4

6 3 0
                                    

No logró conciliar el sueño completamente durante la noche, o lo que le quedó de ella para dormir. Se fue a la cama con el estómago vacío y el hambre, más el cansancio y la incómoda cama le produjeron un sin fin de pesadillas entre mescladas con el cadáver de su hermano sobre la mesa, como cada noche.

Un ruido fuerte lo despertó de golpe y casi cae sentado. Era como una trompeta que ensordecía con un ruido más que aterrador. Levantó la cabeza y observó el lugar, todos los hombres en el hangar se pusieron de pie muy rápido.

Aún no había amanecido y las lámparas de luz amarillenta que colgaban del techo iluminaban el lugar. La mirada de Kiev se topó con la del granjero que la apartó y Kiev no pudo evitar darle una ojeada a su anatomía.

Como lo imaginó, bajo la camisa se escondían unos músculos no solo de buen tamaño, sino también bastante estéticos; Los pectorales bien formados cubiertos por una fina capa de pelitos que se perdían en una línea recta que pasaba por sus firmes abdominales y desaparecían bajo el ombligo. Las piernas también estaban cubiertas por esos sexis y masculinos vellos y Kiev no pudo evitar imaginar qué se sentiría tener esas portentosas piernas entre las suyas, con unos gemelos bien proporcionados y unos pies grandes.

Cuando se le dio la espalda y levantó las manos para estirarse Kiev perdió el aliento al ver su espalda ancha, de piel pálida, bajo la piel se lograban ver los músculos formados y el trasero, era el más respingado y redondo que había visto en su vida.

En la casa de su familia en Belmonte se había acostumbrado a ver hombres atractivos, soldados que llegaban a alguna reunión o hijos de políticos que acompañaban a sus padres mientras aprendían sobre el negocio, pero un hombre como el campesino jamás había llegado a iluminar la vista de Kiev.

El hombre tenía un aura fuerte y sensual, y extrañamente tierna también, el cabello rubio despeinado lo invitaba a acariciarlo y tuvo que apretar los puños para contenerse.

Alguien le arrancó la sabana de cuerpo y lo tomó de la cintura con unas manos tan frías como el mármol del balcón de las tierras altas y lo bajó de un movimiento ágil y brusco.

— ¡No escucha, soldado? — le gritó, tenía la piel muy oscura y los ojos de un brillante azul que lo atemorizaron, era un Zorbano de las tierras áridas y lo único que había que saber de ellos era que conformaban a los soldados más letales del primer mundo — ¡Cámbiese ahora! ¿O acaso quiere pasar otra noche en la maya? — Kiev asintió con la cabeza y luego niego, incapaz de hablar, y el hombre me dio la espalda, era tan alto que fácilmente podía tener dos veces el pobre metro con setenta y cinco de Kiev.

Buscó con desesperación la ropa en el suelo donde la había dejado en la noche y comenzó a vestirse. Por las puertas amplias del hangar entraba un viento frío y la ropa mojada lo hizo estremecer, y ya estaba casi vestido cuando alguien carraspeó la garganta a su lado y Kiev dio un salto cuando vio al campesino de pie mirándolo con sus profundos ojos azules.

— Anoche trajeron los uniformes — le dijo y de debajo del camarote sacó una bolsa de tela negra con su apellido escrito en tiza, lo tendió hacia él y cuando lo agarró Kiev tocó por un momento sus cálidos dedos y sintió un escalofrío. Él rubio dio la vuelta y se fue.

Kiev siempre había sido bueno para controlar sus emociones, había fingido con habilidad cuando un soldado le atraía, o como aquella vez que su padre casi lo atrapó con el miembro de un hijo de un político en su boca en el salón de las coronas.

En ese momento supo guardar la compostura y supo que lo logró, pero mientras se vestía con las manos temblorosas se preguntó si el campesino habría notado el cómo lo morboseó o como se puso nervioso con su presencia, pero en menos de un segundo se siguió encargando se sus asuntos y lo ignoró.

Los herederos del legadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora