Capítulo 22

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En el lado del conductor había un hombre que Olivia había visto solo de pasada esas últimas semanas. Tenía el pelo castaño y los ojos marrones, y parecía como si acabaran de despertarlo y estuviera de mal humor.

—Mira que le he dicho que fuera discreto —murmuró Ross.

—No voy a decir nada. De hecho, no quiero saber nada —contestó Jorge—. Yo aquí no he estado.

—¿Y José no te habrá visto al salir? —preguntó Ross.

—Por eso vamos a casa de mi madre —respondió—. Voy a mentir a mi jefe por lo que sea en lo que estéis liados, y si os morís de una hipotermia, no me haré responsable. ¿Habéis ido a daros un chapuzón o qué cojones?

—Claro, no teníamos nada mejor que hacer —dijo Olivia, abrazándose con fuerza. Ross la miró sorprendido. Al parecer, todos estaban de mal humor.

Diez minutos después, Jorge detuvo el coche en frente de un portón. Abajo, había una señora mayor ataviada en una bata.

—Bajaros, ella se hará cargo de vosotros, yo voy a ver si encuentro donde aparcar —dijo. Ninguno se lo pensó dos veces antes de bajarse del coche, y éste pronto desapareció en las calles.

—Lo siento mucho por molestarla tan tarde —se disculpó Olivia en cuanto llegaron a ella.

—Oh dios mío, estáis calados. Venga, vamos a subir, tengo una bañera de agua caliente preparada —Ambos suspiraron de alivio antes de mirarse. La subida en el ascensor fue silenciosa por su parte, mientras la mujer hacía preguntas que Ross contestaba monótonamente.

Cuando abrió la puerta del ascensor, la del piso estaba ya abierta, seguramente la había dejado así antes de bajar.

—Tenéis toallas en el armario y ahora os dejaré algo de ropa para que os pongáis. Voy a prepararos un caldo caliente para cuando salgáis —dijo cerrando la puerta después de que entraran.

—Muchas gracias, pero no hace falta. Ya se ha molestado mucho por nosotros —dijo Ross. La señora hizo un aspaviento con la mano, restándole importancia.

—No me importa, de verdad —Se adentraron por el pasillo y la mujer abrió una puerta. Era el baño—. Aquí está el baño, os dejo.

La madre de Jorge dio media vuelta hacia la cocina, y ambos miraron la bañera.

—Puedes ir tú primero —dijo Olivia.

—O podemos compartir. No tenemos 15 años, creo que sabemos guardarnos las manos —Olivia frunció el ceño—. Prometo que no muerdo, pajarito.

—Deja de llamarme así —espetó metiéndose en el baño. Ross se tomó sus palabras como que había aceptado. Entró detrás de ella, y cerró la puerta a sus espaldas.

El baño no era muy grande, no a comparación de los que había en la mansión, aunque sí de un tamaño similar al que Olivia había tenido en su casa. Los muebles se veían viejos, pero todo estaba limpio, y el agua echaba vapor de lo caliente que estaba, empañando el espejo.

Olivia vio por el rabillo del ojo a Ross moverse, y lo miró. Se estaba quitando la camiseta. Olivia no pudo evitar sonrojarse.

Se dio la vuelta, dándole la espalda, mirando al espejo empañado, y se quitó con los pies los zapatos, unos tenis nike que para su desgracia acababa de estrenar. Echó un vistazo hacia atrás, y vio a Ross a lo suyo, desnudándose. Desvió la mirada y se quitó la mochila, dejándola a un lado.

Bajó la cremallera de su chaqueta empapada, que enjuagó un poco en el lavabo, y dejó allí. Se desabrochó los pantalones y se bajó la cremallera. Los vaqueros parecían estar pegados a su piel, pero al final cedieron, dejándole la piel húmeda y desnuda.

Witchcraft: El último alientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora