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Esto debería ser una historia de amor, pero realmente no estoy seguro de como terminar de narrarla.

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Vivir solo no está mal, o bueno, no tanto cuando tienes un gato y waffles congelados para desayunar antes de irse a la universidad, también cuando te das cuenta que nadie puede poner tu casa pies arriba, o al menos el único que puede hacerlo eres tú. La soledad no me afecta como a las otras personas, no soy de esos que necesitan estar con gente nueva todos los fines de semana, aunque mi gato es un donjuan y comienza a ronronearle a cualquiera que ponga un pie dentro del departamento.

Tengo veintitrés años, si no mal recuerdo. Estoy estudiando artes visuales, desde pequeño siempre me gustó pintar y hacer manualidades, en realidad en mi cuarto tengo un cuadro de mi primer gato, Oliver, que pinté en casa de mis padres a mis ocho o nueve años. Pintar siempre fue mi mayor fortaleza, siempre recibía halagos de parte de los demás por mis pinturas, así que eso hizo que dependiera de la aprobación de los demás. Recuerdo cuando unos compañeros de la escuela dijieron que tenía una pintura de mierda porque usaba demasiados colores, cuando llegué a casa me heché a llorar en brazos de mi madre, la cual en vez de consolarme, me regañó porque no debía hacerle caso a los demás.

También me gustan los gatos, -Creo que ya lo mencioné demasiadas veces.- he tenido cuatro o cinco a lo largo de toda mi vida, pero ya que el tiempo pasa ninguno de ellos está conmigo ahora, aunque sé que desde algún lugar están presentes. Mi gato actual se llama Milo, tiene casi dos años, lo adopté cuando llegué apenas a mi departamento, para no estar solo la mayoría del tiempo. Es un gato muy peludo y de color café claro, antes era muy pequeñito, pero ahora es más grande que un gato promedio, lo cual aveces me espanta un poco en las noches; su pelaje cambia de tonalidades en distintas partes de su cuerpo, en su lomo es de un tono marrón más oscuro y en sus patas es blanco. Tiene unas orejas puntiagudas y una mirada afilada, realmente se parece a mi físicamente. Pero gracias a él, aprendí a que no es necesario esperar a una persona para sentirse acompañado y feliz.

¿Para qué tener demasiados amigos si puedes tener un gato?

Tal vez estar solo me hace bien, o me acostumbré a estarlo y ya asumí mi realidad.

Antes era sociable, tenía demasiados amigos y conocidos, salía a fiestas y demás cosas, habían veces en las que no aparecía por días en casa, o algo así fue hasta que la conocí a ella, a Lisa. Era una chica de pelo corto color caramelo, tenía unos ojos verdes enormes y llevaba lentes. Tuvimos una relación por algunos meses -Diez para ser exactos-, no fue malo, al contrario, pensaba que había encontrado a mi alma gemela y que estaría con ella hasta la muerte. Pero el destino me estaba preparando algo distinto. Ella tenía el mismo estilo de vida que yo, aunque no le gustaban los gatos, lo cual me ponía algo triste.

Pero un día, en un parque, estabamos teniendo un rato juntos, o bueno, hasta que sus amigos llegaron. Aunque no me desagradaran, no eran tranquilos, así que de todas formas había algo de tensión entre nosotros, porque yo no los conocía ni ellos a mí. Lisa nos presentó y comenzamos a hablar, tenían temas interesantes de todas maneras, pero mis ojos no salían de ese chico, de Reiner Braun. Él miraba a Lisa todo el tiempo, no quitaba sus ojos de ella, pero parecía no darse cuenta que yo hacía lo mismo con él.

Reiner era grande, no de altura, o al menos para mí, que mido un metro y noventa, pero él tenía más musculatura que yo, era rubio y llevaba una barba descuidada. Sus ojos eran de color café claro y siempre parecía serio, incluso podría decir enojado o molesto. No sabía mucho de él, pero en ese momento lo analizé como pude, tal vez estaba un poco celoso de que estuviera mirando tanto a mí pareja, pero él definitivamente no la veía con buenas intenciones, estaba tenso y casi no hablaba, pero cuando lo hacía todos reían y parecían llevarse muy bien con él, para los demás lucía agradable, incluso para Lisa, quien también lo miraba en veces.

Out Of Time | Jean KirschteinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora