Capítulo 18

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Necesitaba que esto fuera con amor, con cariño, con adoración. No como lo estábamos haciendo. Necesitaba sus manos recorriendo mi cintura, tocando cada espacio de piel que mi cuerpo tenía. Necesitaba su boca besándome el cuello, estremeciéndome ante su toque. Necesitaba que su cuerpo estuviera junto al mío sin ningún tipo de ataduras. La necesitaba a ella, amándome, queriéndome. Tocándome como ninguna otra lo había hecho.

Me incliné, tomando la llave de las esposas de plata de la mesa de noche y envolviendo una de sus manos.
—¿Qué haces?
—Te desataré —murmuré, mis dedos temblaron, la llave tembló. Mis labios se curvaron y el miedo me invadió una vez más.
No.
Yo no debía tener más miedo. No con ella. Ya la conocía. Ella me conocía. Yo... yo lo quería. Yo quería que ella fuera aquella mujer que me amará, aquella mujer que debía ser la indicada. Aquella mujer que de verdad se merecía mi virginidad.
Aquella mujer que había estado esperando por veinticinco años.
Y ahora lo sabía. Ella había estado frente a mis ojos todo esté tiempo y no me había dado cuenta. Desde que la vi fuera de su oficina aquella tarde. Supe que ella era.
—¿Por qué? ¿Te arrepentiste? —pregunto con desilusión. Me incliné y sonreí, besándola suavemente.
Su mano se meneó alrededor de su muñeca quitando la tensión que las esposas habían creado alrededor de está.
—No. Solo quiero hacerlo de una forma diferente.

Soltando su mano izquierda y deslizando la venda negra sobre su cabeza. Me levanté cuando sus ojos dejaron de parpadear y me paré frente a ella. Para que me viera, para que me viera completamente.
—¿Diferente forma? —preguntó desconcertada, asentí, tomando sus piernas y dejándolas al borde derecho de la cama. Con una mínima fuerza, la hice levantar, quedando su anatomía pegada a la mía de una forma perfecta. Como si hubieran sido creados para estar juntas.

Encajando como perfectas piezas de rompecabezas.
—Tócame, Freen. Tócame —murmure, tomando su mano, poniéndola sobre mi cuerpo, sobre mis pechos, deslizándola hacia abajo. Sobre mi abdomen, mi cintura, mi cadera, mi cuello, mi barbilla, mi cara.
Deslizando a través de mi cadera, de mi sexo, de mis piernas. Sin miedo. Sin temor.
—Becky —jadeo, cuando detuve nuestro camino sobre mi trasero.
—No tengo miedo, Freen, tócame, por favor —supliqué una vez más. Su boca se abrió y sus manos apretaron suavemente mi trasero.


Dios. Jadee cuando mi sexo choco con su sexo de manera bruta. Cerré los ojos al sentir su calidez tal y como me la imagine.
—¿Segura de que quieres que así sea? —preguntó susurrando sobre mis labios. Incapaz de abrir los ojos asentí con fascinación moviéndome contra ella. Necesitando aquel contacto casi tanto como el aire—. Abre aquellos pequeños magníficos ojos, Becky. Quiero ver una respuesta sin miedo, una respuesta segura.

Abrí los ojos y me conecté con los de ella
—Quiero que así sea, Freen. Quiero que me quieras, que me toques, que sea con libertad, sin ataduras de por medio —respondí sin titubeos. Ella sonrió dulcemente sobre la nube de lujuria y me besó, me besó. Un beso sin aliento, un beso con pasión. Un beso con amor, puro y verdadero amor.
—Yo te quiero, Becky . Como sea, hubiera sido con amor.

Su respuesta me lleno por dentro y la bese tan fuertemente que su cuerpo se estrelló sobre el colchón una vez más. Con un movimiento rápido, me giró haciendo que quedará bajo ella. Sintiendo su sexo aún más cerca de mí.

Sus manos se movieron temerosas desde mi trasero hacia mi abdomen.
—No haré nada, Freen, tócame con confianza, te lo prometo.

Ella asintió y sus manos bajaron con avidez sobre mi sexo, rozándolo una vez. Casi imperceptible. Sus manos tocaron los prohibido y aquel estremecimiento, aquel sentimiento de que me quisieran hacer daño jamás apareció. Porque sabía, por primera vez lo sabía, que Freen jamás me haría daño.
Cerré los ojos cuando sentí su pecho contra el mío y supe que el momento sería ahora. Ahora. Ya no había nada que lo impidiera.
—Esto dolerá un poco, solo al comienzo. Si quieres que pare, solo debes decírmelo. ¿Vale? —pregunto roncamente, separando mis piernas, colocándose entre ellas.

—Lo sé —murmure, dudando del tono de mi voz. No podía demostrar miedo. No ahora—. Dios —gemí.

Un pequeño dolor. Una sensación placentera. Su cuerpo uniéndose al mío. Los dedos de Freen deslizándose en mí interior. Solo un gemido. Solo un segundo.
Y yo, había dejado de ser virgen.

Virgen a los 25Donde viven las historias. Descúbrelo ahora