― Yo soy... anti-fan de los relojes con cuenta regresiva.
Después de explicarle a Jennie cuáles eran mis planes de fin de semana y dejarla como un borrón organizando a hipervelocidad, me dirigí a casa para cambiarme. Empaqué una bolsa de ropa para la noche, y exactamente una hora después de que Seokjin me entregara la dirección, yo estaba subiendo los escalones de su casa.
Era bonita. Maldita-jodidamente bonita.
Una casa de piedra rojiza recién renovada, un pequeño porche en el frente, había incluso un jodido árbol, pequeño, pero seguía siendo un árbol. No mucha gente viviendo a diez minutos del centro de Chicago tenía árboles en sus patios delanteros.
No mucha gente tenía incluso patios delanteros.
Excepto Kim Seokjin.
Me imaginé.
Hice una pausa antes de presionar el timbre. Infiernos. Eran las cinco y diez de la tarde de un viernes, y mi fin de semana estaba acabado antes de que empezara. Había trabajado muchísimos fines de semana. Y noches. Pero no con alguien que me odiara.
Suspiré, farfullando,
―Ah, ¡Joder!― y apreté el maldito botón.
Él abrió la puerta casi inmediatamente, como si hubiera estado en el otro lado oyéndome vacilar. Todavía estaba vestido con la ropa del trabajo, sin la chaqueta. Su corbata desecha, el botón superior desabrochado.
Joder. No se podía negar. Era atractivo. Hermoso, realmente. No es una palabra que use de verdad para describir a un hombre. Pero él era hermoso; casi tan alto como yo, magro, ojos color avellana, piel de alabastro, una mata de pelo color café artísticamente despeinada y los más besables labios rosas...
Sip. Hermoso.
Me miró de arriba a abajo, sus ojos clavándose en mis pies, y tosió un poco antes de echarse a un lado para dejarme pasar. Miré mi ropa; vaqueros, camiseta, chaqueta y botas. Fondo de armario típico Kim Namjoon.
Si no fuese hetero, pensaría que me estaba chequeando. No es como si yo no le hubiera revisado antes, muchas veces. Quiero decir, él es un hombre, un hombre hermoso, y yo soy un gay de sangre caliente. Voy a mirar. Está demostrado.
Se quedó allí, sin saber qué decir. Así que hablé en su lugar.
―Entonces, ¿dónde vamos a hacer esto?