Familia

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El gallo del vecino sonaba por toda la casa despertando de mala gana a un pequeño que se quejaba y amenazaba al gallo. y a un hombre que aria lo mismo que el hijo. Por otra parte, la mujer se despertaba con cansancio pero feliz

— ¡Mami! — El pequeño entró quejándose a él cuarto de sus padres —¿puedo matar a ese gallo? No me deja dormir — la albina de revolvió más el pelo y negó con la cabeza, por otra parte, el padre del pequeño lo sostuvo en los brazos — Yo si te dejo, te acompaño — Elizabeth jalo al rubio de la oreja con enojo — ¡No van a hacer nada con ese gallo! Ninguno de ustedes, ¿me escucharon? — El rubio asintió con apuro, haciendo que la albina soltara su oreja — Pero nos molesta — El rubio asintió a lo antes dicho — mejor vamos a levantarnos — los oji verdes suspiraron.

*

Elizabeth estaba en su jardín regando sus plantas tranquilamente, cuando por detrás llegó alguien, tapando sus ojos — ¿quien soy? — Elizabeth hizo como si de verdad lo pensara — Mi único amor. Mael — el contrario destapó sus ojos y la miró indignado — Mael ¿no? Como que te faltaron letras — Elizabeth rio — Si. Tienes razón Meliodas. Un poco desordenadas Meliodas rio con ella, abrazándola.

Elizabeth llamó aún abrazándola No respondió como si supiera la pregunta todavía no te preguntaba nada

No, pero se la respuesta Meliodas puso su cara en el hombro de ella, suspirando —tú eres mi dragón de felpa. ¿Si? Mi Pequeño demonio — Meliodas iba a llorar, de pronto el jardín hermoso de Elizabeth parecía un lugar abandonado — Meliodas. Los amo a los dos, eso nunca lo duden — Otro suspiro salía de la boca de Meliodas. Al igual que un recuerdo reprimido.

*

Había algo malo, Meliodas lo sabía. Las señales eran claras, obviando el echo de su extraña falta a sus encuentros. Ella tampoco se encontraba en batalla o algo parecido, ¿que habrá pasado con ella? El, aún así esperaba cada tarde como de costumbre su llegada. Esperando que el "molesto" pelo de plata se me metiera en la boca. Sin embargo cuando percibió su presencia, sus ojos verdes querían salir de su órbita.

Su mirada alegre parecía más una súplica de una sonrisa triste. Su vestido antes blanco y corto ahora era como si fuera al velorio de una boda. Y lo más importante...su cabello antes lacio y perfectamente peinado ahora le llegaba a los hombros, estaba llenos de picos y desorden.

— Q-que — titubeó Meliodas, aún sin creer lo que sus ojos veían. ¿Donde estaba ella?, ella no era Elizabeth, ella no era la diosa incrédula que conocía, la soñadora sin remedio, la ingenua, torpe y inocente chica. Su chica.

La albina descendió del cielo y Meliodas siguió pensando que aún así se veía divinamente angelical. — Meliodas — dijo ella — y-yo — El demonio se acercó a la diosa como si la fuera a devorar, como si lo hubiera traicionado de la peor manera. Ahora, Elizabeth entendía porque se hacía llamar el demonio más temido, porque lo era. — ¿Que te pasó? ¿Quien te hizo esto? — El, aún así Parecía muy calmado. No quería asustarla, e quería ayudarla — ¿hacerme que? — Ella sabía de lo que el hablaba, claro que lo sabía — ¿crees que no me doy cuenta? Tu pelo es más corto y está desordenado. Nunca te vistes así y aunque me estés sonriendo se que no es verdad — Ella solo cayó al suelo.

—¿Quién?, respóndeme —

— ¿para que quieres saber? — Meliodas suspiró una vez más. — Nadie te hace eso y se sale con la suya. RESPÓNDEME — Elizabeth se sorprendió un poco pero aún así no respondió nada — ¿Porque no me quieres decir? Es que acaso quieres tanto a aquella persona. Si es así te voy advirtiendo, esa persona no te quiere si es capaz de hacerte daño — Elizabeth se agarro a ella misma buscando consolarse y el rubio se acercó a ella — No es necesario que lo escondas, que lo cubras. Y también, yo estoy aquí para consolarte — Elizabeth volteó a verlo, roja como una cereza y de nuevo bajo la mirada — M-mi madre — una mueca de desaprobación en los labios masculinos se mostró y se sentó junto a ella — ¿Ella te hizo todo eso? — La albina sorbió — En parte, agarro mi pelo y lo destruyó, ella sabe que mi cabello me encanta — El rubio tomó un mechón del pelo blanco — Tu pelo es hermoso, aún despeinado — Elizabeth se sonrojó — B-Bueno, ella lo destruyó, destruyó totalmente la parte de abajo entonces lo mejor era cortármelo — Meliodas acarició todo un mechón de el pelo de la albina — ¿Sabes?, creo que con picos te queda mejor, como yo — Elizabeth rio — Tal vez. Aunque debes decirme como tener eso — Señalo el ahoge de Meliodas — A, ¿esto?, pues, es de genética pero tal vez pueda hacerlo —

— ¿Genética? — pregunto ella — Si, mi madre lo tenía así, tenía forma de plantita. —

— tu mamá era rubia supongo —Meliodas sonrió y asintió al recordar el recuerdo de su progenitora de pelo rubio y una adorable sonrisa que encantó a su padre — Ya veo...— respondió

— ¿Y qué hay con tu vestido? — Elizabeth les se vio a si misma — ¿se me ve mal? — Meliodas nego comprensivamente — No. Es solo que "no es tu estilo" ¿me entiendes? — Elizabeth y pensó un poco en las palabras de Meliodas, ciertamente era verdad — Dime Elizabeth, ¿por qué tu mamá hizo todo eso? — era claro que Elizabeth no quería hablar — En tus ojos, siempre seré el rubio tonto, ¿es así?

— No, ¿como puedes decir algo así? — meliodas fruncio el ceño —¿Entonces porque no me lo dices? — Elizabeth suspiro, no quería decirle la verdad y eso era evidente —No es el momento — El rubio con una mirada de comprensiva y un sueco susurro acepto la decisión de Elizabeth. Si ella no se sentía lista para decirlo significaba que el no estaba listo para escucharlo.

*

Para Meliodas algo era claro, no importaba cuanto tiempo el y Elizabeth pasaron juntos. Ella nunca le iba a revelar completamente que sentía.

꧁ La pueblerina perfecta ꧂ (pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora