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Aquella noche, Anahí estaba acurrucada en su sofá esforzándose por interesarse en el vídeo que había alquilado. Era una comedia y parecía muy divertida, pero ella no reía. Quizá fuera por lo triste que estaba.

De repente, oyó ruido al otro lado de la puerta de su piso. Parecían arañazos. O gemidos. O las dos cosas.

Se acercó a la puerta y la abrió. Un adorable cachorro de perro se la quedó mirando.

Encantada, Anahí se arrodilló. El cachorro se lanzó a sus brazos y empezó a lamerle la cara.

—¿Quién eres? ¿De dónde has salido? ¿Estás perdido?

—No es él quien está perdido —dijo Alfonso saliendo de las sombras.

Anahí se quedó inmóvil. El corazón dejó de latirle. Dejó de respirar.

Alfonso avanzó, agarró al cachorro con un brazo y, con el otro, la ayudó a levantarse.

—¿A qué has venido Alfonso? —preguntó Anahí sin saber qué decir, qué pensar.

—¿Puedo entrar?

Anahí lo dejó pasar. Alfonso dejó al cachorro en el suelo, que corrió hacia ella y empezó a lamerle los pies descalzos.

Anahí volvió a arrodillarse y tomó al perro en brazos.

—¿Tiene nombre? —preguntó Anahí, prefiriendo hablar del perro que de otra cosa.

Quería creer que la presencia de Alfonso allí tenía un significado especial, pero no estaba segura. Y no quería hacerse ilusiones.

—Todavía no. Pensé que te gustaría elegirlo a ti —Alfonso se arrodilló junto a ella—. Es tuyo. Lo he comprado para ti. Pero vive conmigo. Así que, si lo quieres, vas a tener que volver conmigo tú también.

Anahí tragó saliva. Bien, había esperanza, pero también tenía miedo.

—¿Quieres que vuelva?

—¿Qué si quiero que vuelvas? —Alfonso sacudió la cabeza—. Eso es demasiado poco, Annie. Creía que sabía lo que quería: soledad, mi mundo… Lo tenía todo pensado. Sabía lo que significaba querer a alguien y no quería que volvieran a traicionarme. Hasta que apareciste tú.

La esperanza estaba ahí, luminosa.

La respiración se le aceleró.

—Creía que quería vivir en una isla casi desierta yo solo. Creía que quería lo que tenía. Hasta que te conocí. Después de eso, todo cambió. Ahora quiero ruido, confusión, conversación y risas. Quiero velas y plantas y comida y tus cosas por todas partes.

—No soy tan desordenada.

Alfonso sonrió y luego le acarició una mejilla.

—Siento lo que te dije y siento haberte hecho sufrir. No lo soporto. Te echo de menos, Annie. Te deseo, no puedo soportar la vida sin ti. Te necesito con desesperación. Me has convertido en un hombre que jamás pensé que sería. Me has cambiado por completo. Como nunca había estado enamorado, no me había dado cuenta de lo que era.

¿Amor?

¡Amor!

Anahí soltó al cachorro y abrió los brazos a Alfonso, quien la sujeto con ambos brazos sobre su cintura.

—¿Estás diciendo…?

—Que te amo —Alfonso la estrechó aun más cerca en sus brazos—. Te amo y siempre te amaré. En la salud y la enfermedad, con niños y casas y lo que sea... Es decir, si puedes perdonarme, si todavía me quieres.

Anahí se apartó y lo miró a los ojos fijamente.

—¿Qué? ¿Creías que me iba a desenamorar de ti así como así?

—Te he hecho daño, he sido cruel. Lo que te hice no tiene disculpa. Lo único que puedo hacer es prometerte que jamás volveré a hacerlo.

Alfonso no era un hombre de falsas promesas. Ella tenía fe ciega en él y siempre lo querría.

—Te amo Alfonso —dijo Anahí.

—¿Te casarás conmigo?

Anahí sonrió.

—Sí. ¿Nos quedamos con Jazmín?

—Por supuesto —contestó él sonriendo.

—¿Y con uno de sus hijos por lo menos?

Alfonso suspiró.

—Tú decides.

—Espero que se lleven bien con Bobo. Va a ser un perro muy grande.

Alfonso cerró los ojos y lanzó un gruñido.

—El perro no se va a llamar Bobo.

—¿Ensaimada?

—Es perro, no perra, Annie. ¿Qué te parece Blackie?

—Me gusta más Stan.

Alfonso volvió a gruñir. Anahí lanzó una carcajada y se acurrucó en sus brazos.

—Vamos a necesitar una casa más grande. No es que no me guste Todd, pero… ¿tenemos que vivir tan cerca?

—Nos iremos a vivir a otra casa. ¿Y desde cuándo te gusta Todd?

—Es parte de la familia. No te preocupes, no tienes motivos para estar celoso.

—Me alegra saberlo. Compraremos una casa con jardín.

—Sí, uno muy grande.

—Me gusta tu forma de pensar —Alfonso la miró a los ojos—. Te amo, Anahí. Has cambiado mi vida.

—Te he salvado —Anahí sonrió traviesamente—. Aunque ya no salvo a nadie, a excepción de plantas y animales. Vamos a tener hijos, ¿verdad?

Alfonso empezó a desabrocharle la blusa.

—Por supuesto.

Anahí le quitó la blusa.

Alfonso volvió la cabeza y vio a Stan dormido encima de un cojín en el sofá.

—No debemos hacer ruido —susurró ella.

Alfonso se levantó, la tomó en brazos y la llevó al dormitorio.

—Ahora no me importa que hagamos ruido.

—Sí, tienes razón.

Fin.

Placer InsospechadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora