Sueños.

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Luego de una noche tranquila y de un sueño reparador, Alhaitham se despertó entre sonidos de aves cantando y el murmullo del río. En ese momento pensó que despertar todos los días de esa forma sería un cambio muy agradable, y agradeció internamente la tranquilidad del lugar. Dormir sin ningún imprevisto o sonidos de alguien martillando en la madrugada también era bien recibido, sólo acompañado de sus sueños. Desde que la Reina Menor Kusanali había recuperado la soberanía de la nación todos los habitantes de Sumeru habían recuperado la capacidad de soñar, y por supuesto Alhaitham no era la excepción. Le había tomado unas noches adaptarse, pero rápidamente olvidó el tema. Solía olvidar sus sueños, de todas formas.

Sin embargo, esa noche había tenido un sueño diferente. Como de costumbre no lo recordaba en su totalidad, pero habían algunos momentos vívidos en su memoria. Algo cálido, una calidez que nunca antes había experimentado, junto a algo tan suave como una nube. También podía ver unos ojos brillantes que no lograba identificar, relumbrando en la oscuridad que le envolvía. Una voz, suave, varonil, llamándolo por su nombre... Al notar que podía recordar algunos detalles decidió que podría examinarlos cuidadosamente más tarde, pero en ese momento los dejó atrás. Se levantó sin muchos ánimos, como siempre movilizado por el deber más que por impulso propio. Dentro de todas las cosas que le desagradaban, probablemente lo que más odiaba era tener que levantarse temprano. Pero como no tenía tiempo para perder, pronto estuvo vestido y listo para salir.

A unos cuantos metros de distancia, y varias horas antes, Tighnari también había despertado de su sueño. Sin embargo, a diferencia de Alhaitham, había sido dando un salto tan grande que casi se había caído de la cama. Había tenido algo parecido a una pesadilla, un ambiente con fuego abrasador que lo envolvía mientras intentaba escapar, pero cuánto más se alejaba, sentía que se quemaba con mayor intensidad. Era un calor potente que progresivamente dejaba de molestarle, y no porque dejara de sentirlo, si no que el ardor se volvía más y más placentero. Luego de correr por lo que parecían kilómetros, se había detenido a recobrar el aliento y entonces había notado que no había ninguna llama persiguiéndolo, por el contrario, el fuego que sentía emanaba de su propio cuerpo, específicamente de su pecho y abdomen. Al momento de esa realización había despertado de golpe, con la suerte de tener unos reflejos lo suficientemente buenos como para evitar estamparse de cara contra el suelo.

Los rayos de luz que se colaban por las ventanas le anunciaban que ya estaba en la hora de levantarse. El joven Valuka se levantaba junto con el sol, incluso cuando tenía la mañana libre. Siempre había algo que hacer, y estos días más le valía asegurarse que todo estuviera en punto para compensar el tiempo que le dedicaría al Gran Sabio. Salió rápidamente de entre sus tibias sábanas, con miedo a volver a dormirse si continuaba ahí por más tiempo, y prontamente se acercó a su espejo para comenzar su rutina diaria.

Tighnari gustaba de cuidar su apariencia dentro de lo que sus actividades diarias le permitieran. Dedicaba al menos una hora al día a cepillar su larga y frondosa cola, aplicando aceites y todo cuanto fuera necesario para mantenerla en perfecto estado, y otra hora más para encargarse del resto de su cuerpo. Se bañaba por las noches, por lo que al despertar tenía tiempo extra para untar crema protectora sobre su piel, o revisar que sus colmillos estuvieran en orden, o zurcir algún nuevo agujero que hubiera en sus prendas de ropa. Probablemente, si su trabajo fuera de características diferentes, también dedicaría tiempo a elegir algún vestuario de su agrado todos los días. Aunque fuera difícil de creer, el clóset del joven tenía bastante variedad, desde sus días en la Academia. Si bien nunca había sido muy entusiasta de las situaciones sociales, sí le gustaba tener las instancias para poder elegir algo especial que ponerse. Como la camiseta que llevaba puesta la noche anterior...

Inevitablemente recordó la mirada de Alhaitham fijada a su cuerpo, y volvió a sentir un calor sobre sus mejillas al acordarse de las palabras que había dicho. ¿Acaso él no sentía vergüenza al ser tan directo? Ese hombre realmente no tenía ningún filtro para decir las cosas que pensaba... Y eso estaba bien. Para Tighnari, el saber que una persona como el escriba no tenía pelos en la lengua sólo aumentaba su nivel de confianza. Juzgar a las personas se le daba bien, y sabía reconocer la honestidad cuando la veía.

Besado por el trueno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora