5. FUEGO (Zoro x Robin)

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Travesía por el nuevo mundo, un día para llegar a Dressrosa.

Narra Robin.

Observaba discretamente a nuestro nuevo aliado, oculta, bajo mis gafas de sol. El capitán de los Piratas del Corazón era un hombre sumamente atractivo y misterioso. Habría que estar ciega para no percatarse de esa belleza varonil y rebelde. Torao tenía ese aire de chico malo que conseguía que cualquier mujer perdiese los papeles por él. Su torso esculpido, sus tatuajes y... Esos ojos que parecían poseer la profundidad del universo podrían poner a cualquiera de rodillas.

Alguien carraspeó a mi lado, sacándome de mis pensamientos. Alcé la vista ligeramente para encontrarme con el ceño fruncido de cierto espadachín. Sonreí, sabedora del motivo.

— Mujer, si sigues mirándolo así, lo vas a desgastar...— adujo, con cierto tono de molestia en su voz, el peliverde. Mi sonrisa se amplió— Las mujeres os volvéis locas por cosas tan superficiales como cuatro tatuajes.— se quejó, rechinando los dientes.

— No son los tatuajes... Es lo que hay debajo de los tatuajes.—le aclaré, mordiéndome el labio de forma lasciva. Su ceño se volvió más profundo. Se cruzó de brazos y me dio la espalda para irse.

— Podría esperarme esas gilipolleces de Nami, que solo piensa con lo que tiene entre las piernas, pero, tú, se supone que tienes más sentido común...— Mi risa hizo que su espalda se tensase. Podría haberme ofendido si el hecho de que estuviera celoso no me produjese tanta satisfacción.

— Zoro... Todas las mujeres necesitamos que sacien nuestros deseos. Yo, incluida.— ladeó su rostro, permitiéndome ver esa sonrisa prepotente que tanto me ponía y arqueé las cejas.

— Pues corre, seguro que Torao estará encantando de complacerte.— aseguró, con malicia, el peliverde, mientras se alejaba. Apreté los puños, furiosa. Yo también me di la vuelta. No pensaba darle la satisfacción de ver cómo me afectaban sus palabras.

***

Habitación de las chicas, 16:00 PM.

Nami se llevaba las manos a la cabeza y me miraba como si sintiese en su propia piel el desplante que Zoro me había hecho.

— ¡No me puedo creer que ese maldito idiota haya dicho eso! ¡Roobin!— me cogió por los hombros y me zarandeó, urgiéndome a reaccionar— ¿¡No pretenderás permitírselo, no?!

— Nami, relájate...Fufufu— le pedí, divertida por su entusiasmo— ¿No ha sido él el que me ha dado alas para seducir a Torao?—inquirí, con una sonrisa maliciosa—. Pues va a ver qué obediente soy.

Nami sonrió como si hubiese encontrado un tesoro en cuanto se percató de mis planes. 

— ¡Esa es la Nico Robin que me gusta!— me abrazó con entusiasmo, arrancándome una carcajada—. ¿Qué te hago en el pelo?

Negué, con una sonrisa, mientras le dejaba recogerme el pelo en tirabuzones sueltos. Entendía su enfado. Mi relación con Zoro no era precisamente fácil. Nos habíamos acostado una noche después de una fiesta. Ambos habíamos bebido lo suficiente como para echarle la culpa al alcohol pero, también sabíamos que no nos afectaba, y mucho menos a él.

Por ello, cuando a la mañana siguiente fingió no acordarse de lo que había pasado debido a su supuesto estado de embriaguez, decidí que lo mejor era dejarlo estar. Y así habría sido, si no fuera porque después de esa noche, sus cambios de humor, sus reproches, sus velados ataques de celos y su empeño por ignorarme sistemáticamente habían colmado el límite de mi paciencia.

Sabía porqué después de pasar la mejor noche de su vida había huido hacia delante como una avestruz. La palabras "sentimientos" y "vulnerabilidad" le daban alergia. En cuanto se había despertado conmigo entre sus brazos se había dado cuenta de que habíamos cruzado una línea que podría cambiarlo todo. Su sentido de la responsabilidad y del deber le habían hecho decir, su ya conocida, frase de <<Aquí no ha pasado nada>>.

100 Noches de PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora