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A la mañana siguiente, Anahí hizo el café mientras Alfonso se preparaba para ir al trabajo.

Se sentía contenta y temerosa al mismo tiempo. Aunque no se arrepentía de haberle confesado su amor y se enorgullecía de sí misma por su valor, no podía evitar los nervios. Alfonso no quería tener novia y menos alguien que estuviera enamorada de él. ¿Cómo reaccionaría después de lo que ella le había dicho?

Anahí le sirvió café en una taza con tapadera para que se lo tomara mientras iba al trabajo cuando Alfonso entró en la cocina.

—Buenos días —Alfonso la besó en la boca y luego agarró el café—. Tengo una reunión a las siete y media, así que será mejor que me dé prisa.

—Bien. Yo daré de comer a Jazmín.

—Estupendo —Alfonso volvió a besarla.

Anahí le agarró las solapas de la chaqueta del traje y lo miró a los ojos.

—Respecto a lo que te dije anoche, no te ha molestado, ¿verdad?

—Annie, tú siempre te me vas a adelantar en lo que a las cuestiones del corazón se refiere… y eso no voy a cambiarlo.

Tras esas palabras, Alfonso se marchó. Al cabo de unos minutos, Anahí se dio cuenta de que Kane no había contestado a su pregunta.

Anahí se presentó en casa de Alfonso con una planta más. Esta vez se trataba de una orquídea. Al entrar, los tres gatitos la recibieron con maullidos de entusiasmo.

—Vaya, habéis salido de la caja solos. ¡Qué grandes estáis ya!

Anahí empezó a acariciarlos. La gata madre se les unió. Sorprendente cómo habían salido las cosas. Hacía un par de meses había ido allí para insultar a Todd; ahora, su vida entera había cambiado. Estaba contenta con el trabajo, desesperadamente enamorada y su vida había cambiado de rumbo. Sí, la vida estaba llena de sorpresas… y buenas.

En ese momento oyó la llave en la cerradura de la puerta. Sonrió cuando Alfonso entró en la casa.

—Los gatos me tiene aprisionada. Vas a tener que rescatarme. ¿Te parece bien?

Pero en vez de sonreír, ofrecerle la mano o reunirse con ella en el suelo, Alfonso cerró la puerta tras de sí y dijo:

—Anahí, por favor, me gustaría hablar contigo. ¿Podrías levantarte?

Alfonso no sonreía y ella se levantó con un súbito ataque de angustia. Fue entonces cuando lo supo. Lo vio en sus ojos. Volvían a estar vacíos. Tan vacíos como cuando lo conoció.

—Alfonso…

—Esto ha sido una equivocación —dijo él—. Siento haber participado en ello. No debería haber permitido nunca que te hicieras ilusiones. Soy una persona solitaria por naturaleza y eso no puedes cambiarlo. No me interesa lo que me estás ofreciendo, Anahí. No te quiero.

Alfonso había hablado con calma y con una claridad que la hirió mortalmente y de por vida.

No podía pensar, no podía hablar…

—Yo… —comenzó a decir ella.

Alfonso la interrumpió:

—No es negociable. Te doy dos horas para que recojas lo que tengas aquí y te vayas.

*******

No estaba sufriendo lo suficiente.

Anahí sabía que eso era una mala señal, se debía a que aún no había asimilado lo ocurrido. Pero si apenas podía soportar el dolor que sentía, ¿qué iba a hacer cuando lo sintiera de verdad?

—¿Qué puedo hacer por ti? —Marina salió de la cocina con el té—. ¿Quieres vino? ¿Vodka? ¿Qué contrate a un asesino a sueldo para que mate al idiota de Alfonso?

Anahí lanzó una carcajada, luego sollozó una vez más y agarró un pañuelo de papel.

—Lo quiero.

Estaba sentada en el sofá de Marina. Aún tenía en el coche las plantas que había sacado de la casa de Alfonso, y su hermana se había ofrecido para hacerse cargo de los gatos hasta que encontraran un sitio para ellos.

—Estoy… bie… bien —respondió Anahí con voz quebrada.

—Sí, ya lo veo —su hermana se sentó a su lado y le puso una mano en la pierna.

—Lo peor aún está por llegar —lo informó Anahí.

Uno de los gatos se le subió encima. Anahí lo acarició.

—No es culpa suya —añadió Anahí —. Me lo advirtió desde el principio y fue muy claro. Pero yo no lo creí. ¿Por qué hago esas cosas? ¿Por qué no escucho?

—Todos oímos lo que queremos oír.

Anahí sacudió la cabeza.

—Es más que eso. Estaba orgullosa de mí misma. Por fin sentía que había superado esa manía mía de salvar a los hombres. Alfonso no necesitaba que nadie lo salvara. De hecho, ha sido él quien me ha ayudado a mí.

Anahí se interrumpió, se sonó la nariz y agarró otro pañuelo de papel antes de añadir:

—Creía que lo tenía todo. Qué tontería.

—No, no es ninguna tontería. ¿Por qué no ibas a tenerlo todo?

Anahí suspiró. Lo peor de todo era que no podía culpar a Alfonso.

—Él tenía razón. No es culpa suya.

—Es un desgraciado —declaró Marina—. ¿Cómo se ha atrevido a hacerte el daño que te ha hecho?

—Alfonso no ha hecho nada malo —le recordó Anahí —. Me dejó muy claras las cosas.

—Pero todo cambió cuando accedió a salir contigo —insistió su hermana.

Anahí agarró su taza de té y bebió un sorbo.

—Le dije que lo amaba. Creo que fue eso lo que le ha asustado.

Marina se la quedó mirando.

—¿Te has enamorado de verdad?

Anahí asintió.

—Sí. Es el hombre de mi vida. Por fin sé que, hasta ahora, no me había enamorado nunca. Alfonso es fuerte, generoso y, cuando estoy con él, me siento completamente segura.

—No sabía que las cosas habían llegado tan lejos —dijo Marina con voz queda.

—Sí, así es. Lo amo y ya no está en mi vida.

Anahí se echó a llorar otra vez.

—Oh, Anahí —Marina la abrazó—. Lo arreglaremos de alguna manera. Ya se nos ocurrirá la forma de convencerlo para que vuelva contigo.

—No se puede. No puedo obligarlo a que quiera estar conmigo —dijo Anahí —. Eso tendría que salir de él y no creo que vaya a ocurrir.

Era de noche cuando Alfonso regresó a su casa.

Entró y… no oyó nada.

Los gatos no estaban, las plantas no estaban y Anahí no estaba.

Había comida en la nevera. El aroma de ella aún impregnaba el cuarto de baño. Vio una camisa blanca colgando de la puerta; era la camisa que Anahí había usado a falta de una bata. La agarró y la sostuvo en la mano como si aún pudiera tocar a Anahí.

Pero no podía. Ella no estaba.

Como él había querido que fuese.

Alfonso regresó al cuarto de estar con la esperanza de que la paz y el silencio que solía sentir lo envolvieran. Pero aquella noche, sólo sentía inquietud. Se cambió de ropa tras decidir ir al gimnasio a hacer ejercicio durante una hora, quizá eso lo ayudara a dormir.

Era casi medianoche cuando, por fin, Alfonso se acostó. Estaba acostado y, sin embargo, no podía cerrar los ojos. El silencio era ensordecedor.

Por fin, se levantó, fue a por la camisa que ella había usado, y se la metió en la cama, a su lado. Una estupidez, pensó. No, no sólo era estúpido, era penoso.

La echaba de menos.

Él, que siempre se había enorgullecido de no echar de menos a nadie, anhelaba su presencia más de lo que podía expresar con palabras.

Placer InsospechadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora