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Anahí eligió una de las diminutas bolas que tenía encima de la mesa, agarró también el pegamento y, con sumo cuidado, la pegó a una de las velas que había acabado la noche anterior. Entretanto, hizo lo posible por no sonreír mientras Alfonso se paseaba por su pequeña cocina.

Lograba cruzar la estancia con tres zancadas.

Ella le había ofrecido una silla, pero Alfonso parecía decidido a llevar aquella conversación de pie. Se lo veía incómodo, quizá fuera por la decoración de su casa, pensó Anahí; era muy femenina, sobre todo, con los lazos y los frunces de las cortinas que ella misma había hecho.

Había plantas por todas partes, así como velas y tazones con flores secas aromáticas. Una pequeña colección de unicornios de porcelana adornaban una de las estanterías del cuarto de estar. Los muebles eran blancos, de bambú, y los sillones tenían cojines con estampado de flores.

No, no era la clase de sitio que a Alfonso debía de gustarle.

—Voy a estar fuera dos noches —dijo Alfonso —. Si pudieras ir a dar de comer a la gata…

—No te preocupes, lo haré —respondió Anahí sonriente—. Me encargaré de la comida y del aseo de los gatos, pero tendrás que darme las llaves de tu casa.

—Sí.

Anahí agarró otra bolita.

—Será como si viviéramos juntos.

Alfonso la miró fijamente.

—No, no vivimos juntos.

—Yo no he dicho eso exactamente.

—Lo has insinuado. Sólo vas a cuidar de la gata, eso es todo. La gata que te empeñaste en que me quedara yo. No debería tener una gata.

—Pero la tienes.

Alfonso apretó los labios.

—Tú encárgate de la gata y nada más. Y no rebusques entre mis cosas.

Anahí fingió sentirse insultada.

—¿Crees que haría semejante cosa? Por favor, Alfonso, ¿cuándo he violado yo tu espacio?

—¿Quieres que te haga una lista? Te conozco —gruñó él—. Eres una cotílla.

Era muy divertido, pensó Anahí contenta. Alfonso era adorable cuando se enfadaba.

—Te prometo que no lo haré.

—No te creo.

—Eh, yo no miento. He dicho que no curiosearé.

—Si lo haces me daré cuenta. Probablemente.

—Te he dado mi palabra —lo informó ella—. Respetaré tu intimidad.

Alfonso la miró durante un segundo; luego, dejó la llave de su casa encima del mostrador de la cocina.

—Voy a ensañarte una cosa —añadió Anahí.

Al momento, se levantó, fue al cuarto de estar y agarró un catálogo que tenía encima de una mesa de centro de cristal y bambú.

—Mira —le dijo agitando la revista en la mano—. Es del semestre de primavera de la escuela técnica de mi barrio. Voy a apuntarme a clases para montar un negocio. Y también he estado buscando trabajo en invernaderos.

Anahí se interrumpió para darle efecto a la noticia.

—Tengo una entrevista el jueves —añadió.

—Me alegro mucho —dijo Alfonso, relajándose.

—Gracias. Te lo debo a ti.

—Lo único que he hecho ha sido mencionar la posibilidad, lo has hecho tú todo.

Placer InsospechadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora