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Capítulo 2: La casa.

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"Desde el momento en que nos conocimos nos hicimos hermanos. Ambos compartimos los recuerdos de infancia y tenemos los mismos sueños de adulto".

―Nathan.


Nathan estaba nervioso. Tener que verse con Judith siempre le producía ese efecto, y más después de haber accedido a ayudarla. No podía creerse que hubiera vuelto a picar; por más que lo intentaba, por más tierra que ponía de por medio, siempre volvían a encontrarse y ella siempre necesitaba algo de él. Era imposible decirle que no a algo.

Nathan suspiró sonoramente y se concentró en cada uno de los coches que circulaban por la carretera, esperando a que llegara su hermana. Su jefe vivía en una exclusiva urbanización en el barrio de Todt Hill en Staten Island, a tan solo cuarenta y cinco minutos del centro de Nueva York, donde se encontraba su empresa. Nunca entendió por qué un hombre joven había decidido vivir solo en un sitio como aquel, tan alejado del bullicio y la actividad nocturna de la ciudad; al parecer su jefe prefería residir en un lugar tranquilo, rodeado de bosques y casas aisladas: eso decía mucho de su personalidad. La pasividad de Nathan se disipó cuando vio aparecer a Judith desde el otro extremo de la calle a pie.

―Bromeas ―dijo cuando ella llegó hasta él.

Judith se encogió de hombros.

―Tuve que vender mi coche, así que he venido en autobús y el resto lo he hecho a pie.

―¡Pero hay más de media hora de camino!

―Un paseo ―contestó restándole importancia.

Nathan suspiró sonoramente.

―No me gusta un pelo que vengas a pie.

―¿Ahora te preocupas por mí? Eso sí es una novedad... ―dijo sonriéndole con maldad.

―Está bien, tú misma ―se rindió.

Nathan hizo una señal a la cámara de seguridad que había sobre la verja que delimitaba la urbanización y esta se abrió automáticamente.

Se adentraron por el sendero de césped recién cortado hasta llegar a la caseta del guarda de seguridad, que saludó a Nathan con familiaridad.

―Esta es Judith Braxton. ―Le enseñó la documentación―. Es la suplente de Lauren, empieza mañana en la casa de Jan Hernández. Residencia este.

―Sí, lo recuerdo. ―Rio con complicidad―. Que tengas suerte.

Judith asintió, muy segura de sí misma.

―Este sitio es la hostia ―reconoció mirando el espacioso terreno que se abría a su alrededor.

Caminaron unos metros y tras los altos setos se empezaban a vislumbrar los límites de la residencia del jefe.

―Lo es.

―Pero ¡todo es de cristal! —exclamó al ver la impresionante residencia de formas cúbicas—. ¡Es como vivir en un escaparate!

―Sí, pero sin vecinos. Cada bifurcación conduce a una residencia independiente, alejada de las otras. Los vecinos más cercanos están a un cuarto de hora a pie y por la distribución del terreno es francamente difícil encontrarse con alguno de ellos a menos que vayan a verte expresamente. Nuestro jefe no trata con nadie y no recibe visitas, así que ya ves...

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