4: Confianza

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“En el lugar más oscuro siempre existe un rayo de luz, el cual deja ver los tesoros que esconde. Pero hay casos donde es a la inversa. Donde personas brillantes sólo se oscurecen. Cerrando sus ojos y esperando la muerte.”

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Alana estaba sentada en la sala de su casa. Leyendo un libro y mirando a su padre ver la televisión. Ese gran hombre que siempre la protegía y a pesar de todo siempre le decía Mi niña.

Lamentablemente su amor hacia él se volvía más leve. Convirtiéndose en solo una deuda en su vida.

Cerró su libro y lo dejó en la mesa. Caminó hacia la puerta y se detuvo al abrirla.

-Voy a salir -avisó sin mirarlo a la cara.

-Adiós hija. Te quiero.

Continuó su camino cerrando al final.

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Caminaba por el bosque cerrando los ojos con la intención de perderse en el verde lugar. Alana soñaba con un día no recordar el camino de vuelta. En caminar por horas y al hacerse de noche ver cómo un felino cazaba a su presa, desgarrándola con sus dientes y embriagándose al beber su sangre.

Sacudió la cabeza para volver a centrarse en su paseo sin rumbo. Escuchó el sonido característico de un pequeño río. Se oía distante, y eso le alegraba.

Esquivó varias ramas, unas cuantas piedras y al final a lo lejos vió el río aparecer.
Lo contempló por un rato, el agua reflejaba su hermosa apariencia: Su delgado suéter arremangado hasta los codos, su falda que dejaba al descubierto su blanca piel de porcelana, la cuál los mosquitos jamás se atreverían a arruinar, sus antiguos converse rosados y su cabello sujeto en una cola de caballo.

Todo en ella gritaba "Perfección". Pero las personas siempre han sido muy despistadas como para darse cuenta del vacío que hay detrás de su bonita mirada, el cuál se va llenando con los pensamientos desquiciados que crea su mente infantil.

Sonará raro por lo que han oído de ella. Pero Alana jamás se ha propuesto matar a alguien por diversión. Prefería estar presente al momento en que el destino decidiera tomar sin titubeos esa vida. Ella solo intervendría si la situación lo amerita.

Al llegar el medio día, cuándo el sol se puso fuerte, se levantó de la piedra en la cual se hallaba sentada. Comenzó a descalzarse y cruzar el río.

"El agua fría mordía con delicadeza su piel, mientras que su vista se centraba en el lado que nunca había llegado a explorar."

Anduvo descalza durante un rato disfrutando de las cosquillas que le provocaba el pasto. Fue en el momento en que sus tripas rugieron que una aldea se comenzó a alzar a su vista.

Allí las casas eran todas de madera llenando el lugar con olor a roble. La calle no era pavimentada, pero estaba cubierta por la grama más verde que sus ojos verían.
Al pasar por una calle se encontró el puesto de una señora mayor que estaba vendiendo almuerzos.

Alana la saludó cortésmente y ordenó un plato de pasta.

-Son 10$ querida -informó la señora.

-Yo lo pago -dijo una voz nueva.

Artem apareció con una sonrisa en sus labios y le entregó el dinero a la vendedora.

Los Cinco Pecados de AlanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora