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Alfonso entró en la casa primero. Anahí lo siguió y cerró la puerta.

—No sé qué le ha pasado, jamás había sido posesivo —comentó Anahí, confusa por el comportamiento de Chuck y aliviada de que Alfonso hubiera llegado cuando lo había hecho—. Era muy débil de carácter e introvertido. Jamás había mostrado interés en mí. Y otra cosa, yo no lo he traído aquí. Estaba esperándome a la
puerta de mi casa. Charlamos, le dije que todo había acabado entre nosotros y se fue. Creo que me ha seguido hasta aquí. Es muy raro.

—No es raro —dijo Alfonso mirándola—. Antes, siempre estabas disponible. Esta vez no lo estabas. Eso le había hecho desearte más.

—Qué retorcido —murmuró ella; de repente, notó lo guapo que estaba Alfonso.

Alfonso llevaba un traje que enfatizaba la anchura de sus hombros. Si hubiera sido él quien la hubiera invitado a irse a vivir a Tucson no habría vacilado ni medio segundo.

—Es típico. Siempre queremos lo que no podemos tener —dijo Alfonso.

Anahí consideró esas palabras y luego sacudió la cabeza. No, a ella le gustaría Alfonso aún más si él le rogara que se quedara con él. Aunque Alfonso jamás haría una cosa así.

—En cualquier caso, no le va a quedar más remedio que conformarse —dijo Anahí con firmeza—. Estoy harta de ayudar a los hombres. Ya no necesito ayudar a nadie para tener confianza en mí misma.

Alfonso arqueó las cejas.

—¿Has leído eso en alguna revista?

—No.

Anahí sonrió traviesamente, le agarró una mano y tiró de él hasta la ventana. Después, le dijo:

—Mira. Flores. Bonitas.

—Te estás burlando de mí.

—Sólo un poco. Está bien, estos tiestos tienen hierbas. Albahaca y romero, y se las reconoce por el olor y por sus usos culinarios. Y estos otros dos tiestos tienen flores, son rosales pequeños, de pitiminí; muy fáciles de cuidar.

—Bueno.

Anahí esperó a que dijera algo más. Sabía que a Alfonso las plantas no le volvían loco, pero… ¿aceptaría el regalo?

—¿Qué? —preguntó él.

—Podrías fingir interés.

—¿Me creerías?

—Lo intentaría.

Alfonso suspiró.

—Son preciosas. Gracias.

—De nada.

Anahí, aún agarrándole la mano, tiró de él otra vez.

—Ven a ver a los gatos. Dos de las crías han abrieron los ojos.

Alfonso le permitió llevarlo al otro lado del cuarto de estar. Jazmín maulló cuando lo vio; se levantó, se estiró y saltó de la caja. Alfonso se agachó y acarició al animal.

—¿Qué tal el viaje? —le preguntó ella cuando Alfonso se enderezó.

—Bien.

—¿Café?

—Bueno —respondió él tras titubear unos momentos.

Una vez en la cocina, Anahí echó el agua en la cafetera y sacó el paquete de café de la nevera.

—Me he portado muy bien durante tu ausencia —declaró ella—. No he cotilleado. Ni he mirado los cajones, ni los armarios ni nada.

—En ese caso, ¿cómo sabías dónde tenía el café?

Placer InsospechadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora