin demorar. Las ollas hervían, los hornos todos funcionando, el ruido infinito de las cuchillas contra las tablas de picar, el aroma de caldos y carnes horneadas inundaban la cocina, y todo parecía marchar como una gran máquina de montaje. Liam cocinaba a la par de los demás mientras supervisaba cada plato que salía de allí. Era la primera vez que se encontraba al frente de una cocina como chef y su labor dio frutos. Redefinió la carta, contrató a prometedores jóvenes como cocineros y diseñó junto a John un plan de decoración y renovación del local, que poco a poco iba tomando forma. Para entonces, Cinnamon era un restaurante popular, de vanguardia y en ascenso, de Manhattan.

—Necesito dos tartiflette para la mesa quince —ordenó Liam, cuando John se presentó en la cocina.

—Liam, la pareja de la mesa doce pide saludar al chef. —

    Asintió con la cabeza resignado, limpió sus manos con un paño, y se dirigió al comedor.

    Cruzó el lugar con paso seguro mientras pensaba si alguna vez se iba a acostumbrar a esto. A Liam le irritaba tener que interrumpir su trabajo para salir al salón, pero ser el chef de un restaurante implicaba tener que presentarse frente a los comensales cuando lo solicitaban. Al llegar a la mesa indicada, la pareja lo felicitó con mucho entusiasmo y no dejaban de repetir lo delicioso del menú. A pesar de todo, Liam agradecía de buen modo los elogios e indicaba al camarero, servir café y dulces de cortesía. Fue en ese momento cuando sintió una voz que despertó su curiosidad. Provenía de la mesa contigua a la de la pareja, un grupo de amigos parecía celebrar algo, y sentada entre ellos la mujer que hablaba con un marcado acento extranjero. No era francés. ¿Español?¿Tal vez italiano?... En su rostro delicado, se dibujaba una amplia sonrisa; llevaba su largo cabello castaño atado en una trenza, dejando al aire un par de mechones que caían graciosamente sobre sus ojos. Parecía muy divertida en ese momento. Gesticulaba mientras hablaba, con una soltura que él pocas veces había visto en otra mujer. Le hubiese gustado saber de qué conversaba, qué le causaba tanta alegría. En el momento que ella dejó de reír, le pareció por un instante que sus miradas se cruzaban. En él se disparó un cosquilleo y un calor que invadieron su cuerpo. Quedó suspendido en el tiempo y sólo volvió cuando el camarero que atendía a la pareja anunció que iba en busca del pedido que Liam había hecho.

    Retornó a la cocina mientras mentalmente se regañaba. Por suerte nadie se percató que su mente había permanecido ausente, y aunque fueron unos fugaces segundos, estaba en servicio y esas cosas no podían sucederle. Cargaba con una gran responsabilidad sobre sus hombros, y no podía darse el lujo de distraerse cuando atendía a los clientes, y mucho menos por una mujer que no conocía y que quién sabe si alguna vez volvía a cruzar.

—Pedido de la mesa once. —Se oyó a una camarera a través de la ventanilla de la cocina. La voz en la cabeza de Liam quedó muda. La mesa once, era la mesa de ella.


Finalmente a las once de la noche el servicio acabó. El salón se encontraba vacío ya, y en la cocina todos estaban ordenando y limpiando cuando entró John.

—Otro excelente viernes. Muchísimas gracias a todos. Mañana tendremos un día bastante más intenso que hoy. La lista de la reserva es un poco más larga, así que habilitaremos el sector de arriba también.

    Liam se sentía satisfecho. Otra jornada en Cinnamon que había acabado bien. Terminó de organizar todo para el otro día, dio las buenas noches a sus colegas, y salió del restaurante por la puerta trasera. El otoño se había instalado en la ciudad y por las noches la temperatura caía bastante en relación al día. Liam ajustó el cuello de su campera de cuero y caminó hasta donde había dejado estacionado el auto.

    Recorrió las calles de la ciudad tranquilamente. Por los parlantes del coche sonaba un rock de los ochenta a un volumen ameno y él tarareaba acompañando la letra. No pensaba en otra cosa que tomar un baño y descansar.

    Al llegar a su apartamento en la zona de Upper East Side, encendió la lámpara de pie de la sala, dejándola con una cálida iluminación, conectó el teléfono móvil al sistema de sonido, y continuó escuchando la misma lista musical que sonaba en el auto. Antes de pasar al cuarto de baño, se dirigió a su cocina para prepararse un rápido bocado. Tomó dos fetas de pan americano y de la heladera sacó pollo ya cocido, lechuga, pepino, apio y perejil. Cortó todo en trozos y mezcló todo en un recipiente con mayonesa, sal y pimienta. De fondo comenzó a sonar una balada, romántica pero de intensas guitarras... I finally found the love of a lifetime... cantaba por lo bajo Liam, mientras calentaba la plancha para tostar los panes. Disfrutaba muchísimo los momentos que tenía para él mismo, y después de la cocina, la música era su segunda pasión. Se fue dejando llevar por la melodía y el aroma del pan tostado. Lavó algunas hojas de lechuga y armó el sándwich. Se permitió tomar de su heladera, una lata de cerveza, y se sentó en el sofá de la sala frente al ventanal que le ofrecía una vista a las luces de la ciudad. Amaba la tranquilidad de su apartamento. Atrás habían quedado sus años de salidas y celebraciones. En otros tiempos, Liam seguramente hubiese terminado su jornada laboral con algún colega de copas y la noche con alguna mujer; pero ahora, tenía treinta y dos años, y buscaba asentarse y encaminar su vida y perseguir sus metas, tal como se lo propuso cuando decidió dejar su puesto de cocinero e irse a perfeccionar a París.

    Su pensamiento continuaba fluyendo entre recuerdos y las sensaciones actuales. Terminó de comer, preparó su baño, y entró en la bañera. La música seguía sonando de fondo, el agua tibia cubría su cuerpo y recostó su cabeza en el borde de la misma. Reflexionaba sobre su día, cómo había desarrollado su labor, qué podría mejorar, siempre pensando en cómo alcanzar la perfección, cuando recordó su sonrisa. Otra vez la imagen de aquella mujer. Su voz, la naturalidad de sus gestos, su alegría... ¿Por qué todavía la tenía en su mente? Nada había sucedido, ni siquiera sabía si realmente se habían mirado. No la conocía y sin embargo lo atraía, y no era atracción física. Era muy bonita, sí, pero nunca había experimentado esto con otras mujeres de igual belleza. Tenía algo diferente, algo que no podía explicar y empezaba a molestarle. Volvió a reprenderse.

    Se acostó creyendo haber aclarado la mente. Y convencido de que, seguramente, lo experimentado esa noche tenía que ver con aquella decisión de no salir con ninguna mujer, se durmió. Sin embargo... soñó con ella.

Solo Una Pizca De TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora