1.- El pasado, una ventana al futuro

398 20 13
                                    

"Aquel que no conoce su historia, está condenado a repetirla", reza el viejo dicho y Roseanne nunca pensó que aquellas palabras tendrían tanto poder como para transformar una vida, construirla o... destruirla.

Con cada historia que su abuelo le contaba, nunca lograba entender el por qué le repetía tanto aquellas palabras pero sobre todo, había en los oscuros y cansados ojos de él, una ligera sombra de tristeza, de algo que parecía inconcluso en su vida. La historia de su niñez en Corea, en la provincia de Gangwon, corriendo a los pies del Seoraksan, siempre adquiría un toque idílico al mismo tiempo que un tanto onírico para Roseanne. Para ella, su abuelo podría haber sido el dueño de aquel bosque del que tanto le hablaba cuando aún era pequeña, con una incontable cantidad de criaturas mágicas con las que vivió las más grandes e increíbles aventuras cuando era niño; esas que le compartía cada vez que llegaba a verlo.

Claro que a los siete u ocho años, todo lo que provenía de él era tan increíble que era impensable cuestionarlo, mucho menos no creerlo; de tal manera que cada visita a su abuelo, Rosé deseaba con tanto fervor vivir al menos un poco de lo que él había vivido. Sin embargo, nada perdura para siempre y lo que en un inicio fueron increíbles vivencias, aventuras mágicas, se fueron convirtiendo en enseñanzas de vida; sutiles y amables advertencias de lo que implicaba ese viaje llamado vida,

Pero había un episodio en la vida de Park DoYeong, que evitaba casi a toda costa, sin importar cuán generoso fuera al compartir su sabiduría con sus nietas; su hermetismo para hablar sobre su paso por la guerra era casi tan férreo como su bondad. Era tal su reserva que incluso Rosé desistió de saber sobre aquel episodio en la vida de su abuelo y por alguna razón, ella sentía que aquello que percibía como inconcluso en él, estaba relacionado con ese momento.

Sentada en la sala de espera, repasaba los momentos vividos con aquel anciano de sonrisa fácil y cuyo rostro se iluminaba apenas verla llegar a su casa, acompañada de su hermana. Soltó un sonoro suspiro mientras cruzaba su pierna derecha y luego hizo lo mismo con sus brazos, llevándolos a la altura del pecho. Bajó la vista y la clavó sobre sus zapatillas blancas, sintiendo el tenso silencio que inundaba la sala con la salvedad del reloj en la blanca pared detrás de ella. Un nuevo triste y pesado suspiro escapó de sus labios, hacía ya más de una hora que habían entrado y no había indicios de que salieran pronto, lo que para nada eran buenas noticias. Y ella podía sentirlo en el sordo dolor que le provocaba un vacío en el pecho, era como si una grieta se abriera con cada respiración que daba.

No supo en qué momento comenzó a morder las uñas de su mano izquierda, intentando no pensar en aquella demora como el anuncio de un mal presagio; no tenía qué significar eso, su abuelo ya era una persona mayor y con los años casi siempre llegaban muchas complicaciones.

Apenas se percató del momento en que su padre y su abuelo salieron del consultorio, solo hasta que percibió los cansados pasos del anciano acercarse a ella, salió de sus propias cavilaciones. En cuanto levantó la vista, su abuelo le sonrió con esa facilidad que lo caracterizaba y ella respondió con la misma sonrisa mientras se ponía de pie. Pero al mirar los ojos de su padre, esa grieta en su pecho se abrió casi descontroladamente hasta sentir cómo la desgarraba.

Caminaron en silencio hasta llegar al auto, al que ayudaron a su abuelo a subir de la manera más cómoda posible. Cuando ambos, padre e hija iniciaron el camino para rodear el vehículo, Rosé detuvo a su padre e intentó formular esa pregunta que tanto había temido realizar; sin embargo, su garganta no pudo liberar su voz, en su lugar un doloroso nudo se formó pero él no necesitó que ella lo preguntara, pudo verlo escrito en sus ojos. Mudo al igual que su hija, intentó hablar pero ese nudo doloroso y preciso como una daga, también se lo impidió; sólo pudo bajar la vista y negar de manera silenciosa para luego terminar de rodear el vehículo hasta el lugar del conductor, dejando a la joven con el corazón en la mano, el nudo en su garganta y los ojos con un ardor a punto de desbordarse. Tuvo que respirar en varias ocasiones para intentar adormecer aquella grieta en su pecho, antes de subir al auto en completo silencio.

HASTA ENCONTRARLA | CHAESOO/JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora