VII

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Al entrar a casa esa noche, el lugar estaba completamente vacío. Ni siquiera había una luz encendida, simplemente era silencio y oscuridad.

Encendí la luz de el comedor, para demostrar que la casa no estaba sola, y fui a mi habitación, dejando la puerta levemente abierta. Ahí dentro, me quité los zapatos, los cuales me estaban matando, y me recosté sobre la cama, mirando el techo.

Mi mente era un cúmulo de pensamientos, que giraban en torno a una mini yo, la cual estaba parada, sin saber a cual mirar o resolver primero. Estaba agotada, pero no quería estarlo. No podía rendirme, necesitaba salir adelante por mi propia cuenta, o hasta que mi cuerpo aguante.

Podía asegurar que los gritos de mi mente podían escucharse en mi pequeña y vacía habitación. Sentía que, en cualquier momento, colapsaría. Mis pulmones algún día dejarán de recibir oxígeno y me comenzaría a ahogar.

Como estaba sucediendo en este momento.

Cuando reaccioné a lo que había pasado, estaba recostada boca arriba, mirando un blanco e hipnotizante techo. Traté de sentarme sobre la cama, pero al hacerlo me di cuenta que no estaba en mi casa, no era mi cama.

Miré desesperadamente hacia mis lados, pero a mi izquierda sólo encontré una ventana, tapada por una cortina blanca, pero no igual de blanca que el techo. Aunque a mi derecha... a mi derecha encontré a mi mamá, durmiendo, sentada sobre una incómoda silla.

Mis manos se fueron a mis ojos, tapándolos, como si eso me hiciera desaparecer de la situación en la que me encontraba. Había sucedido denuevo, la razón por la cual ella no me soltaba, la razón por la que jamás me dejaban.

Hace algunas horas, me encontraba gritándole, porque jamás me dejaba tranquila; pero ahora me encuentro recostada sobre una camilla, con ella durmiendo en una silla, aparentemente esperando a que despierte.

Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. Era yo la culpable de todo, jamás debí hablarle así, siempre hago que se preocupen por mí de alguna u otra forma. Ellos jamás se iban a librar de mí, tampoco me iban a dejar vivir la vida que yo quería, porque tenían miedo, miedo de perder a su única hija, la cual idealizaron como responsable, inteligente, correcta, pero sobre todo, capáz.

No podía evitar sentirme mal por ellos, aunque estaba consciente de todo el daño que me habían hecho.

Pasaron unos minutos, mientras sentía como mis cálidas lágrimas bajaban por mis mejillas, cuando escuché una voz a mi lado. -¿Giorgia?- me giré rápidamente a mirar y mi madre había despertado, su voz estaba rota y sus manos temblaban.

Me sentía patética en esta situación, llorando al pensar todo lo que pasaban mis padres conmigo y ella aliviada al verme despierta por fin.

-Qué susto nos hiciste pasar...- me murmuró, cuando se levantó de su asiento y se acercó a mi camilla para abrazarme.

No estaba acostumbrada a este tipo de trato con mi mamá, ella siempre fue tosca e insensible, pero verla así me destruía, sabía que ella me quería aunque no lo demostrara. Mis ojos comenzaron a derramar aún más lágrimas cuando sentí sus brazos rodearme, mientras trataba de hablar sin sollozar. -Perdón...- fue lo único que salió de mi boca en aquella situación gracias al gran nudo en mi garganta me impedía seguir hablando.

Pasados unos minutos, en completo silencio mi madre salió de la habitación, lo cual me dejó algo dudosa, pero en un rato, la puerta volvió a abrirse y ella volvió a aparecer, pero esta vez acompañada de una enfermera.

...

El ambiente de los hospitales era horrible. Tenía que estar hasta el día siguiente, ya que debían monitorear mi estado, pero no podía quejarme. Aproximadamente a las doce del día llegó una enfermera con mi comida, no se veía apetecible, además no tenía sabor, no podía esperar a llegar al postre, que era una pequeña gelatina de frambuesas.

Out Of Time | Jean KirschteinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora