—Yo soy... un jodido bobo emocional. Y yo estoy... perfectamente bien con ello.
—No quiero ir— murmuré en su nuca. ―Quiero quedarme aquí.— besé y mordí la piel detrás de su oreja, esperando que mi poder de persuasión pudiera convencerle. —Solo así,― dije, chupando su deliciosa piel entre mis labios. —Todo el día, toda la noche.
Gimió y rió entre dientes, y pude sentir su pecho vibrar debajo de mí. Él podía estar tumbado boca abajo, y yo podía estar tumbado encima de él. Podíamos haber acabado de hacer el amor.
Y yo todavía quería más de él.
Siempre querría más de él.
—Tenemos que irnos,— murmuró. —Es algo especial. Papá incluso invitó a otra gente del trabajo.
—¡Pero es sábado...! — gimoteé.
Puede que estuviera enfurruñado, posiblemente incluso haciendo pucheros.
—Mamá hizo tarta,— dijo con una sonrisa en su voz.
Caí pesadamente contra él y suspiré.
—No juegas limpio.
Se rió de nuevo y trató de darse la vuelta para mirarme de cara. Me retiré para darle espacio para moverse, pero rápidamente me puse encima de él, entre sus piernas.
Con los codos al lado de su pecho, apoyé la cabeza sobre la mano y lo miré. Tenía el pelo revuelto, una mirada saciada y una sonrisita satisfecha; su resplandor postcoital. Él estaba jodidamente hermoso.
Él se estiró para apartar el pelo de mi cara.
—¿Cómo he tenido tanta suerte?— se preguntó en voz alta.
—¿No lo recuerdas?— me burlé. —Hace seis meses me hiciste quedarme el fin de semana, y me enseñaste los pies.— Rodé los ojos y suspiré dramáticamente. —Ahí estaba acabado.
Rió entre dientes.
—Oh, es verdad.— Dijo, rodando los ojos.
—De todas formas,— dije, arrastrando las puntas de mis dedos por su ceja, la esquina de su ojo y a lo largo de su pómulo. —No soy exactamente demasiado desafortunado, tampoco.
Sonrió, y había amor en sus ojos. Entonces rodó y se colocó encima de mí.
—Los halagos te conseguirán un polvo, pero no te harán librarte del almuerzo con mamá y papá.
Volví a hacer pucheros.
—Aún prefiero quedarme aquí.
Sonrió abiertamente.