Epílogo

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La vida siempre es inesperada. Es una mentira el pensar que nuestro destino está escrito. Somos tan impredecibles que siempre sigue cambiando. Incluso al momento de morir. No sabemos si hay un Cielo, un Infierno o algún otro paradero a dónde se dirija nuestra esencia. De lo único que podemos estar seguros es del ahora, pensar sabiamente en las acciones y decisiones que tomaremos. De resto, solo queda ser valientes para ver el mañana. Si es que tendremos uno.

Alana sonrió con eso último.

Se dedicó a mirar el atardecer por la ventana de su habitación en aquella pintoresca clínica. Los colores mezclándose de forma aleatoria le recordaron su cambiante juventud.

Recordó lo mucho que nadó en las aguas del mar y las largas duchas tibias para despojarse de la sal.
Las risas de sus amigos que oía en la ciudad.

Recordó aquella pluma que conserva hasta el día de hoy, a pesar del tiempo y los maltratos por los viajes, aún sigue brillando por las lágrimas que la cubren. De todos sus amigos, él sin duda fue el mejor.

Recordó sus antiguas exploraciones por el bosque. En las noches que caminó solamente acompañada por el aire, sin ningún miedo en su interior. En las colinas, las aldeas, los prados y en su hogar.

Su hogar. Esa antigua casa. ¿Todavía seguirá allí?

Sería una pregunta que ya no podría responder.

Recordó los rostros de sus padres. Después de tantos años solo se lamentaba de una cosa en su vida. De no decirles los mucho que los quería, de creer que ese amor desaparecía, de pensar que solo podría ser una persona destinada a la soledad.

Por último recordó a sus amores.

A aquel chico que hasta el día de hoy lo recordaba al ver el cielo. Ese azul que jamás había logrado olvidar.

El momento en que se conocieron esa vez que lo salvó.

Esa vez cuando en su mundo a solas le dijo que la amaba.

Y el momento en que sobre el manto de un volcán dejó de ser señorita.

Recordó al chico de ojos cafés y al de ojos verdes que formaron parte de su vida. Y aunque al final no estuvieron juntos, alegraron su vida en algún momento.

No tenía nada de que quejarse. Para ella su vida en muchos momentos fue feliz. Uno de ellos fue el día en que por fin dejó de ser cazadora.

Con una sonrisa cerró sus ojos con el último rayo de sol.

Después de 65 años la muerte por fin había ido a buscarla tomando la forma de su abuela, cargando un ramo de flores y con su primera gata caminando al lado.

Alana se observó y vió su joven cuerpo estar con ella una vez más. Con una sonrisa aceptó el ramo.

Acompañada y tomada de la mano, caminó sin miedo hacia la luz.


Fin✿⁠

Los Cinco Pecados de AlanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora